MANUSCRITOS CUERDOS O LA RECUPERACIÓN IMPOSIBLE

 María Luisa Capella

 

 

—¿Cómo se llama la historia

que está escribiendo tu olvido?

—Se llama buena memoria.

(José Bergamín)

 

Agradezco a los organizadores de estas mesas poder participar en esta afortunada coincidencia, es decir, que estemos hablando hoy aquí (México país huésped y España país invitado) del exilio español, cuando además se cumplen 25 años del inicio de la transición española. Porque los aniversarios y los festejos sirven, además de para celebrar, para hacer el recuento del camino recorrido, especialmente importante, me parece, cuando se trata de este capítulo de la historia de España: la recuperación para España de ese exilio. Sin menospreciar los enormes esfuerzos, (individuales los más y algunos colectivos) por “rescatar” al exilio español, la impresión que uno tiene, confirmada múltiples veces, es que ese aspecto de la historia contemporánea española sigue sin formar parte real de esa Historia, sigue sin incorporarse al cauce histórico, porque se ha quedado como anécdota, es decir, que no ha servido para corregir un desequilibrio. O dicho de otro modo, en palabras de Muñoz Molina: “ Poco a poco el tiempo va dejando de ser historia personal para convertirse o fosilizarse en Historia, o para deshacerse en olvido. El simple paso del tiempo puede curar heridas pero no siempre alivia injusticias, y quien ha padecido ve que su sufrimiento, que él no puede olvidar, ya apenas significa nada para nadie y que el porvenir suele ser más clemente con quienes causan desastres y matanzas, que con quienes las sufrieron. El tiempo dice Ciorán, actúa a favor de los tiranos ¿Quién lamenta ya los crímenes espantosos de Genjis Kan? Cabe preguntarse melancólicamente cuántas generaciones pasarán hasta que Hitller o Stalin sean figuras instaladas del todo en el tiempo neutro de la Historia?...En la España de ahora, sin ir más lejos, la memoria del heroísmo y el dolor de las víctimas de la dictadura de Franco no forma parte de la conciencia pública” [1]

 Uno de los ejemplos, entre muchos, de todo esto es la forma, caótica, desordenada, al azar, en la que se ha ido “rescatando” a los escritores del exilio. Con ello, lo que se ha logrado es que no se tenga una visión de conjunto que permita valorar en su justo nivel este capítulo de la historia no sólo literaria sino política. No importa que exista una Fundación Max Aub (sí importa en otro sentido, pero no para éste que yo quiero darle), o que se hable, se haya hablado y se siga hablando tanto de Alberti, se hagan congresos sobre Manuel Andujar o mesas redondas sobre María Zambrano o antologías sobre Emilio Prados, mientras haya ese desconocimiento global, esa ignorancia tan radical de lo que filosófica, histórica y literariamente hablando sucedió en ese exilio. Es decir, mientras no se haya recogido el conjunto, bueno o malo.

 Esa es la razón por la que nos encontraremos con polémicas cada vez más estériles, como la que acaba de darse a raíz de unas declaraciones, bastante frívolas y desafortunadas, pero lógicas en este contexto, de Francisco Umbral, menospreciando la literatura del exilio: “Del exilio, los buenos eran los de siempre, los que ya sabíamos: Juan Ramón Jiménez y el 27, Ramón y poco más. El resto fue creación de la distancia y la nostalgia, referencia erudita, nada [...] En una España tranquila y moderna habrían sido mediocridades.”[2] Ni siquiera se lo discuto; podría tener razón (aquí habría que hacer un aparte, como los que se hacen en el teatro, diciendo: tono irónico) pero ¿cómo se puede seriamente decir eso cuando, incluso de los autores más traídos y llevados, no se conoce en algunos casos el conjunto de su obra? Las respuestas no se hicieron esperar: la Fundación Francisco Ayala lamentó estas declaraciones; algunos catedráticos de literatura opinaron que existe una imagen mitificada en torno al escritor del exilio; que hay figuras sobre valoradas aunque coinciden en que falta perspectiva para valorar; otros aceptan que efectivamente hay figuras sobre valoradas pero que hay otras totalmente ignoradas. En fin, constatación de que no se ha recuperado la totalidad que permita el equilibrio. Quisiera entonces, con Max Aub como centro, reflexionar sobre este problema.

