Alicia Alted Vigil (Dpto. de Historia Contemporánea, UNED)
Artículo publicado en Arenal. Revista de historia de las mujeres, Granada, vol. 4, núm. 2, julio-diciembre de 1997, pp. 223-238
Para María Luisa Elío, que tan hondamente ha sentido y transmitido el significado de un exilio y, sobre todo, del exilio vivido por la mujer. Por esa bella película que es "En el balcón vacío"
A lo largo de la II República la mujer alcanzó cotas de presencia en la vida social y política del país desconocidas hasta entonces. La guerra civil enfrentó a los españoles en una lucha de ideas y entre clases en donde cada bando contendiente tenía su visión de la realidad con una multiplicidad de ramificaciones en la zona republicana, mucho más monolítico en la zona franquista. Esa división alcanzó también a la mujer que se convirtió no sólo en punta de lanza de los discursos oficiales de los dirigentes de ambas zonas, sino también en el elemento clave que iba a sustituir, como ya había ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, al hombre llamado a filas en las faenas agrícolas e industriales. Hacia falta que los campos rindiesen más, la industria bélica reclamaba un incremento continuo en la producción de armamento y de municiones, se tenían que coser a marchas forzadas prendas para los combatientes y había que alimentar a una desvalida población de niños, ancianos, mutilados, soldados convalecientes... en la retaguardia.
El carácter de revolución popular que revistió la guerra en la zona republicana en los primeros momentos de la sublevación, hizo que las mujeres, alentadas por un discurso igualitario en su participación en la guerra junto con el hombre, se alistaran en los batallones y cuerpos de milicias que de forma voluntaria se organizaron desde los primeros días. Pronto, sin embargo, un decreto de octubre de 1936 por el que se reorganizaban las Milicias Populares dispuso, entre otras medidas, la retirada de las mujeres de los frentes y su reclusión a tareas auxiliares en el frente (de intendencia y servicios) o a las que tradicionalmente había desarrollado en situación de paz, en retaguardia. Muchas mujeres no aceptaron esta retirada y continuaron luchando, pese a tenerlo prohibido, durante algunos meses más. Como siempre había ocurrido, afrontaron los mismos riesgos y peligros que los hombres, pero siempre tuvieron que demostrar que eran doblemente heroicas y abnegadas, porque heroica a secas no bastaba. Nombres como los de Lina Odena. Aida Lafuente, Juanita Rico, Manolita del Arco o Rosita la Dianmitera, por poner algunos ejemplos, perduran en la memoria histórica (de las mujeres) aunque no aparezcan en los libros que se escriben sobre la guerra civil[1].
En la retaguardia las mujeres se dedicaron a tareas de cuidado de enfermos, niños, ancianos, intendencia, labor educativa en las escuelas. También fueron reclamadas para “servicios especiales de información (espionaje, transporte de armas, enlaces). Junto a esto, la mayoría de ellas, convertidas en cabezas de familia por la movilización de padres, hermanos, esposos, tuvieron que ingeniárselas para sacar adelante a la familia a su cargo trabajando en lo que podían y teniendo que recurrir en muchas ocasiones a la prostitución para sobrevivir. Además, en la zona republicana, el avance de las tropas franquistas y las sucesivas caídas de los frentes llevó a las mujeres a desplazamientos de unos lugares a otros, cargadas con las escasas pertenencias que podían llevar a cuestas y con los hijos. Recogidas en refugios, iban a participar en las tareas de evacuación y desarrollaron una labor positiva en las colonias escolares que se crearon, sobre todo en Levante y Cataluña, para alejar a los niños de los escenarios de la guerra. También fueron en su mayor parte mujeres quienes acompañaron a los niños en las expediciones colectivas que se organizaron durante la guerra a varios países europeos (Rusia, Suiza, Bélgica, Francia e Inglaterra).
Muchas mujeres se habían incorporado a la lucha política y sindical en los años de la República. Ahora siguieron participando en mítines y otros actos de propaganda en pro de la causa republicana. Uno de los grupos más activos fue el de Mujeres Libres creado en abril de 1936. Este grupo y la revista del mismo nombre había sido fundado por Lucia Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch Gascón. Vinculado al Movimiento Libertario (ML), tenía como principales objetivos la liberación de la mujer y su integración plena en todos los campos de la actividad económica, social y política, lo que incluía su participación no sólo como militante de base en la sindical obrera Confederación Nacional del Trabajo (CNT), sino también en los diversos organismos de dirección de la misma. Dadas las diferentes concepciones que sobre la función de la mujer existían dentro del ML, las reivindicaciones de Mujeres Libres y su postura ante la cuestión femenina fue criticada en el seno de la CNT y faltó apoyo para que algunos de sus propósitos pudieran lograrse. No obstante su labor durante la guerra en la retaguardia fue enormemente positiva y el espíritu que las animaba acompañó a la mayor parte de ellas en el exilio[2].
