LOS ORÍGENES DE LA CIENCIA EN GRECIA

por Nelson Pierrotti.

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En este artículo no pretendemos abarcar todos los aspectos posibles sobre los orígenes de la ciencia en Grecia, sino señalar las principales tendencias de pensamiento originadas por los primitivos filósofos y científicos jónicos. El análisis se centrará en el desarrollo de las estructuras cosmogónicas; la creación intelectual de un universo matemático, la teoría atómica de la materia y la concepción de los opuestos en la instauración y conservación del orden del cosmos visible.

 

I

"Llegará una época en la que una investigación diligente y prolongada sacará a la luz cosas que hoy están ocultas. La vida de una sola persona, aunque estuviera toda ella dedicada al cielo, sería insuficiente para investigar una materia tan vasta... Por lo tanto este conocimiento solo se podrá desarrollar a lo largo de sucesivas edades. Llegará una época en la que nuestros descendientes se asombrarán de que ignoráramos cosas que para ellos son tan claras... Muchos son los descubrimientos reservados para las épocas futuras, cuando se haya borrado el recuerdo de nosotros... La naturaleza no revela sus misterios de una vez para siempre". Séneca.

Nuestros antepasados deseaban comprender el cosmos como se revela en estas palabras de Séneca. Pero ese deseo estaba lejos de realizarse para ellos. Aquel filósofo romano vivió en el siglo I de nuestra era, alejado del lugar y tiempo que trataremos en este artículo. Sin embargo, su muy inspirada percepción sobre la producción del conocimiento y de la investigación científica, es el resultado de un largo proceso de maduración intelectual dentro de las culturas antiguas, que tuvo como catalizador a los pensadores de la Grecia asiática (Jonia pre-socrática). Y hacia allí dirigimos nuestra atención.

Fue en Jonia, en los siglos VII al VI a.C., donde se originaron las ideas de un cosmos ordenado y matemático, capaz de ser comprendido, lleno de misterios por revelar, con una materia compuesta por átomos,  generada por la acción de fuerzas opuestas que se mantenían en pugna, buscando el equilibrio. A partir de esas ideas una “ciencia” nueva, propiamente griega, se abrió paso en un momento idóneo e históricamente crítico.

¿Nació la ciencia en Grecia? Sería muy simple (y muy cómodo) decir que en un momento único y magistral (inspirado por las musas) surgió inexorablemente LA CIENCIA escrita con mayúsculas. Pero, en el fondo esto implicaría pensar que solo hay una única forma de hacer ciencia (universal y válida para todos los tiempos y lugares), y que solo hay una ciencia, la originada por los griegos. Lo que finalmente nos obligaría a descartar del concepto a cualquier esfuerzo anterior por comprender la realidad. Partiendo de este punto  preguntamos, ¿de dónde proviene la ciencia? ¿Grecia, Egipto u Oriente? ¿Debemos pensar en uno o en varios orígenes?, ¿simultáneos, aislados, conjuntos, independientes? En realidad, ¿dónde está la ciencia? ¿En las “instituciones” que alegan ejercerla, o en la vida cotidiana? ¿Quién hace ciencia y qué tipo de ciencia? ¿Quién decide, quién inventa? Y finalmente, ¿podemos hablar de ciencia en un sentido absoluto? La ciencia admite más de una definición en cada lugar y tiempo. Es necesario tener en mente esto trasponer el umbral de las ideas siempre cambiantes de una cultura y recordar que las estamos mirándolas desde una perspectiva histórica particular, también en continuo cambio. Por eso se tratará de establecer, en la larga evolución de los conocimientos, qué ciencia es la que se crea en Jonia, qué sabios la crean, dónde, cuándo, cómo y fundamentalmente por qué.


II

EL CAMBIO DE MENTALIDAD DURANTE LOS SIGLOS VII Y VI A.C.

Es obvio que la ciencia no aparece de golpe en la escena histórica, plenamente desarrollada y lista para ser usada. Es el resultado de múltiples contribuciones de generaciones de seres humanos que comparten experiencias comunes y generan conocimientos que transmiten a su posteridad, y a la vez son llevados de una cultura a otra por el comercio, la religión y la guerra.