 

        Uno se va haciendo la “geografía” de una persona, por lo que te van contando de ella. Yo, desgraciadamente, no conocí personalmente a Max Aub; así que me fui haciendo una idea de quién era por las lecturas que nos sugerían los profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM —Luis Ríus, Arturo Souto, Horacio López Suárez— que “cooptaron” a las hijas de refugiados (o refugíberos como de broma se llamaban entre ellos) entre las que me contaba yo para estudiar a los escritores de ese exilio tan cercano, escritores que por aquel entonces no eran muy conocidos (ni por nosotras mismas) y por lo tanto muy poco leídos. La fui completando con lo que, bromeando a costa del propio Max, decían en el sentido de que se había traído de Europa, en la bodega del barco y adecuadamente embalado, a cierto escritor judío fugitivo de Alemania que había ido a parar a Casablanca. Al llegar a México lo había encerrado en el sótano de la calle de Euclides —razón por la cual ambos han vivido allí siempre— y desde entonces lo tenía escribe y escribe, a oscuras casi, haciéndole creer que los alemanes habían ganado la guerra y que si se atrevía a asomar la nariz por la calle, Kaput...”[3]. Oía también que lo llamaban ¿Max Aún?, de tanto que escribía (me enteré después en el libro de Joaquina Rodríguez Plaza[4] que eso le molestaba un tanto). La fui redondeando por lo que le iba oyendo contar a otras personas que lo recordaban con enorme estimación (“me ayudó a conseguir empleo”, “lo bien que se portó siempre conmigo” “gracias a él publiqué mi primer artículo”), o por lo que les he oído contar a otros, como a José Emilio Pacheco en una reunión en El Colegio de México en la que se refirió a él como “el más activo enlace entre la poesía de las dos orillas.” Recordaba en esa ocasión José Emilio Pacheco cómo la casa de Max Aub en la calle de Euclides había sido “el lugar en que podían conocerse y conversar españoles e hispano americanos [...] la casa de Max Aub fue la casa de la poesía, el barco imaginario en que durante algunos años se reconciliaron las dos orillas.”[5]  Añadí más fundamento a su figura por lo que le fui oyendo contar a su hija Elena, [a quien sí conozco y de quien me precio de ser amiga]; le oí contar poco, por cierto, por la enorme discreción que la caracteriza. Se me hizo enormemente simpática esa figura por el sentido del humor que supe que tenía cuando llegué a la lectura de su conocido cuento: “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco” o por comentarios que iba descubriendo en mis lecturas: “Nadie más que yo desea que Dios exista porque ¡me tiene que oír! Pero cuando, para mí, la figura de Max Aub adquirió toda su envergadura fue cuando, por azares del destino, fui a vivir a España y estando allí leí La gallina ciega. Ese libro me impactó. Ahí fue cuando vi la figura de Max Aub como muy representativa del exiliado, no sólo del escritor exiliado, sino del exiliado a secas. Y así es como quiero verlo en esta charla.