La militancia de la mujer en la guerra llevó a muchas a la cárcel, otras fueron fusiladas. A esto hay que unir la dura represión a la que fueron sometidas en los primeros años de la posguerra muchas de las que se quedaron y las que tuvieron que partir hacia el exilio, que son ahora nuestras protagonistas.
Si repasamos la extensa bibliografía sobre el exilio republicano español de 1939 apreciamos que el hombre es el eje central de los acontecimientos históricamente significativos, tanto en los libros en los que predominan las cuestiones políticas como en aquellos con una proyección social y cultural. Esto se ve muy claro en lo que se refiere a la participación de los republicanos españoles exiliados en Francia en la Segunda Guerra Mundial y, más en concreto, a la historiografía sobre la Resistencia. Y, sin embargo, cuando rastreamos las fuentes para intentar reconstruir todo ese mundo complejo y clandestino de la lucha contra los alemanes en la Francia ocupada y de la deportación a los campos de exterminio nazis, no hacemos más que toparnos con nombres de mujeres anónimas que no aparecen en ningún monumento ni lápida conmemorativa. Remito en primera instancia al estremecedor libro de Neus Català, De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas[3]. Los testimonios orales que recoge, junto con la fuerte carga emotiva de las fotografías, nos dan una idea diferente y a la vez complementaria de lo contenido en otros libros que abordan estos temas escritos por protagonistas (hombres) de los hechos o por historiadores que hacen uso de la fuente oral. Un reciente artículo de María Fernanda Mancebo sobre “Las mujeres españolas en la Resistencia francesa[4] nos aporta valiosa información complementaria sobre un tema todavía muy poco conocido en lo que se refiere a las mujeres.
En dos libros de los últimos años podemos calibrar la importancia de la fuente oral (es evidente que junto con otras fuentes) para la reconstrucción del entramado del exilio y, sobre todo, del papel jugado por la mujer en el mismo. Uno es el de Ingrid Strobl, La mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana, 1936-1946[5], interesante porque no sólo vemos a la mujer participando en la Resistencia como enlace, distribuyendo octavillas..., sino que la contemplamos luchando con las armas como guerrillera. Los problemas que la autora ha tenido para reconstruir esta historia de mujeres anónimas que arrastraban el triple estigma de ser comunistas, mujeres y judías, los relata en el prefacio que abre el libro. El segundo, al que volveremos más adelante, es el de Pilar Domínguez Prats, Voces del exilio. Mujeres españolas en México, 1939-1950[6]. Recientemente Shirley Mangini ha publicado un libro sobre Recuerdos de la Resistencia. La voz de las mujeres de la guerra civil española[7], en donde trata de reconstruir la percepción que las protagonistas tuvieron de los acontecimientos que vivieron. Un capítulo final lo dedica a las exiliadas. Su mundo de representación lo revive a través de una serie de textos memorialísticos escritos por algunas de ellas. A colación de lo que estamos escribiendo, es curioso constatar como aquellos libros en los que la mujer aparece con una relevancia inusual o como protagonista de acontecimientos históricos, están escritos por mujeres. Lo mismo ocurre con los libros de testimonios en los que la fuente principal es la fuente oral. Un libro ampliamente utilizado por quienes trabajamos en estos temas es el de Antonio Soriano, Éxodos. Historia oral del exilio republicano español en Francia, 1939-1945[8]. De los diecisiete testimonios que recoge, uno sólo es de una mujer, el de la modista Rosa Laviña.
Francia y México fueron los dos países fundamentales de acogida de los republicanos españoles de 1939. Aunque hay una notable diferencia en cuanto al volumen de refugiados asentados en uno u otro país, las características del exilio mexicano ha propiciado una más extensa bibliografía que se refleja también en lo que concierne a las mujeres. No hay, por ejemplo, para Francia o para la Unión Soviética un libro similar al de Pilar Domínguez. Si en cambio podemos rastrear el itinerario que se vieron obligadas a seguir una serie de republicanas españolas por Europa hasta la llegada y asentamiento de la mayor parte en México a través de sus propios testimonios escritos y recogidos en el libro colectivo: Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio[9].