Lo que Jonia produjo como "ciencia" ayudó mucho a definir las normas de una racionalidad novedosa y a elaborar originales métodos de pensamiento. Pero en sus comienzos no estaba demasiado lejos de los saberes producidos por los egipcios o los mesopotámicos. De hecho, la continuidad entre las ideas de los filósofos griegos y los sabios orientales y egipcios es particularmente notable: sus teorías muy similares sobre el origen del cosmos, la materia y la vida en la Tierra partían de un fondo mítico común, y contenían algunas elaboraciones racionales paralelas. Los “materiales” conceptuales nuevos eran escasos.

Es de notar también que, en el marco intelectual, con anterioridad al siglo VII a. C., el mito había constituido una forma de pensamiento en el mundo griego, que identificamos fácilmente con Homero y Hesíodo. El mito entendido como un conjunto de leyendas que intenta narrar el origen de las cosas, del cosmos y del hombre, cumplió una función social destacada. Era la expresión de una actitud mental en la que las fuerzas de la naturaleza eran humanizadas, dotándolas de voluntad (tendencia heredada claramente de la milenaria tradición oriental) Precisamente, la primer cuestión que se formularon los pensadores jónicos tenía que ver con la naturaleza que les rodeaba, su sentido e importancia. Y como habían llegado a convencerse de que había una "materia prima" de la que se originó todo lo existente, veían en las cosas algo así como una transformación más o menos compleja de esa naturaleza. Dando por supuesto el principio de unidad de la materia, dirigieron sus especulaciones a determinar cuál era el principio rector. Pero esto fue el resultado de una elaboración racional no de un descubrimiento científico.

Aquellas nuevas preguntas (elaboradas a partir de viejas ideas) no eran el producto de la casualidad. Surgían como respuesta a los cambios históricos que estaban teniendo lugar no solo en el mundo griego sino de un modo más amplio en todo el Mediterráneo Oriental. A consecuencia del proceso regional, hacia el s. VII a.C. se producirán transformaciones en las sociedades de  Grecia asiática que permitirán el surgimiento de un tipo de pensamiento racional.

El vuelco espectacular en esta situación estuvo pautado por el desarrollo de las técnicas de navegación (aprendidas de los fenicios) que favorecieron el proceso de expansión de su comercio mediterráneo, desarrollado a buen ritmo desde el siglo anterior por el fenómeno de la colonización. El nuevo poder económico adquirido por los comerciantes llevaría a las ciudades griegas a un cambio político-social y económico de grandes consecuencias, que llevaría a la sustitución de la aristocracia por la democracia, y del trueque por la moneda (originada en el pequeño reino de Lidia, justamente en Asia Menor) La navegación abrió paso al comercio y a nuevas tecnologías y saberes.

¿Quién ofició como eje de los cambios? Una ciudad y su gente, la rica Mileto, centro del comercio y la navegación internacional de aquella época. Allí se formó una escuela de pensamiento que abrió la brecha a través de la concepción mitológica greco-oriental del cosmos, cambiándola, sin modificar su estructura, por una explicación racional depurada de mitos, que no rechazaba totalmente lo sobrenatural. Y es de notar que el modelo así creado tenía características singulares que aunque se diluirían más tarde con la invasión persa sobre Jonia y con el conservadurismo ateniense, no se perdieron totalmente, conservándose aun en escritos de época romana (como puede notarse en las obras “De las cosas del campo” de Columela y “De la Arquitectura” de Vitrubio).

Entonces, siendo cierto que el contacto directo con Egipto y con el Imperio Persa (desde el siglo VI la potencia dominante del Mediterráneo oriental) volvió a los jónicos más conscientes del mundo que los rodeaba llevándolos al terreno de la autocrítica, la invasión militar de las ciudades jónicas en pleno florecimiento político-económico cerró las puertas a su expansión intelectual. El ámbito entusiasta, aunque ingenuo, que favoreció el desenvolvimiento de una actitud diferente frente al pasado, y motivó la laicización del mito (combinado con la observación y la experiencia) sufrió un enorme revés.