        En 1997, se organizó un curso en la Universidad Complutense: Max Aub: veinticinco años después, haciendo referencia a los que habían pasado de su muerte. La mesa en la que me tocó participar tenía como tema: “Max Aub, ¿mexicano?, ¿español? ¿La patria es el idioma? Malhadado tema, pero fundamental cuando se trata de hablar del escritor español exiliado en México. Ahí planteé,[6] después de dejar bien claro, creo, que cuando Max Aub habla de la tierra, de la nostalgia de la tierra, no tiene nada que ver con “ese menguado nacionalismo —que Max Aub llama— hez bronca de la época.” Ha dejado multitud de testimonios rechazando la malsana idea de patria: “El caso es que no sé dónde nací. Considero muy importante este aspecto —dice el cuervo del Manuscrito— porque los hombres han resuelto que el lugar donde ven la luz primera es de trascendencia supina para su futuro... ¿Os figuráis un cuervo francés o un cuervo español por el hecho de haber nacido de un lado u otro de los Pirineos?”[7]. O más adelante añade: “Sépase que la frontera es algo muy importante, que no existe y que, sin embargo, los hombres defienden a pluma y pico como si fuese real...”[8] No tiene que ver, pues, con la idea de patria sino con el sentido de pertenencia, siempre ligada a la idea de participación.

        Acudí a la explicación que da Noe Jitrik de que cuando uno pertenece a una sociedad, no duda en intervenir porque “quien vive plenamente en una sociedad, se siente no sólo perteneciente a ella, sino también que ella le pertenece, y por lo tanto se siente con derecho a modificarla; la pertenencia es la garantía de legitimidad, lo que permite sentir que se tiene derecho a ser, a estar y a vivir en algún lugar.” Ahí planteé, digo, que la figura de Max Aub, de origen alemán, francés de nacimiento, español por elección y que muere con pasaporte mexicano resultaba muy iluminadora para este tema. ¿Por qué siendo francés unos cuantos años, español otros cuantos más y treinta años mexicano, decide ser español? ¿Tiene esto algo que ver con la patria? Recordaré aquí, antes de contestar a esa pregunta, que estos hombres estaban inmersos en el cauce de la Historia. Ahí participaron con toda su fuerza en conseguir que España entrara para siempre en el terreno de la libertad. Y ahí ocurrió (se nos olvida) uno de los hechos de más importancia en la historia contemporánea: la lucha contra el fascismo en la que todos estos exiliados españoles participaron con la legitimidad que les daba la pertenencia. Y esa monstruosidad que era el fascismo, y que se caracteriza precisamente por querer detener el cauce de la Historia, los sacó de un golpazo.

        Tiene, entonces, mucho más que ver, creo, con la tesis que maneja Carlos Blanco  en un trabajo titulado La (primavera perdida) y la historia[9], que responde muchas de las preguntas que nos hacemos con relación a este tema: ¿Por qué mantuvieron estos empecinados españoles durante tanto tiempo las instituciones españolas? ¿Por qué no olvidan? ¿Por qué no se sintieron mexicanos, a pesar de llevar a México bajo la piel? ¿Por qué tanta nostalgia? ¿Por qué le piden a España que los asuma con tanto denuedo? y ¿por qué España no puede? Esa participación colectiva en el cauce de la historia, según esta tesis, logra la comunión entre lo objetivo y lo íntimo, como bien se hace constar en una ponencia colectiva que presentaron varios escritores en el Congreso de Escritores Antifascistas en Valencia en el 37. Cuando el Sujeto es amputado de la muy concreta historia, ¿cómo reconstruirlo privadamente? Blanco sugiere con una frase de Altolaguirre que “todo se hizo interior y jugando con el lenguaje llega a la conclusión que más bien todo se hizo anterior, “cuando era primavera en España”, según un verso de Emilio Prados. La tan traída y llevada nostalgia del exiliado nada tiene que ver con la patria sino que empieza allí, cuando era primavera en España, antes del verano del 36, cuando todos ellos eran protagonistas con toda legitimidad de su propia historia. En 1962 decía Max Aub: “Los que aún recordamos los prodigiosos días vividos en abril de 1931, de cómo no cabíamos de contentos, saltábamos de placer; el júbilo colectivo, el holgarse, el baño de alegría, las demostraciones de rego0cijo al sacar los presos de las cárceles, los abrazos, las lágrimas que nos saltaban al ensanchársenos el pecho, las mil ilusiones, la bulla, la animación que producían todas las esperanzas permitidas, jamás podremos resignarnos a la pérdida de aquel paraíso entrevisto...” (El subrayado es mío) [10]