Un intento de visión interrelacionada de las categorías de género (hombre/mujer) y de espacio (privado/público) la tenemos en el proyecto de elaboración de un Archivo de historia oral sobre Refugiados españoles en México (Guerra civil y exilio), iniciado en 1977, por una serie de investigadoras (hijas de refugiados o vinculadas a este colectivo): Concepción Ruiz Funes, Enriqueta Tuñón, Elena Aub, María Luisa Capella... y coordinado por Dolores Plá. Componen el Archivo ciento veinte entrevistas (setecientas horas de grabación y unas veinticinco mil páginas de transcripciones mecanografiadas) de las que ochenta y cuatro son a hombres y treinta y tres a mujeres. Sobre la base de este material se han publicado una serie de estudios. Uno de los más recientes es el de María Luisa Capella: Identidad y arraigo de los exiliados españoles (Un ejemplo: Mujeres valencianas exiliadas) recogido en el libro El exilio valenciano en América. Obra y memoria[10]. Hablando con Concepción Ruiz Funes en México, en noviembre de 1996, me aludía a un trabajo que había escrito y que estaba en prensa en el que, utilizando también como fuente básica estas entrevistas, analiza lo que significó para las exiliadas españolas el descubrimiento de la cocina mexicana y la manera como la habían ido incorporando a la forma de cocinar que traían de España que, a pesar de todo, se preservó aunque las fabes no fueran como las asturianas, el aceite como el de Jaen o el arroz y los garbanzos como los de Valencia y Murcia.
El éxodo de finales de enero y principios de febrero de 1939 condujo al Departamento francés de Pirineos Orientales a un contingente de población que se sitúa en torno a las 465.000 personas. Su procedencia geográfica era muy diversa con un predominio de catalanes y aragoneses, también se daba una diferenciación social, profesional y en cuanto a la adscripción política. Era todo un colectivo el que se veía obligado a exiliarse, pues, junto a los restos de un ejército en derrota, a los dirigentes políticos, a los cuadros de la administración republicana; iban mujeres, niños, ancianos... No hay datos exactos sobre el volumen de mujeres y niños que formaban parte de este éxodo. Javier Rubio[11] estima que de esa cifra mencionada, unas 170.000 eran población civil. Se conservan numerosos testimonios orales, escritos, iconográficos, sobre la forma precipitada como huyeron y pasaron la frontera. Más adelante recogemos uno significativo y extrapolable a la masa anónima de mujeres que pasaron la frontera.
Nada más pasar a Francia, los españoles eran agrupados en campos de selección. Se producían entonces las separaciones familiares. La mayoría de las mujeres y niños eran conducidos en camiones o trenes hacia distintos pueblos del interior de Francia donde eran alojados en improvisados refugios. Una parte acabaron en los campos de la arena. Muchas, desesperadas por las condiciones en las que se encontraban, claudicaron ante las presiones que ejercía el gobierno francés para que retornaran a España. En unos casos estos retornos fueron voluntarios, pero en otros, mujeres y niños fueron llevados sin su conocimiento en trenes a la frontera y allí entregados a las autoridades españolas. “En Le Mans, recuerda Rosa Laviña, nos pusieron en el tren sin decirnos adónde nos llevaban. Menos mal que entre nosotras había mujeres más curtidas, de cierta edad, y en las estaciones observaban el itinerario, dándose cuenta de que nos llevaban hacia la frontera española. Como entonces ya se sabía el caso de refugiados vascos que se los habían llevado a España sin decirles nada, empezó a armarse un follón de órdago (...). Efectivamente, nos paramos en Perpiñán, y allí nos informaron de que las que quisieran ir a España, las llevarían a España; y las que no, se quedarían aquí, pero en un campo de concentración. Así ocurrió[12].
Junto a este deseo de fomentar el retorno a España, el gobierno francés trató de alentar la reemigración a terceros países. En los primeros momentos del éxodo, los republicanos españoles resultaban unos elementos gravosos y molestos. Más tarde se vería su utilidad, sobre todo en el caso de los hombres. En esta reemigración, el país que acogió un mayor volumen de refugiados fue Francia, unos 22.000 entre 1936 y 1948. Según se recoge en el libro mencionado de Pilar Domínguez, resulta difícil cuantificar, en el conjunto de esa cifra, el número de mujeres y niños. En su investigación trata de reconstruir la vida de las mujeres españolas exiliadas en México, sobre la base de las concepciones que se han impuesto en los últimos años en el ámbito de la historiografía femenina en torno a la categoría de género. El punto de partida fue la selección de una muestra significativa de 48 mujeres y 5 hombres a los que entrevistó en profundidad. Con objeto de completar esta muestra, Pilar Domínguez consultó las transcripciones de esas entrevistas que forman parte del Proyecto de Archivo de la Palabra al que hemos aludido, así como una muestra de 1.500 expedientes del conjunto de 7.920 expedientes del Archivo de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE). De la consulta de esos expedientes se desprende que el número de mujeres adultas incluidos en los mismos es de 6.330. A esta cifra hay que añadir la de los datos referidos a las ayudas concedidas por el Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE), con lo que se llega a una cifra aproximada de 8.000 mujeres como integrantes del colectivo de republicanos españoles en México.