Sin embargo, más allá de este, queda en pie el hecho de que en Jonia surgieron una ciencia, una filosofía y una historia que dejaron honda huella en el saber de los siglos posteriores. La visión progresivamente más amplia del mundo a que los llevó el incremento de sus actividades navieras y el “turismo” de su gente (en especial los filósofos), les abrió los ojos a realidades desconocidas y a posibilidades no imaginadas, lo que tuvo como consecuencia el desarrollo del criticismo griego que intentaría una revisión de su cultura (véase el siguiente cuadro).

 

La hora del escepticismo había sonado en Jonia. Hecateo de Mileto, a quien Heródoto llamara historiador, aparentemente desarrolló métodos para rectificar y racionalizar las historias míticas que conocían los griegos, ordenadas y sistematizadas por primera vez en la “Teogonía” de Hesíodo. El descubrimiento hecateano de que sus dieciséis generaciones de antepasados formaban solo una pobre figura frente a las trescientas cuarenta y cinco de los sacerdotes egipcios, fue una experiencia “removedora” que lo llevó al escepticismo más crudo y a la vez más ingenuo.

Es posible que tras dicha experiencia haya visto la necesidad de crear un "método de crítica", que pudo fundamentarse en la idea de que la verdad solo puede ser una. Esto nos ayudaría a explicar provisionalmente sus esfuerzos por analizar los mitos y tratar de encontrar en ellos un fondo de "verdad". Hecateo procuraba "poner ante la vista" (es decir, la observación) los diversos fenómenos naturales y sociales, mientras integraba sus datos en un sistema de pensamiento y los sometía a cierta medida de juicio crítico. El conocimiento de los extranjeros alimentó las dudas de Hecateo y de muchos helenos sobre las tradiciones griegas, proclamadas por aquel como "muchas y ridículas", según lo cita Heródoto:

              "... Hecateo de Mileto habla así: Solo escribo lo que considero verdadero, pues los relatos tradicionales corrientes entre los griegos son muchos, y me parecen ridículos (necios relatos)" .

Su caso no fue único. Aun antes que él Jenófanes de Colofón había expresado un escepticismo similar y desarrollado un concepto de lo que consideraba verdadero. Diógenes Laercio comentaba que Jenófanes:

"... escribió un poema épico, elegías y yambos contra Hesíodo y Homero, criticando en ellos cuanto han dicho acerca de los dioses".

Esta misma actitud crítica hacia la tradición reconocida se reflejaría posteriormente en el filósofo Heráclito de Éfeso, quién escribió que:

"... Homero debería ser suprimido de los certámenes y vapuleado", y que "no es conveniente invocar como testigos, a propósito de lo que se ignora, a los poetas y los mitólogos, como lo han hecho en la mayor parte de los casos, nuestros antepasados, citando (...) autoridades que no merecen confianza alguna".

Paulatinamente una actitud y probablemente una metodología de crítica se fueron gestando con base al planteo de preguntas y al desarrollo de la encuesta oral, en busca testimonios oculares fidedignos y de una mejor comprensión de la realidad. Por esto quizás algunos de los llamados logógrafos (es decir los que escriben en prosa abandonando la escritura en verso) consideraban a su objeto de estudio, el mito, desde un punto de vista más crítico que el de sus predecesores dejando de lado las explicaciones fantásticas o concediéndoles un valor alegórico. Manifestaron en reiteradas ocasiones una tendencia a la búsqueda de lo verosímil, la verdad entendida como realidad. El citado Jenófanes expresaba su intención de escribir "lo que me ha parecido ser (lo) más verosímil con lo verdadero" (es decir, lo más probable próximo a la realidad)

Desde entonces la búsqueda de la verdad, se convirtió en el motivo central de la filosofía y la ciencia jónica. Con el tiempo los griegos desarrollaron la idea de naturaleza (o physis) entendida como el conjunto o esencia de las cosas. Prácticamente todos los filósofos presocráticos coincidieron en distinguir en la naturaleza un cosmos, un orden opuesto al caos, y una dinámica en continuo movimiento con leyes propias.

