Si Carlos I Y Felipe II se
ocuparon personalmente de los asuntos del Estado y del fortalecimiento de su
autoridad, los monarcas del siglo XVII –Felipe III, Felipe IV y Carlos II-
delegaron sus funciones de gobierno en manos de validos, que encaminaron a la
monarquía hacia la pérdida de poder y un desprestigio creciente.
En política exterior, el
contraste entre las dos centurias fue aún mayor. El siglo XVI representó para
la monarquía hispana su momento de máximo poder y hegemonía en el mundo, por el
contrario, a lo largo del siglo XVII, y sobre todo tras la guerra de los
Treinta Años, España quedó relegada a un segundo plano en el escenario
internacional, mientras Francia emergía como la nueva e indiscutible potencia
europea.
A la crisis política se le añadió
una profunda depresión económica y un notable descenso demográfico provocado,
entre otros factores, por la aparición de nuevas y muy letales epidemias de
peste. No obstante, desde 1680 aproximadamente se manifestaron ciertos síntomas
de recuperación, que anunciaban una nueva fase expansiva.
Sólo en el plano cultural se
mantuvo, e incluso se superó, el alto nivel alcanzado en la centuria anterior,
lo que ha justificado la denominación de Siglo de Oro aplicada a la producción
literaria y artística de la mayor parte de los siglos XVI y XVII.
Pero lo más llamativo de estos
dos siglos fue la forma en que la monarquía hispánica pasó del esplendor de un
inmenso imperio territorial a una situación de decadencia y de ruina, que
escandalizó a los propios españoles de la época. |