En cuanto a las características sociodemográficas y profesionales, el grupo de edad más numeroso era el comprendido entre los 25 y los 40 años, con un predominio de las mujeres casadas. Procedían en su mayoría de Cataluña, Castilla la Nueva y Andalucía Un gran porcentaje, sobre todo de mujeres casadas, se dedicaban a sus labores y poseían una baja cualificación, sólo estudios primarios, a veces sin terminar. Las que trabajaban, se concentraban en el sector industrial (industria textil) y en el sector servicios en el que destacaba una minoría cualificada de maestras, intelectuales y profesionales. Aunque es una investigación que está pendiente, pienso que estas características que configuran el grueso del colectivo de mujeres exiliadas en México también se puede extrapolar al caso francés, aunque con determinadas matizaciones y diferencias significativas de acuerdo con el distinto contexto histórico de ambos exilios.
Como también señalamos, en los años de la Segunda Guerra Mundial, las españolas que estaban en Francia tuvieron que ingeniárselas como pudieron para sobrevivir. Junto a la población francesa, sufrieron las consecuencias de la débâcle. Ya mediante una carta de 11 de septiembre de 1939 dirigida desde el Ministerio del Interior francés a los Prefectos, se indicaba que en los albergues se diera prioridad a la población francesa evacuada frente a otros extranjeros, entre los que estaban los republicanos españoles. Una Orden de abril de 1940 decretaba el cierre definitivo de todos los albergues. La disyuntiva para las mujeres y niños que se encontraban en los mismos eran el retorno, la reemigración a un tercer país o la supervivencia clandestina. Una parte de las mujeres fueron internadas en campos represivos por su militancia política, por estar indocumentadas o por su rebeldía. Fueron, de otro lado, activas colaboradoras en la Resistencia. No participaron en actos heroicos, no fueron condecoradas, pero hicieron posible que sus compañeros los llevaran a cabo.
Recuerda Bárbara (Libertad) Rocafull: Cuando yo fui la última vez a la cárcel a ver a mi marido habían caído nueve camaradas, los nueve pasaron por la cárcel. [Cuando fui a la cárcel] llevaba a mi niña porque entre las trenzas del pelo le metía cosas para su padre y su padre, cuando iba, la abrazaba, la besaba, le soltaba el pelo y cogía... (...). [Y buscando a mi marido] me voy al ‘bureau’ de los alemanes. Me habían encargado los guerrilleros que pasara por el café de la Gare (de Toulouse) que tenía una maleta a recoger. Yo era un enlace entonces [1943]. Pasé por el café de la Gare, me dieron una maleta y con mi maletita ¡eh! fui a la estación, al ‘bureau’ de los alemanes (...). Y pregunté por mi marido (...). Me dicen: ‘su marido no sabemos donde está señora, márchese usted tranquila que si algo sabemos le comunicaremos’. Me bajé, cogí mi maleta, cogí el tren y me fui al Ariège, con mi maleta, escasamente hablaba mi niña entonces. Llego al tren, puse mi maleta, vienen los gendarmes, los alemanes, a mirar a la gente, a pedir la documentación. Yo iba sin documentación, pero llevaba un papel de la alcaldía que me habían recogido la documentación. Vienen y [mi niña dice]: ‘esta es la maleta de mamá’. Y ellos dicen: ‘pues puesto que es la maleta de mamá nosotros no la vamos a tocar. ¡Ay!. Yo no sé como me pude resistir. Los alemanes miraron todas las maletas menos esa y bajé con la maleta y había metralletas desarmadas en la maleta[13]
Terminada la guerra, las exiliadas que se quedaron en Francia o en
otros países de Europa y América, tuvieron que adaptarse necesariamente al
país de acogida, volviendo otra vez a su mundo privado y cotidiano, a ese
tejer la vida de los demás a base de destejer la suya propia (destino común
de las mujeres). Fueron ellas quienes trataron de recomponer en modestos hogares,
alquilados en su mayoría, en pensiones o en pisos compartidos; el mundo que
habían perdido. Ellas preservaron la lengua, la cocina, las costumbres de
su país y a su vez, de forma natural y callada, incorporaron los hábitos del
país de acogida. Fueron pieza clave en el proceso de integración de los hijos,
a la vez que hacían más llevadero el sentimiento permanente de provisionalidad,
el obligado exilio sin fin de los hombres. No solían participar en las discusiones
políticas de los hombres. Escuchaban y asentían. El marido tenía su tertulia
en el café, ellas se reunían en las casas y aquí hablaban de los hijos, de
lo cara que estaba la vida... Eran protagonistas activas en los actos culturales
colectivos y en las excursiones domingueras (jiras). En suma, siempre presentes,
pero invisibles en su rico y poco conocido mundo privado[14].