        Si partimos de allí, adquiere todo su sentido lo que dice Max Aub en la entrevista imaginada: “Para un norteamericano —o un inglés o un francés— el tiempo pasado, normalmente caído atrás, ceniza sobre la que se puede andar sin quemarse, no para los españoles de mi edad; el pasado presente, nueva declinación y si no nueva particular. No se trata de los recuerdos personales, sino de los colectivos, de la Historia presente, a todas horas (22 de abril de 1956).[11] O cuando más adelante en el Colofón que el propio Max Aub se dedica en sus textos de Yo vivo: “Esto escribía a trozos cuando la guerra nos envolvió. Al releer, hoy, estos cachos del que creí que sería mi gran libro, veo que quedará trunco para siempre. Me duele no poder acabarlo; hubiese querido describir otros placeres del hombre sin pararme en barras de callar algunos que cuentan y no se cuentan. Lo dejo como estaba en 1939. Corrijo, suprimo, añado lo indispensable para darle cierta unidad. Lo mimo con cariño porque es el libro que pudo ser y no es. El mundo me ha preñado de otras cosas. Tal vez es lástima. Posiblemente no. Y me lo dedico a mi mismo, in memoriam.[12]

        El no querer apartarse de ese que uno fue explicaría tal vez el afán de Max Aub por cambiar el curso de la Historia, aunque sea dentro de su obra: Jusep Torres Campalans, falsa biografía de un artista catalán; Antología traducida, textos apócrifos de poetas cuyas vidas inventa, el Manuscrito cuervo, documento testimonial de la vida en los campos de concentración desde el punto de vista de un cuervo, porque como dice Bowie, Max Aub estaba convencido que sólo “mediante la reducción al absurdo resultaba posible abordar la comunicación de aquella experiencia...”, la de los campos de concentración y, por último, el discurso imaginario de ingreso a la Academia Española. A todos estos intentos yo los llamo “manuscritos cuerdos” siguiendo el ejemplo del propio Aub que dice en uno de los capítulos de Manuscrito”: “Soy un cuervo perfectamente serio. Tengo en mucho decir las cosas como son y no como desearía que fuesen, achaque de tantos y mal para todos. Al cuervo, cuervo y a la urraca, urraca [...] Hablar cuerdamente, corvinamente de los hombres es pisar un terreno no virgen, o casi, de los anales de la tierra...”[13]. Estos textos en los que Aub inventa la realidad son en verdaderamente más cuerdos que la realidad misma.

        El discurso apócrifo de ingreso a la Real Academia Española, que Max Aub se encargó de que hasta tipográficamente hablando fuera perfectamente convincente, nos ofrece un panorama cultural de la España de la primera mitad del siglo XX mucho más coherente que lo que fue en realidad. Cómo sorprenderse de que, de no haber habido guerra civil, estuvieran ocupando sillones en la Academia García Lorca (1942), Fernández Montesinos (1943), José Bergamín (1939), Rafael Alberti (1940), Vicente Aleixandre (1949), Juan José Domenchina (1945), Altolaguirre (1939), Luis Cernuda (1947) o él mismo nombrado en 1956, para suceder a Valle Inclán, entre tantos y tantos otros que menciona. Como no creer que el 18 de julio de 1936 se le pidiera a Max Aub que estudiara el establecimiento del Teatro Nacional, del que después, en 1940, sería nombrado Director. Cómo no suponer que es verdad el respeto que se le tiene a España en esa primera mitad de siglo “que los nombres de José Ortega y Gasset, Xavier Zubiri, José Gaos, José Medina Echavarría, Juan David García Bacca, Francisco Ayala, José María Gallegos Rocafull, Eugenio Imaz, José Bergamín o Manuel Azaña, dieron y siguen dando a nuestra patria por el pulimento del espíritu propio y ajeno.”[14]. Cómo no creer a ojos ciegas en el panorama teatral que nos presenta con un Miguel Hernández a punto de cumplir cincuenta años, un García Lorca, un Rafael Alberti, un José Bergamín en activo aunque se haya alejado del teatro al igual que Pedro Salinas, junto a Jardiel Poncela, Muñoz Seca, Luca de Tena, etc. Y cómo no visualizar que “el teatro, con sus quince salas abiertas, en Madrid, donde se representa lo que por tal podemos tener, con las mismas en Barcelona, incluyendo naturalmente las que ofrecen representaciones en catalán; las ocho de Valencia, contando dos en valenciano; las cinco de Sevilla; las dos de Bilbao, dan hoy a España un lugar tan excelente como el mejor. Todo esto en presencia de Fernando de los Ríos, sucesor de Azaña como Presidente de la República y asimismo académico.”[15]