 

III

MATERIA Y FORMA:  UN UNIVERSO MATEMÁTICO

¿Cómo se desarrolló la idea de un universo matemático? La naturaleza se definió como algo permanente y único, y se buscó dar con leyes o principios explicativos que iluminaran la realidad, tal cómo se presentaba a los ojos de su comprensión. Ese sería el gran problema que enfrentarían los filósofos griegos, ya que era preciso explicar una naturaleza dinámica, cambiante, a través de una ley que no podía estar sometida al cambio, porque de lo contrario no se podría conocer. Este principio explicativo del universo y de toda la realidad es el arjé.

Con el desarrollo de la idea de arjé se intentó dar esclarecimiento al origen de la naturaleza, de cómo se conformaron todos los seres. Los griegos de Jonia concebían el universo como algo eterno y para explicar su origen había que recurrir a algo que prevaleciera a través del movimiento. Es decir hallar el sustrato, de lo que están compuestos todos los seres y la causa, lo que explique el cómo del movimiento o el cambio.

  Dentro de la llamada escuela de pensamiento jónico pre-socrático, hubo personalidades como Tales (quién sostenía que el arjé es el agua, que a través de distintos procesos de condensación y “rarificación” dio lugar a todos los elementos y estados, siendo una fuerza eterna), Anaxímenes (que lo identificaba con el aire) y Anaximandro (que lo relacionaba con algo indeterminado llamado ápeiron, es decir algo que no podemos entender o conocer debido a su indeterminación) Este último pensador en particular criticaba la atribución del arjé a una sustancia particular, arguyendo que la materia limitada y finita no puede dar lugar a lo infinito y eterno. Afirma que el primer principio, o ápeiron, lo inasible para la experiencia, es lo uno, necesario, equilibrado, atemporal; las cosas concretas que de él se derivan son otras tantas rupturas de esas propiedades, resultado de una caída o de la perversión de lo que es perfecto.

Las cosas se ordenan a sí mismas en contrarios que, una vez concluida la lucha por superar su antagonismo, se reintegrarán a la unidad primigenia. En la tradición jónica los contrarios no se oponen sino que se complementan, al igual que en el pensamiento oriental. Al introducirse de esta forma un primer elemento de abstracción en el desarrollo de la filosofía y la ciencia, el ápeiron se inserta en el arjé de Anaximandro. Sobre el particular comentaba Simplicio, un escritor posterior:

"... entre los que dicen que es uno, en movimiento e infinito, Anaximandro de Mileto, hijo de Praxíades, que fue sucesor y discípulo de Tales, dijo que el principio y elemento de todas las cosas existentes era el ápeiron y fue el primero que introdujo este nombre de «principio». Afirma que éste no es agua ni ningún otro de los denominados elementos, sino alguna otra naturaleza a partir de la cual se generan todos los cielos y los mundos que hay en ellos. Ahora bien, a partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí también se produce la destrucción, "según la necesidad; en efecto, se pagan mutuamente culpa y retribución por su injusticia, de acuerdo con la disposición del tiempo", hablando así de estas cosas en términos más bien poéticos".

La caída de las ciudades jonias bajo el poder persa influyó en el desplazamiento del centro de gravedad filosófico hacia Atenas y la Magna Grecia. En este último lugar florecería un movimiento sobre el que sabemos muy poco, de fondo místico y religioso, con una proyección social que llevaba a sus adeptos que practicaban la vida en comunidad, a desempeñar un controvertido papel político: los pitagóricos. Pitágoras de Samos tras estudiar matemáticas en Egipto regresó a Grecia con el fin de fundar una escuela que introducía las matemáticas como estructura del universo. La idea de un universo matemático había alcanzaba su primer hito.