Teresa Gracia es escritora y también de los pocos niños de la guerra civil española que ha vivido y después hablado sobre su experiencia en los campos de concentración franceses de Argelès-sur-mer y de Saint Cyprien. Fue a estos campos con su madre, buscando a su padre. En julio de 1995 la entrevisté en su casa de Madrid, una casa del siglo XIX, en pleno centro, junto a la calle Huertas; en el cuarto piso al que se accede por una empinada escalera, en una zona abuhardillada que se corresponde con el tejado de la vivienda. Allí, en una pequeña habitación de techo inclinado y con una abertura a modo de lucernario por donde penetra la luz, plasma sus recuerdos en el papel utilizando todavía una máquina de escribir de los años cuarenta. Escribe poesía. Tiene un hermoso libro, Destierro, con prólogo de María Zambrano[15] y obras de teatro. La que aquí nos interesa mencionar es Las Republicanas, escenificación dramática de sus recuerdos que, a la vez, quieren ser los recuerdos de todos los niños que se vieron abocados a su misma experiencia. Las Republicanas, tal y como escribe Teresa en el pórtico de la obra es una Tragedia, tratase del último suspiro, convertido en palabra, de quien está fuera de su elemento. Debido a la magnitud del texto, se han necesitado gran cantidad de peces cuyos nombres no podemos dar aquí; pero sépase que cada una de nuestras heroínas recuerda la gloria de, por lo menos, un banco de sardinas[16].
Lo que recojo aquí no es una trascripción literal de la entrevista en el sentido estricto del término[17]. Si que he respetado fielmente el contenido de la misma, pero he procurado impregnar el diálogo mantenido entre las dos de la cadencia poética y de la sensibilidad estética que aflora en el habla de Teresa. El tono de su voz, la manera como se expresa, los silencios, las metáforas, las frases que convierte en hermosos versos capaces de iluminar hasta lo más doloroso del alma...; todo esto lo he intentado transmitir a través de una narración que arropa los recuerdos de la protagonista. Para entender mejor el cómo y el porqué de su presencia en los campos me remonto al día en que nació, el 22 o el 23 de enero (sus padres nunca se pusieron de acuerdo sobre este extremo).
Nació en Barcelona, en 1932. Su padre, capitán de artillería, era aragonés. Su madre de Burgos. Fue hija única y silenciosa. Pasó unos meses, ya niña, en un internado de monjas teresianas y después su padre la mandó a un internado donde estaban hijos de anarquistas. Sus recuerdos de la guerra: los bombardeos. Su abuela paterna la enseñó a leer y a escribir, con lo que salió de España, gracias a su abuela y a Dios, sabiendo leer y escribir. Un buen soporte. Salió de Barcelona el 23 de enero de 1939, con su madre, una tía y un primo. Me dice, interrumpiendo el relato, ve preguntándome, los recuerdos se me presentan todos a la vez, como si quisieran tener su ración de presente. Recuerdo el entierro de Durruti, la cantidad de gente.
Durante la guerra, en la escuela, la maestra decía a los niños que se pusieran debajo de las mesas. Evidentemente si caía una bomba no tenían nada que hacer, pero las mesas les podían proteger de la metralla y de los cristales rotos. Ya de mayor, en Roma, se compró una mesa porque le recordaba a las de la escuela. Todavía la conserva. Recuerda también el sentimiento de culpabilidad ante los camiones de muertos. Eran conscientes de lo que pasaba. Los niños entonces éramos muy serios. No se acuerda, en cambio, del lugar de donde salieron, pero si que estaban en lo alto de una loma, su madre, ella, su tía y su primo. Su tía estaba llorando por la colcha que dejaba. Y desde allí se veía el incendio de Barcelona, desapareciendo...