        Aub aquí ha actuado como el aprendiz de brujo, prolongando las vidas de algunos, inventando y ampliando la relación de obras de otros; ha salvado de la muerte García Lorca, de la cárcel a Miguel Hernández y del exilio a todos. En este afán de Max Aub por variar el cauce de la Historia hay que decir que casi lo logra. De manera anecdótica les diré que hasta hace poco aparecía en la Enciclopedia Sopena Luis Cernuda como miembro de la Academia Española, nombrado en 1947. Se imaginan ustedes un poeta homosexual y para mayor INRI  “rojo”, nombrado miembro de la Real Academia Española en 1947. Cuenta Soldevila en su último libro sobre Max Aub, en relación con “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco” que “...los servicios de información del gobierno de Franco, fundándose exclusivamente en el título del relato, dieron por descontado que se trataba —como me advirtió un Embajador de España en Canada de cuyo nombre no quiero acordarme— de una incitación al asesinato del Jefe del Estado...” Como digo, casi lo logra, casi logra cambiar la realidad.

        Dice Antonio Alatorre que “en el estudio de la literatura de la emigración desde el punto de vista de la literatura comparada, tres son, según creo, los aspectos que debieran tomarse en cuenta: primero las repercusiones que en la obra de los exiliados deja su condición de tales, su alejamiento de la patria y su adaptación —o falta de adaptación— al país del destierro; segundo, la repercusión de esta obra en la tierra que les ha dado acogida y tercero la resonancia que puede tener en el país de origen...” [16] Lo primero es evidente para cualquiera que haya leído algo de estos escritores, de lo segundo Alatorre mismo dice: “Somos nosotros los que hemos aprendido, los que hemos salido gananciosos. Desde la Universidad, desde el Colegio de México, desde sus libros, desde las páginas de los periódicos y revistas han ejercido sus múltiples magisterios, uno de los cuales —y no el menor— es el magisterio del ejemplo. Los efectos son incalculables y más incalculables aún si pensamos en los sutiles mecanismos de la reacción encadenada. Algún día deberá verse lo que la literatura mexicana debe a la emigración española...”[17] En cuanto a las relaciones de estos escritores con España, Alatorre opina que aún en los años de la dictadura el papel que jugaron revistas como Insula o Papeles de Son Armadans hizo que el diálogo que se había roto se reanudara “por los hombres de buena voluntad de uno y otro lado”. Y cree muy de veras que España está representada simultáneamente por los poetas muertos, García Lorca, Machado y Miguel Hernández, por los poetas del destierro y por “esas voces” (a las que se refería León Felipe) de la España de hoy [...] A diferencia de la emigración de liberales y románticos en 1823, que terminó en fracaso y en frustración y tristeza, ¿por qué no hemos de esperar que la emigración de hoy termine en triunfo?”[18].