En un principio observaron que la realidad tenía un comportamiento matemático: se pueden medir los fenómenos, se observan proporciones, medidas, etc. que se pueden expresar mediante números. Arribaron a la conclusión de que el orden del universo es matemático; y como todo lo matemático puede reducirse a números, llegaron a la conclusión de que el arjé de las cosas son en realidad los números.

Según los pitagóricos en la naturaleza los números aparecen en parejas, por lo que afirman que la naturaleza es algo dualista: noche-día, macho-hembra, alto-bajo (dualismo existente en la mitología oriental). Todo se organiza por parejas de las que destacan el par-impar (la teoría de los opuestos).

En dicho universo de tipo matemático imaginaron que cada cosa tenía un número que la representaba. Por ejemplo, al universo, por considerársele perfecto, se le asignó el número 10, base del sistema decimal de numeración que también conocían los mesopotámicos y los egipcios. Por eso el universo habría de estar formado por una gran masa de fuego, que es el sol, rodeado por siete planetas que giraban en órbitas perfectamente circulares (de allí la idea de círculo como signo de lo perfecto) Estos tenían un valor simbólico y constituían el soporte de un gran sistema analógico que, tomándolos por base, relacionaba los principios abstractos con las figuras geométricas, las notas musicales y los colores dando cuenta del “mundo” y de sus fenómenos.

Es así que entre los siglos VI -V a. C., se avanzó más hacia la idea del equilibrio entre los contrarios. Por eso para Heráclito de la ciudad de Éfeso (Asia Menor) el dinamismo del Universo no nos lleva en realidad al caos, sino que está sometido a una ley, la de la dialéctica. Esta es consecuencia del equilibrio que se produce entre la lucha de contrarios. Dicha dialéctica es según Heráclito, el arjé explicativo del universo o cosmos, al que representó mediante el fuego.

  En la Magna Grecia, y contemporáneamente al florecimiento pitagórico, surgió otra escuela que llamamos de Elea por ser esta ciudad el lugar de nacimiento de Parménides, su máximo representante. Los eleatas, en su investigación de la naturaleza, se esforzaban por trascender la mera opinión (o doxa) e ir más allá, en busca de alétheia, es decir la verdad-realidad. Esa investigación les llevaría al “descubrimiento” del ente, principio no material de todas las cosas. El principio estrictamente material de los jonios queda superado, y la especulación se torna metafísica al tomar por objeto al ser. Al no haber nada permanente, no existe un ser inmutable por encima de las contingencias; lo único es el noûs (la razón), pero su objeto el conocimiento, resulta imposible por la impermanencia de lo real.

Deudor en buena medida de los sabios jónicos, Parménides seguirá preocupado por hallar la materia prima de la que se deriva la multiplicidad de las cosas, postulando como tal al fuego, paradigma del movimiento y de la transformación constante, inacabable. El movimiento es lucha, confrontación; implica que unas cosas prevalecen sobre otras, que unas nacen y otras quedan destruidas. Del conflicto hace Heráclito "el padre de todas las cosas", una visión que bien pudo usarse para justificar hechos políticos y militares. De la unidad no puede surgir la pluralidad, porque supondría el paso del ser al no ser. A partir de Parménides los filósofos adoptan el pluralismo, es decir, admiten una pluralidad de realidades que existen desde siempre y que por lo tanto son eternas.

El primer pluralista fue Anaxágoras (s. V a. C.), según el cual la realidad está formada por unas partículas que denominó homeomerías, que traducido literalmente significa "todo está en todo y participa de todo". Para explicar el cambio de estas partículas, el movimiento, nos habla de un nous o entendimiento universal: una realidad espiritual, divina, que imprime el movimiento a estas partículas provocando su mezcla y la creación de sucesivos y eternos mundos. Es un concepto muy importante, pues es la primera vez que aparece la idea de una realidad divina.