Cuando salieron de Barcelona un camión les llevó cree que a Besalú y a partir de aquí a pie, hasta la frontera. Teresa llevaba alpargatas y se la llenaron de barro. Llegó a la frontera con barro español, ¡qué algo es algo!. Llegó con frío, llovía y había charcos de agua de los que bebían, o al menos ella recuerda haber bebido de un charco. Por una casualidad pasaron la frontera detrás de Federico Urales, tenía el pelo blanco. Muchas mujeres iban con su ajuar. Mi madre durante veinte años estuvo hablando de sus sábanas y preguntándose que habría sido de ellas. En los borde de los caminos, hacia la frontera, había montones de maletas abiertas con ropa abandonada. Se abrían las maletas para sacar algún recuerdo y se dejaban por el camino porque no se podía con el peso. Entonces, las mujeres echaban una última mirada de cariño a su ropa bordada y seguían para arriba.
Pasamos la frontera a pie. Habíamos estado andando dos días. Mamá tenía un bote de leche condensada para cuatro personas. De ahí la sed y la necesidad de beber en los charcos. Hacia la frontera se iba tristemente, aunque con cierto valor. No me di realmente cuenta de la situación hasta que llegué a la frontera y vi a los franceses. Allí tuve una crisis de histeria y de llanto y dije que me volvía para atrás, yo sola. Fue el momento del paso de la frontera, cuando vi que los gendarmes hablaban una lengua endiablada, que estaban de muy mal humor, que nos separaban con el allez!, allez!. Yo entonces dije que me volvía y lástima de no haberlo hecho. Los franceses corrían más que yo.
A algunas mujeres y niños nos metieron en trenes y nos iban parando en pueblos en los que nos bajaban por grupos. Llegamos a un pueblo. Mi tía iba llorando porque desde el asunto de la colcha no había dejado de llorar. Eso me inspiró varios parlamentos. Nos bajaron en un pueblo, creo que del Macizo Central, que se llamaba Saint Simón y nos llevaron a un albergue. Entre las mujeres había una sordo-muda de ojos azules. Se decía que era hija de un marqués, casada con un socialista que se la había llevado al exilio. Su desesperación era que los niños no supiesen leer ni escribir, así que entre las dos les enseñábamos. Ella dibujaba las letras y yo las decía en voz alta.
En el albergue dormíamos los cuatro en una habitación. A los niños nos llevaban a una escuela del pueblo, pero el maestro, desesperado de que no le entendiéramos, se ponía a tocar el violín. Los niños españoles estábamos solos en un aula. Los niños en España llevábamos batas blancas, en Francia llevaban batas negras con un tipo de calzado que les daba un aire muy triste. Tomábamos mucha leche y patatas, que era lo que producía el pueblo y nos daban algo de ropa. Las mujeres estaban preocupadas por sus maridos y compañeros. Se ocupaban de la cocina, limpiaban, lavaban la ropa... Hablaban muy poco de lo de España y menos delante de los niños. Las mujeres de aquí eran anarquistas y en cuanto a su procedencia, en su mayoría catalanas, andaluzas y aragonesas. Lo que peor recuerdo es la cuestión del tiempo.
En diciembre de 1939 entramos voluntariamente en el campo. Antes nos habían llevado a otra ciudad, Aurillac, y estábamos en hoteles esperando. Mi madre aquí se enteró, no sé como, de que mi padre estaba en Argelès (mi tío José se encontraba en la línea Maginot). Y muy democráticamente me dijo: ¡fíjate!, vamos a votar si entramos o no voluntariamente en los campos. Yo le dije que si y me alegré porque así compartimos la suerte de muchos de nuestros compañeros. Entonces nos escapamos porque donde estábamos era una residencia vigilada y nos fuimos, mi madre y yo, de tren en tren, con prohibición absoluta de hablar, hasta llegar a Perpignan y desde aquí, a pie, a los campos. Yendo creo que al de Saint Cyprien (habla de este campo y del de Argelès indistintamente), vimos a los bordes del camino, me pareció, miles de crucecitas. Cuando estábamos llegando al campo mi madre apretó el paso. En la puerta tuvimos que esperar porque, si era difícil salir de aquel lugar, también era difícil aceptar por parte de ellos un rasgo de moral en nosotros. Teníamos que ser salvajes, bestias, asesinos...