        Este deseo de Alatorre cae por tierra con La gallina ciega de Max Aub, esta “crónica de una desilusión” como la ha llamado Christopher Domínguez Michael; “Es uno de esos libros a los que el curso de una vida nos hace sentirlos necesarios”… “La nostalgia acumulada del mundo perdido, al confrontar la mudanza de la realidad, tenía que explotar en ira y desencanto, aunque también en la fascinación del reencuentro de cuanto subsistía a la medida del sueño [...] Con todo La gallina ciega no es sólo un ejercicio de virtuosismo literario sino la crónica de una desilusión. El cielo y la tierra de España estaban allí…pero la España de las imágenes y las emociones recordadas, la reinventada en la memoria ya no estaba. Esta búsqueda apasionada e ilusoria de un pasado, cuyas huellas se han desvanecido da a este testimonio uno de sus rasgos más conmovedores.” [19]

        Esa “nostalgia acumulada del mundo perdido”, es decir de allí, de cuando era primavera en España, esta tragedia del desarraigo, no es –como he tratado de decir antes– desarraigo de la España física, de la de ahora o de la de antes; no es el desarraigo de la patria, casi ni siquiera del terruño (aunque también), la gran tragedia es esa “deportación” de la Historia que se les hizo entonces y que se les hace ahora. En este libro está dicho en todos los tonos: “¿Por qué tuerces el alma? ¿De qué tienes ansia? Sí: te deshaces en deseos, te consume la furia del amor hacia un pasado que no fue por un futuro imposible…Lloras sobre ti mismo. Sobre tu propio entierro…”[20]

        Un artículo escrito por Max, antes de ir a España y constatar la gran injusticia, publicado en la  Revista de la Universidad, titulado “Homenaje a los que nos han seguido” empieza diciendo “Después de los cincuenta vienen los cuarenta, siguen los treinta, veinte, etc. La vida es al revés, no se cuenta como enseñan: 1, 2, 3, 4, 5. Al contrario, primero los más viejos, después los que los siguen. No aseguro que esté bien hecho, pero así es… Es difícil hablar de la patria cuando uno se hace viejo lejos de ella porque, ¿cómo es, aún sabiendo cómo está?. No hay más palabras que las traídas por el aliento –o el desaliento— de las palabras ajenas […] nos cuentan que “lo único visible de la vieja semilla de la libertad que, en su día –por la fuerza de las cosas-, encarnamos, son estudiantes y escritores…Los jóvenes están con lo que mal defendimos…Tal vez el destierro nos ha servido ante todo para fijarnos y para que nos fijemos más en las raíces, raigones, brotes familiares. Y ¡qué pujanza, qué orgullo, qué fraternidad no vamos a sentir ante tantos que aherrojados, nos van haciendo saber que no morimos en vano!”[21]

        Me imagino el enorme consuelo que hubiera sido para Max Aub saber que no murió en vano al escuchar a un joven poeta, Francisco Segovia, hijo de exiliado, nieto de la generación de Max Aub decir en la conmemoración del cincuenta aniversario del triunfo del gobierno de la República: “…para mi y para mi generación —hecha de hijos y nietos de españoles, pero nacida ya del todo en México— , la República es algo que ha estado siempre delante de nosotros, no detrás. Por eso no he querido hacer de estas líneas una conmemoración sino un saludo, una seña que celebra la generosidad de espíritu con que México acoge hoy a los refugiados españoles (y argentinos, chilenos, uruguayos…) Porque también hoy (todos los días) hay un Sinaia que llega a puerto. Por eso digo que mi generación ve en la República española algo que está delante, como está delante de nosotros el destino que es al mismo tiempo lo que somos y lo que se cumplirá en nosotros. Tal vez por eso acudimos hoy (todos los días) a recibir en este puerto mexicano a nuestros padres y a nuestros abuelos...Por nosotros son ellos mexicanos; por ellos somos nosotros españoles. Pero no es eso lo que de verdad importa, porque a fin de cuentas la patria que compartimos sólo está cabalmente fundada en el saludo que nos damos. Por eso es tan íntima: no tiene más tierra que ese mutuo reconocimiento [...] Está siempre ahí, sin hacerse notar, inadvertidamente, como las patrias verdaderas”[22] Lo que tanto buscó provocar en los jóvenes españoles, lo logró, sin notarlo, en los jóvenes mexicanos.