En este punto no se puede evitar comparar la idea griega de que el cosmos está regido por una inteligencia (concepción filosófica y a la vez científica) con las cosmogonías racionales de los egipcios. Esta misma noción apareció de tiempo en tiempo en los escritos de los sabios y los sacerdotes de Egipto. De hecho, fue expresada por primera vez en una inscripción conocida como el Drama menfita, revivido por el atonismo siglos más tarde. Otras ideas de los egipcios de aquel tiempo contenían nociones de un universo eterno, de ciclos de acontecimientos que se renovaban constantemente y de causas y efectos naturales. El bajorrelieve del monumento del sacerdote egipcio Uresh-Nefer contiene un círculo de oro, en el que se representa la idea del tiempo moviéndose según reglas precisas y variadas que articulan en un sistema todo el campo del pensamiento cosmológico egipcio. Es la idea de tiempo circular. El mismo concepto de nous trae enseguida a la mente la idea egipcia de nun (proveniente de la teología cosmogónica de la ciudad de Menfis), un agua inerte, carente de vida pero que contiene todos los gérmenes y todas las posibilidades de la creación. En la teología heliopolitana el mundo saldrá de la nada. Aunque con variantes, los conceptos se aproximan en el punto de su omnipresencia y del sustento eterno de todo lo real.

El equilibrio de los contrarios va a delimitar la realidad observable. Para Anaximandro del ápeiron se ha segregado una semilla o germen capaz de engendrar los supracitados opuestos. El orden se crea a partir del caos original. Tal como en el mito, éste se alcanza cuando un dios (en su caso un elemento) consigue imponerse a los demás. Progresivamente se va creando un cosmos ordenado en una sucesión de tipo aleatorio y evolutivo. Esto también se aprecia en varias cosmogonías orientales comenzando con el poema babilonio de la Creación, o “Enuma Elish”:

"... en otro tiempo lo que está en lo alto no se llamaba aun cielo; y no tenía nombre lo que está abajo, sobre la tierra. Fue su origen el abismo infinito. La mar que ha creado todo era un caos. Las aguas fueron reunidas juntas. Entonces había una oscuridad profunda, sin ninguna claridad, un viento de tempestad sin reposo. En otro tiempo no existían aun los dioses. No había (...) determinado ningún destino. Y fueron hechos los grandes dioses".

No cuesta trabajo notar el juego de contrarios implícito en el pasaje inicial del Enuma-Elish: arriba-abajo, cielo-tierra, caos-orden, oscuridad-claridad, inexistencia-existencia. Este pasaje del poema babilónico presenta grandes similitudes con otro tomado del Veda hindú, que cito por su interés:

"... el mundo era oscuro, confuso, como abismado en un profundo sueño. Brahma emanó de las aguas primordiales y los demás elementos, entre ellos, el huevo de oro del que surgió Brahma, padre de los dioses y de los hombres (...) Nada, ninguna cosa existía; no había cielo resplandeciente ni existía allá arriba la gran tienda del firmamento. ¿Qué es lo que lo cubría, qué es lo que envolvía, qué es lo que ocultaba todo? Era el abismo insondable de las aguas".

La idea de un caos originario en el que todo estaba confuso y oscuro, como en un abismo insondable está en paralelo con el juego de contrastres que se reitera aquí también, oscuridad-luz, inexistencia-existencia, arriba-abajo. Los elementos comunes saltan a la vista. Los fragmentos de los escritos de Jenófanes de Colofón nos permiten suponer que su cosmovisión era similar a la de Anaximandro:

"... de agua nos engendraron y de tierra. Y tierra y agua son todas las cosas que nacen y se engendran"

La combinación agua-tierra ha producido todo lo que existe. Las aguas tienen primordial importancia también en la cosmogonía babilonia y en la hindú. "La mar lo ha creado todo": Brahma (el creador) y los demás elementos emanaron de las aguas. Incluso la tierra surge de ella y a su vez la tierra es el principio de todos los seres.

En el estado primordial todo era tinieblas indistintas. No había ser (sánscrito "a·sad", el no ser) ni había tiempo. Estos temas son análogos a los que Jenófanes de Colofón se plantea en sus Elegías, y Platón en el Timeo:

"... Pues infinito es el no ser -expresa Jenófanes-; ya que no tiene medio ni principio ni fin ni ninguna parte y esto es precisamente lo infinito; pero cualquiera sea el no ser, no sería el ser".