Estuvimos muchas horas sin que aceptasen nuestra entrada hasta que, por fin, nos metieron a empujones en una barraca donde había arena negra y mojada. Recuerdo que era el 25 de diciembre porque mamá lo decía constantemente. Hoy es el día de Navidad, recuérdalo... Y yo lo recordé, claro. Y una mujer que estaba allí se levantó y nos dio una manta. Y así empezó la solidaridad. Estábamos en un campo de mujeres y niños, podíamos ser miles, guardo el recuerdo de multitud. Las alambradas entraban en el mar para impedir las fugas, más de dos metros, hasta donde ya no se hacia pie. No recuerda que nadie se bañara en aquel mar. Lo cargaron de unas intenciones enemigas que seguramente no tenía, pero... No había nadie tomando el sol, ni bañándose. Los retretes eran pequeñas casetas y por un tubo salían los excrementos hacia el mar. Luego bebíamos de ese agua y venían las diarreas, sobre todo en los niños. No había ningún cuidado médico. Había una mujer enferma de diabetes que no le daban nada, pero ella tenía un tesoro: unas tijeras con las que abría a los niños las llagas de la sarna. La sarna empieza con unos granitos exteriores y luego los ácaros se meten por debajo de la piel y forman ampollas y esas ampollas las abría con las tijeras y vaciaba todo el líquido y luego lo limpiaba con agua del mar. Y esa fue la cura que tuve durante un año
Cuando llegamos al campo ya había unas barracas. Nos dieron un plato de aluminio. Uno de los trabajos a los que nos dedicábamos los niños en verano era a barrer la arena, a rastrillar, decíamos nosotros. Cada barraca tenía dos puertas, después nos hicieron con madera y entarimados el pasillo central, los pequeños habitáculos y luego conseguimos dormir sobre algo. Al principio dormíamos en el suelo, todos juntos. Su madre tiene todavía la manta que le dio una mujer andaluza. Los franceses no nos dieron nada. Los niños jugábamos en el campo, ¡ya me dirás a qué con el mal humor que teníamos!. Los juegos útiles consistían en amontonar la arena contra las barracas para impedir que entrara el viento. Niños y niñas mezclados y de todas las barracas. Jugábamos al juego del clavo y de la navaja.
Tiene un vago recuerdo de la celebración de las misas los domingos. En la explanada los hombres y las mujeres estaban separados por una barrera de gendarmes, pero la presión de unos y otras la rompía y allí se mezclaban todos, se saludaban, se intercambiaban noticias y, mientras, el sacerdote diciendo misa lo mejor que podía. Tiene la impresión de que cada vez se decían dos o tres misas seguidas porque aquello duraba mucho, pero el sacerdote era una buena persona. Curiosamente entre aquella masa no todos se declaraban ateos y sentían cierta simpatía hacia el cura.
Mi padre se enfadó un poco cuando supo que estábamos allí. Él sabía
lo que eran los campos de la playa, nosotras no. La primera vez que le vimos
llevaba el mismo uniforme color caqui que la última, antes de separarnos.
Estaba en los campos desde el principio. Se había quedado en Barcelona hasta
la madrugada del 25 de enero. Tenía 39 años cuando pasó la frontera.
Entre las mujeres no había ningún tipo de organización cultural, de ninguna clase. Yo supongo que los hombres harían algo porque eran más activos, pero las mujeres estaban entregadas a una suerte de desgracia, de tragedia antigua. Se lamentaban, no podían hacer nada con las manos porque no tenían nada. Había una barraca donde iban varias mujeres, entre ellas mi madre, y cocinaban unos guisantes horadados por gusanos que nos daban los franceses. Por la mañana nos daban un cafe negruzco y una rodaja de pan. A mediodía esa sopa de guisantes con agua y otra rodaja de pan y por la noche, lo mismo. Cuando la población de gusanos en las cazuelas era mayor que la de guisantes, las mujeres hacían una huelga de hambre. Se echaba entonces todo a la arena y no comías, un día más no importaba. Los niños estábamos esqueléticos, yo con 9 años pesaba 19 kilos, pero no teníamos hambre, sabíamos lo que pasaba. Yo era una niña violenta que lanzaba miradas de odio a los gendarmes, a los senegaleses, una andaluza nos dijo que no mirásemos a las alambradas, que mirásemos al mar.
Las mujeres con la regla menstrual trataban de lavar los paños en un chorrito de agua, tenían muy pocos. No se acuerda bien, porque era niña y no nos hablaban de ello, no lo decían. Entonces las mujeres se apartaban porque lo consideraban como una enfermedad vergonzosa. Yo como niña no fui consciente de esto, no me di cuenta, pero lo debieron pasar muy mal. En Argelès estuvo un año, primero fueron a Saint Cyprien y de aquí a Argelès. Entraron en los campos en la Navidad de 1939 y salieron en diciembre de 1940 o enero de 1941 (no recuerda). Su padre conoció a una señora que tenía a su marido en el frente y esta señora les reclamó. Los tres fueron a Toulouse.