        A 25 años de la muerte de Franco y por tanto de la transición española, es cada vez más frecuente que, en el mejor de los casos, se les diga a estos exiliados españoles, mientras se les da una palmadita en la espalda, entre conmiserativa y cariñosa: “Bueno, claro, normal que tenga nostalgia, pobre, hizo su lucha…” ¿De veras fue sólo su lucha, fue sólo su guerra…? Yo, la verdad, cuando miro a mi alrededor y veo unos nuevos campos de concentración (pobre Max, pensaba que ya se habían acabado: cuando da a conocer el Manuscrito cuervo dice que había llegado a su maleta no se sabe cómo “curiosidad bibliográfica y recuerdo de un tiempo pasado que, a lo que dicen, no ha de volver ya que es de todos bien sabido que se acabaron las guerras y los campos de concentración.”[23]), o veo entrar a la escuela a unos adolescentes marroquíes protegidos de unos energuménicos padres que, por supuesto, no se han enterado de que hubo unos niños de Morelia, o esas hordas de salvajes portando las insignias nazis que se pasean por toda Europa, sí que tengo nostalgia, nostalgia de estos empecinados que como Max Aub intentaron cambiar la realidad, que casi lo logran y que dejan constancia en sus “manuscritos cuerdos”.

 Proyecto Clio

 



[1] Cara y Cruz. Iconografía de Max Aub.  Fundación Max Aub, Segorbe, 2000, p. 14

[2] Francisco Umbral.

[3] Me acabo de enterar que la autoría de la broma es de Tito Monterroso porque está publicada en el libro que acaba de editar (muy bellamente por cierto) la Fundación Max Aub: Cara y cruz. Iconografía de Max Aub. Presentación de José Luis Martínez y Antonio Muñoz Molina. Investigación, Iconografía y selección de textos de Alba C. de Rojo. España (sic), 2000, p.72. Por eso la he reproducido casi fielmente, sólo cambiando el tiempo de los verbos para que tenga sentido.

[4] Antología de relatos y prosas breves de Max Aub. México D. F. Universidad Autónoma Metropolitana, 1993

[5] “Max Aub y la poesía de las dos orillas” en Poesía y exilio. Los poetas del exilio español en México. Edición a cargo de Rose Corral, James Valender y Arturo Souto, México, El Colegio de México, CELL, 1995, pp. 256-257.

[6]“Las patrias de Max Aub” en Max Aub: veinticinco años después. Dirigido por Ignacio Soldevila Durante y Dolores Fernández. Madrid, Editorial Complutense, 1999 pp. 45-53

[7] Manuscrito cuervo p. 53

[8] Ibidem, pag. 136

[9]en Poesía y exilio Opus cit., pp.29-32

[10] Joaquina Rodríguez Plaza. Opus cit. p.

[11] Joaquina Rodríguez Plaza. opus cit., p. 47

[12] Joaquina Rodríguez Plaza. Opus cit., p. 84

[13] Manuscrito cuervo,  p. 57-58

[14] El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo. Edición de Javier Pérez Bazo. Archivo biblioteca Max Aub, Segorbe, 1993, p. 9-10

[15] Max Aub. El teatro español sacado a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo. Segorbe,  Ayuntamiento de Segorbe, 1993, pp. 3-39

[16] “La emigración republicana española en México en Literature of Emigration p.606

[17] Ibidem p.612

[18] Idem  p.614

[19] Christopher Domínguez Michael y José Luis Martínez.  Historia de la literature mexicana. P. 129

[20] Max Aub. La gallina ciega p.

[21] Max Aub “A los que nos han seguido” en Revista de la Universidad

[22] Francisco Segovia. Texto leído en el ciclo de conferencias “Babel, Ciudad de México”, el 23 de marzo de 1999, y publicada luego en el libro del mismo nombre. La cita la tomo del manuscrito que me facilitó el autor. Pag. 1.

[23] Max Aub. Op. cit. p. 47