"... A Jenófanes -dice Hipólito- le parece que se produce una mezcla de la tierra con el mar y que con el tiempo, ella se libera de la humedad".

La mezcla, la separación y la unidad periódica son un signo característico de las cosmogonías jónicas. El tiempo como elemento no existía antes de la creación del Cielo. Aquel es creado simultáneamente con éste. Y desde entonces es posible dividirlo en partes (como ocurre en las cosmogonías egipcias):

"... En efecto los días y las noches, los meses y las estaciones no existían en manera alguna antes del nacimiento del Cielo, sino que su nacimiento se ordenó al tiempo mismo en que se construía el Cielo. Todo eso son, en efecto, divisiones del Tiempo (...) El Tiempo ha nacido con el Cielo a fin de que, nacidos a una, se disuelvan también al mismo tiempo, si alguna vez se van a deshacer (...)".

El tiempo y el ser están entrelazados. El tiempo y el cielo se originaron a la vez dando lugar a la organización temporal, es decir a los ciclos naturales que sugieren el concepto de periodización al ser humano. Tanto para los persas como para Jenófanes y Platón la división del tiempo en etapas es provista por la naturaleza. Aquí es de interés notar que la cosmogonía de Anaximandro sigue los mismos hilos conductores de estas filosofías:

"Cuando, en el comienzo se formó el universo, el cielo y la tierra eran indistinguibles, pues sus elementos estaban mezclados. Luego cuando sus cuerpos se separaron uno de otro, el universo adoptó en todas partes la forma ordenada que hoy contemplamos".

El cielo y la tierra estaban en un estado de indistinción, unidos plenamente. Luego viene la separación de los elementos (los cuerpos) y estos por sí mismos adoptan la forma ordenada que desde el presente se contempla. Cielo y tierra dan lugar al ser. El principio de ápeiron era un gran avance porque representaba un principio indeferenciado. Las cosas se separan y se unen en diferentes momentos del tiempo, como diría Jenófanes. Según el jónico Anaxágoras (500-428 a.C) en un principio todas las cosas estaban juntas de modo que nada era perceptible. En un momento se inició un movimiento en torbellino que fue la causa de que apareciera, por separación, el orden presente:

"Mientras todo estaba junto, nada era visible debido a su pequeñez (...) Antes de que ocurriese esta separación, cuando todavía estaban todas las cosas juntas, no había ni siquiera un color perceptible; porque lo impedía la mezcla de todas las cosas, de lo húmedo y de lo seco, de lo caliente y de lo frío, de lo brillante y de lo oscuro (...). Mientras que estas cosas giran y se separan de este modo a causa de la fuerza y de la velocidad. Pero la velocidad produce la fuerza (...). Y lo denso se separa de lo raro, lo caliente de lo frío, lo brillante de lo oscuro y lo seco de lo húmedo (...) Después de que esto se separó de todo lo que se movía; y lo que el espíritu puso en movimiento, todo eso se dividió (...) La rotación produjo una división mucho mayor todavía".

La imagen del universo primigenio es la de un inmenso torbellino creador (que recuerda al "viento de tempestad sin reposo" del Enuma Elish) dentro del cual giraban los elementos que separándose o agrupándose dieron lugar a todo lo visible. Sin duda Hesíodo, Anaximandro, Ferécides Sirio, Anaxágoras, Jenófanes, Hecateo de Mileto, Platón y otros tomaron de las cosmogonías orientales la base de su concepción de los opuestos, algunas de sus ideas de tiempo, orígenes caóticos y puntos de vista historiográfico-antropológicos.

En definitiva, para los pensadores jónicos y otros que les siguieron, el cosmos estaba regido por relaciones matemáticas que solo los pensadores más profundos podían entender en la dimensión apropiada. Si como decía Anaxágoras todas las cosas estaban juntas en un principio, y se separaron al iniciarse el torbellino que fue la causa de que surgiera el mundo sensible, entonces la materia estaría compuesta de elementos infinitamente pequeños, gérmenes o semillas que se hallaban en toda cosa en número infinito. Con lo que arribaron a un concepto llamado a tener una larga posteridad, el de átomo.