Proyecto Clío
[1] En el conjunto de la inmensa bibliografía sobre la guerra civil española hay escasos trabajos dedicados a estas y otras mujeres que participaron de forma activa en la lucha, en el frente y en la retaguardia, y casi todos los que podemos mencionar están escritos también por mujeres. Destaquemos el libro de Lola ITURBE, La mujer en la lucha social. La guerra civil de España, México, Editores Mexicanos Unidos S.A., 1974, 220 págs. Además: 50 años de lucha, 1939-1989, Homenaje a las mujeres de la guerra civil española, Poder y Libertad, Madrid, núm. 11 (Mujeres del 89, Dossier), pp. 4-71 (Se incluye un artículo de Antonina RODRIGO sobre La mujer: 1939. Represaliada, exiliada, deportada), A. GASCÓN y M. MORENO, Lina Odena, una mujer, s.l., Comissió d’Alliberament de la Dona Lina Ódena PCC, s.a., 64 págs., Antonina RODRIGO, Nuestras mujeres de la guerra civil, Vindicación Feminista, Madrid, núm. 3, 1 de septiembre de 1976, pp. 29-40, y de la misma autora, Rosario Sánchez Mora La Dinamitera, Cuadernos Hispanoamericános, Madrid, mayo de 1992, pp. 13-26.
[2] El libro básico sobre este grupo es Mujeres Libres1936-1939. Edición de Mary Nash, Barcelona, Tusquets Editor, 1975, 236 págs. Más recientemente, la Mémoire de maîtrise de Haroutiounian SANDRINE, Mujeres Libres, 1936-1939. Organización femenina anarquista, Université Aix-Marseille I, 1984. Con especial referencia a las mujeres anarquistas y al grupo de Mujeres Libres, la Mémoire de maîtrise de Isabelle CUENCA, La mujer en el movimiento libertario de España durante la Segunda República, 1931-1939, Université de Toulouse Le Mirail, s.a. En el exilio y ya tardiamente un grupo de “Mujeres Libres publicaron la revista Mujeres Libres de España en Exilio, como portavoz de la Federación “Mujeres Libres, Londres, núm. 1, noviembre de 1964. Dos de sus principales animadoras fueron Suceso Portales y Pepita Carnicer.
[3] Barcelona, Adgena S.L., 1984, 285 págs. Recientemente se ha publicado una nueva edición del libro.
[4] Espacio, Tiempo y Forma. Revista de la Facultad de Geografia e Historia. UNED, Madrid, Serie V.-Historia Contemporánea, 9, 1996, pp. 239-256.
[5] Barcelona, Virus Editorial, 1996, 364 págs. Incluye un capítulo final a cargo de Dolors MARíN sobre Las libertarias españolas, pp. 345-364.
[6] Madrid, Comunidad de Madrid, 1994, 294 págs.
[7] Barcelona, Península, 1997, 258 págs.
[8] Barcelona, Crítica, 1989, pp. 174-179.
[9] México, Editorial Joaquín Mortiz, 1993, 356 págs.
[10] Albert GIRONA y Mª Fernanda MANCEBO (eds.), Instituto de Cultura Juan Gil-Albert/Universitat de València, 1995, pp. 53-67. También sobre las exiliadas valencianas, el trabajo de Mª Fernanda MANCEBO, Las mujeres valencianas exiliadas (1939-1975), en Manuel GARCíA (ed.), Homenaje a Manuela Ballester, València, Institut Valencià de la Dona, 1995, pp. 37-63.
[11] Una última puesta al día de su trabajo pionero: La emigración de la guerra civil, 1936-1939, Madrid, Editorial San Martín, 1977, 3 vols., en La población española en Francia de 1936 a 1946: flujos y permanencias, Josefina CUESTA y Benito BERMEJO (eds.), Emigración y exilio. Españoles en Francia, 1936-1946, Madrid, Eudema, 1996, pp. 32-60.
[12] Entrevista recogida en el libro de Antonio SORIANO, Éxodos, mencionado, p. 176.
[13] Entrevista realizada por Alicia ALTED en Toulouse, el 15 de junio de 1993. Grabada en audio. Duración de dos horas.
[14] Interesante para este tema el trabajo de Gabriela CANO y Verena RADKAU, Lo privado y lo público o La mutación de los espacios (Historia de mujeres, 1920-1940), en Textos y Pre-textos. Once estudios sobre la mujer, México, El Colegio de México, 1991, pp. 417-461. Una reciente puesta al día en relación con la categoría de género en: Guadalupe GÓMEZ-FERRER MORANT (ed.), Las relaciones de género, Madrid, Marcial Pons, 1995, 200 págs.
[15] Valencia, Pre-textos/Poesía, 1982, 37 págs.
[16] Valencia, Pre-textos, 1984, 54 págs.
[17] Grabada en audio. Duración de dos horas. Con la autorización de Teresa Gracia para reproducir su testimonio.