Página de inicio Las musas según Hesíodo

Hesíodo es un poeta griego del siglo VII a. C. Escribió dos obras importantes: Los trabajos y los días, donde describe la vida de los campesinos de su tiempo y enseña cuando ha de hacerse cada trabajo del campo; y la Teogonía donde habla de los dioses griegos.
El texto siguiente pertenece a esta última obra y en él Hesíodo habla sobre las Musas.

Hesíodo, Teogonía, 1-103.

 

Comencemos nuestro canto por las Musas Heliconíadas, que habitan la montaña grande divina del helicón. Con sus pies delicados danzan en torno a una fuente de violáceos reflejos y al altar del muy poderoso Cronión. Después del lavar su piel suave en las aguas del perneso, en la fuente del Caballo, o en el divino olmeo, sorman bellos y deliciosos coros en la cumbre del helicón y se cimbrean vivamente sobre sus pies. Partiendo de allí, envueltas en densa niebla marchan al abrigo de la noche, lanzando al viento su maravillosa voz, con himnos a Zeus portador de la égida, a la augusta Hera argiva calzada con doradas sandalias, a la hija de Zeus, portador de la égida, Atenea de ojos glaucos, a febo Apolo y a la asaeteadora Ártemis, a Posidón que abarca y sacude la tierra, a la venerable Temis, a Afrodita de ojos vivos, [a Hebe de áurea corona, a la bella Dione, a Eos, al alto Helios y a la brillante Selene,] a Leto, a Jápeto, a Cronos de retorcida mente, a Gea, al espacioso Océano, a la negra Noche y a la restante estirpe sagrada de sempiternos Inmortales.

Ellas precisamente enseñaron una vez a Hesíodo un bello canto mientras apacentaba sus ovejas al pie del divino Helicón. Este mensaje a mí en primer lugar me dirigieron las diosas, las Musas Olímpicas, hijas de Zeus, portador de la égida:
"Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan solo. Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad."

Así dijeron las hijas bienhabladas del poderoso Zeus. Y me dieron un cetro después de cortar una rama de florido laurel. Infundiérome voz divina para celebrar el futuro y el pasado y me encargaron alabar con himnos la estirpe de los felices Sempiternos y cantarles siempre a ellas mismas al principio y al final. Mas, a qué me detengo con esto en torno a la encina o a la roca?

!Ea, tú!, comencemos por las Musas que a Zeus padre con himnos alegran su inmenso corazón dentro del Olimpo, narrando al unísono el presente, el pasado y el futuro. Infatigable brota de sus bocas la grata voz. Se torna resplandeciente la mansión del muy resonante Zeus padre al propagarse el delicado canto de las diosas y retumba la nevada cumbre del Olimpo y los palacios de los Inmortales.

Ellas, lanzando al viento su voz inmortal, alaban con su canto primero, desde el origen, la augusta estirpe de los dioses a los que engendró Gea y el vasto Urano, y los que de aquéllos nacieron, los dioses dadores de bienes. Luego, a Zeus padre de dioses y hombres, [al comienzo y al final de su canto, celebran las diosas], cómo sobresale y con mucho entre los dioses y es el de más poder. Y cuando cantan la raza de los hombres y los violentos Gigantes, regocijan el corazón de Zeus dentro del Olimpo las Musas Olímpicas, hijas de Zeus portador de la egida.

Las alumbró en Pieria, amancebada con el padre Crónida, Mnemósine, señora de las colinas de Eleuter, como olvido de males y remedio de preocupaciones. Nueve noches se unió con ella el prudente Zeus subiendo a su lecho sagrado, lejos de los Inmortales. Y cuando ya era el momento y dieron la vuelta las estaciones, con el paso de los meses, y se cumplieron muchos días, nueves jóvenes de iguales pensamientos interesadas sólo por el canto y con un corazón exento de dollores en su pecho, dió a luz aquélla, cerca de la más alta cumbre del nevado Olimpo.

Allí forman alegres coros y habitan suntuosos palacios. Junto a ellas viven entre fiestas las gracias e Hímero. Y una deliciosa voz lanzando por su boca, cantan y celebran las normas y sabias costumbres de todos los Inmortales, [lanzando al viento su encantadora voz].

Aquéllas iban entonces hacia el Olimpo, engalanadas con su bello canto, inmortal melodía. Retumbaba entorno la oscura tierra al son de sus cantos, y un delicioso ruido subía de debajo de sus pies al tiempo que marchaban al palacio de su padre. Reina aquél sobre el cielo y es dueño del trueno y del llameante rayo, desde que venció con su poder al padre Cronos. Perfectamente repartió por igual todas las cosas entre los Inmortales y fijó sus prerrogativas.

Esto cantaban las Musas que habitan las mansiones olímpicas, las nueve hijas nacidas del poderoso Zeus: Clío, Eutrerpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Érato, Polimnia, Urania y Calíope. Ésta es la más importante de todas, pues ella asiste a los venerables reyes. Al que honran las hijas del poderoso Zeus, y le miran al nacer, de los reyes vástagos de Zeus, a éste le derraman sobre su lengua una dulce gota de miel, y de su boca fluyen melífluas palabras. Todos fijan en él su mirada cuando interpreta las leyes divinas con rectas sentencias, y él con firmes palabras, en un momento, resuelve, sabiamente, un pleito por grande que sea. Pues aquí radica el quelos reyes sean sabios, en que hacen cumplir en el ágora los actos de reparación a favor de la gente agraviada fácilmente, con presuasivas y complacientes palabras. Y cuando se dirige al tribunal, como a un dios le propiecian con dulce respeto y él brilla en medio del vulgo. ¡Tan sagrado es el don de las Musas para los hombres!

De las Musas y del flechador Apolo descienden los aedos y citaristas que hay sobre la tierra; y de Zeus, los reyes. ¡Dichoso aquél de quien se prendan las Musas! Dulce le brota la voz de la boca. Pues si alguien, víctima de una desgracia, con el alma recien desagarrada se consume afligido en su corazón, luego que un aedo servido rde las Musas cante las gestas de los antiguos y ensalce a los felices dioses que habitan el Olimpo, al punto se olvida aquel de sus penas y ya no se acuerda de ningunas desgracia. ¡Rápidamente cambian el ánimo los regalos de las diosas!

Traducción realizada por Aurelio Pérez Jiménez, en Hesíodo, Teogonía, ed. Gredos, Madrid, 1990.

 

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Aránzazu Marín Alonso (Universidad de Zaragoza)  Proyecto Clío