IV

EN BUSCA DE LA VERDADERA NATURALEZA DE LAS COSAS:

LA TEORÍA ATÓMICA DE LA MATERIA

¿Cómo formularon el concepto de átomo? Los atomistas concuerdan con el principio fundamental de que sólo el ser es y se sirven de él para explicar los fenómenos. Así entienden el ser como lo lleno, el no ser como el vacío y sostienen que el lleno y el vacío son los principios constitutivos de toda cosa (los opuestos) Pero el lleno no es un todo compacto; está formado por un número infinito de elementos que son invisibles a causa de la pequeñez de su masa. Si estos elementos fuesen divisibles al infinito, se disolverían al vacío; deben ser, pues, indivisibles, y por esto se les llaman átomos. Los átomos están animados por un movimiento espontáneo, por el cual chocan entre sí y rebotan, dando origen al nacer, al perecer y al mudar de las cosas.

El movimiento de los átomos explica también el conocimiento humano. La sensación nace de las imágenes que las cosas producen en el alma (psiqué) mediante corrientes de átomos que emanan de ellas. Toda la sensibilidad se reduce, pues, al tacto; puesto que todas las sensaciones son producidas por el contacto, con el cuerpo del hombre, de los átomos que provienen de las cosas.

Según Demócrito de Abdera (s. V a. C.), influido por Parménides solo existe una única realidad en el universo, pero esa realidad no tiene por qué ser esférica. Para él los átomos o las partículas que forman dicho universo tienen multitud de formas y son eternas, múltiples desde la eternidad misma. Para explicar el movimiento, Demócrito afirma que es precisamente el no ser, el hecho de que "el no ser no exista", lo que explica el movimiento. El no ser significa la ausencia, el vacío, un vacío que sirve como campo de acción para que se produzca el movimiento, para que el átomo se dirija a éstas zonas y se combine. El movimiento no surge en un momento determinado, es eterno. ¿Existe algún orden, una realidad que le confiera una finalidad? No, según Demócrito el universo no tiene finalidad externa ni está sometido a un dios. Se define totalmente por un tipo de mecanicismo universal. La materia está compuesta por pequeñas e invisibles partículas que están en todo lugar, constituyéndolo todo.  

Parados en este punto podemos recapitular para contemplar cómo los cambios producidos durante el siglo VI antes de nuestra era, en lo social, político y económico, facilitaron la aparición de una nueva reflexión en torno a la naturaleza y al ser humano, que llevaron a la creación de una cosmogonía coherente y racional (aunque algo ingenua), empleada como herramienta para explicar la realidad; y se generaron un conjunto de notables reflexiones sobre el mundo y la historia que dejaron una honda huella. Se puede decir que los pensadores jónicos construyeron un especie de imperio invisible que perdura hasta el día de hoy.

El breve repaso hecho a las cosmogonías jónicas nos ubica en el umbral del pensamiento científico en Grecia. El camino a recorrer es mucho más largo. Pero con las cosmogonías y la teoría atómica de la materia arribamos al trasfondo sobre el que se dibujaron las más grandes ideas del pensamiento griego. Lo que las generaciones futuras descubrirían dejaría atrás muchas de las ingenuas concepciones jónicas. Sin embargo, el impulso inicial que manifestaron hacia el conocimiento objetivo es incuestionable. Como observara Séneca la investigación diligente y prolongada dio por resultado un desarrollo admirable de la ciencia hasta un punto no imaginado por los filósofos jónicos ni por el mismo filósofo romano. La naturaleza no les iba a revelar a ellos todos sus secretos como tampoco lo hará con nosotros. No obstante, sin aquel primigenio impulso las ciencias tendrían que haber esperado a otro lugar y tiempo para expandir su influencia y sus intentos por interpretar el cosmos.

Proyecto Clío

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES: