Nigel
Dennis
REDER.
Red de Estudios y Difusión del Exilio Republicano (reder@reder.net)
A comienzos de 1939, ya destrozado
por la guerra, Emilio Prados llega a París y se reúne allí con José Bergamín
que, desde finales de 1936, entre sus diversas tareas prorrepublicanas, trabaja
en la Delegación Cultural de la Embajada de España en Francia. Les une a los
dos escritores una amistad entrañable que, arraigada en su común filiación
malagueña, se remonta a los tiempos de la Residencia de Estudiantes, a la
fervorosa admiración que ambos sienten por la figura de Juan Ramón Jiménez,
y a la aventura de la revista Litoral. Entregados incondicionalmente
a la causa de la República, han compartido, además, una serie de experiencias
decisivas: la Alianza de Intelectuales Antifascistas, el Romancero de la
guerra civil, Hora de España, el Segundo Congreso de Escritores
en Defensa de la Cultura ... El sentido de estas experiencias, así como la
lección permanente que aprenden de ellas, son muy parecidos en los dos, y
Bergamín podría hacer suyas las palabras que Prados escribe a su familia a
finales de 1938:
Hemos tenido una gran enseñanza en estos años de guerra y en
la sucesión de los hechos que en ella se han producido en España. De esta
enseñanza salimos más humanos, más unidos que nunca y más decididos también
a luchar siempre por la verdad. Dispuestos a trabajar sin descanso para conseguirla
y con la gran fe de que sólo el camino que nos hemos trazado ha de dárnosla
...
Desde París, en
los primeros meses de 1939, Bergamín, como otros compatriotas suyos, tiene
que hacer frente a las consecuencias calamitosas de la derrota de la República.
Incluso antes de la caída de Barcelona, ayudado por Juan Larrea y Roberto
Fernández Balbuena (antiguo Director del Museo del Prado), también residentes
a la sazón en la capital francesa, Bergamín ha comenzado allí diversas gestiones
para atender a la situación de los intelectuales españoles que se han visto
obligados a abandonar su país, a menudo en circunstancias penosas. Al mismo
tiempo, los tres exploran la posibilidad de que ciertos países que simpatizan
con la causa de la República acojan, en caso de necesidad, a esos refugiados.
En este contexto surge la Junta de Cultura Española, creada oficialmente en
marzo de 1939, de la cual Bergamín es nombrado Presidente y Larrea, Secretario.
Prados no tarda en unirse a ellos.
La idea fundamental,
la que sirve de principio a la creación de la Junta, es la siguiente (cito
de un documento de la época): salvar la fisonomía de la cultura española en
su continuidad histórica, unificar a todos los emigrados [...], mantener vivo
y eficaz el conjunto de la emigración intelectual española. Como México es
el país que de modo más generoso y explícito acoge las demandas de asilo,
la Legación de dicho país en París juzga conveniente que la Junta se traslade
a la capital de la República Mexicana. Se designa una comisión para tal fin,
y se le da, además, la responsabilidad de preparar, con diversas gestiones,
la emigración intelectual en su conjunto. Forman parte de esta Comisión el
Presidente y varios miembros de la Junta de Cultura, y a ellos se agregan
otros intelectuales que se encuentran en París en ese momento. Así es como
a comienzos de mayo de 1939 concretamente el día 6 Prados y Bergamín salen
de Francia para México, acompañados de otras figuras destacadas de la intelectualidad
republicana, entre ellas José Carner, Eduardo Ugarte, Paulino Massip, Antonio
Sacristán, Miguel Prieto, Joaquín Xirau, Antonio Rodríguez Luna, Roberto Fernández
Balbuena, José Herrera Petere, José Renau y Rodolfo Halffter.
Como se trata de
una comisión oficial, invitada por el gobierno mexicano, el viaje se hace
en condiciones relativamente cómodas, es decir, sin las privaciones y dificultades
de toda índole que padecen los refugiados que cruzan el Atlántico poco después
en el Sinaia y el Winnipeg. El barco que toman Bergamín y Prados
el Veendam llega a Nueva York el 17 de mayo. Allí les esperan dos
autobuses que les llevarán a la ciudad de México, a donde llegan, por fin,
el 26 de mayo. Unos se alojan en el Hotel Regis, y otros en casas particulares.
Prados lo hará, como es sabido, en casa de Octavio Paz.
Este conjunto
de circunstancias viene a resolver los graves problemas prácticos y económicos
que tiene Prados al llegar a París y a levantarle el ánimo un poco. Poco antes
de embarcar, escribe a su familia: ... el viaje no me cuesta nada ni la estancia
... Me voy en condiciones muy buenas. Con todo pagado, libertad total de acción
para mi poesía y solución económica también para el tiempo que esté.... Y
al llegar a México, escribe encantado:
... El viaje que he hecho no puede haber sido más maravilloso.
Atrevesé en auto todos los Estados Unidos y todo México. ¡La ilusión de mi
vida! Vine acompañado de buenos amigos como Bergamín, Miguel Prieto (el pintor),
Petere ... Aquí ya me esperaban buenos amigos también ...
Nada más llegar
a México, Bergamín se dedica a una intensa labor cultural, dentro y fuera
del marco de la Junta de Cultura Española. Le interesa ante todo la posibilidad
de crear un vehículo adecuado es decir, una editorial para salvar, de acuerdo
con los principios fundamentales de la Junta, esa fisonomía de la cultura
española en su continuidad histórica. A este fin no tarda en presentar un
proyecto al Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles, organismo
clave del exilio, presidido por el Dr. José Puche, antiguo rector de la Universidad
de Valencia, y hombre de confianza de Negrín. Después de darle muchas vueltas
al asunto, el Consejo del Comité Técnico acaba por aprobar el proyecto, y
Bergamín, para ponerlo en marcha y, a la larga, para realizarlo plenamente,
piensa en Prados desde el primer momento. De hecho, una vez formalizada la
creación de la Editorial Séneca, hacia finales de 1939, la aportación del
poeta malagueño a la empresa será fundamental.
Bergamín piensa
en Prados como colaborador clave de Séneca por diversos motivos. En primer
lugar, porque el apoyo económico proporcionado por el Comité Técnico le permite
a Bergamín echar una mano a ciertos compañeros del exilio, como Prados, que,
al agotarse la ayuda financiera del gobierno mexicano, se encuentran en circunstancias
difíciles. Es decir, que según las Actas de una reunión del Consejo del Comité
Técnico celebrada en julio de 1939, a Bergamín se le autoriza a dar a los
autores que se encuentran en situación crítica un anticipo distribuido en
dos o tres meses a fin de que puedan ejecutar su trabajo. Aunque no se nombra
explícitamente a Prados, no cabe duda de que Bergamín le tiene presente.
En segundo lugar,
Bergamín piensa en Prados como ayudante profesional de la editorial, queriendo
aprovechar en el mejor sentido su experiencia de impresor acumulada desde
los años de la imprenta Sur y la publicación de los anejos de Litoral.
Recordemos, por otra parte, que entre las cosas que ambos admiran en Juan
Ramón Jiménez está la labor llevada a cabo por el poeta de Moguer como creador
de revistas (Índice, Sí, Ley) y editor de libros (especialmente
los que consituyen la esmerada Biblioteca de Índice). Si el impacto
de esta labor es transparente en el caso de las actividades de Prados en Málaga,
no es menos significativo en el caso de Bergamín en Madrid: la sobria elegancia
de su revista Cruz y Raya así como el aspecto material de los libros
publicados en las Ediciones del Árbol deben mucho al ejemplo del Juan Ramón
editor. Ansioso de valerse de nuevo de ese ejemplo en México, es lógico que
Bergamín quiera contar con la pericia de Prados, quien, de hecho, es nombrado
Director de Trabajos Tipográficos de Séneca por indicación de su amigo.
En tercer lugar,
Bergamín tiene en consideración el nombre de Prados como colaborador literario
de Séneca. No hay que olvidar que en el ambicioso Proyecto de Plan General
de Publicaciones de ‘Ediciones Séneca’, trazado por Bergamín en junio de 1939,
el nombre de Prados aparece varias veces. Por ejemplo, en un esbozo de la
colección Árbol (de tan claras resonancias madrileñas), Bergamín incluye un
Romancero y cancionero español, a cargo de Eduardo M. Torner y Prados.
En la misma colección, se incluye una lista de volúmenes todos titulados escuetamente
Poesías de los siguientes escritores: Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Carlos
Pellicer, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Emilio Prados.
Por razones desconocidas,
ese Romancero y cancionero español no llega a editarse, pero dado el
interés de Prados por ese tipo de poesía de estirpe popular, la propuesta
de Bergamín resulta muy acertada. Sí se edita, en cambio, un libro de poesías
de Prados, en marzo de 1940, bajo el título significativo de Memoria del
olvido. Recordemos brevemente cómo la curiosa configuración de este libro
refleja fielmente las circunstancias de la guerra y del exilio. Por un lado,
recoge el manuscrito de Cuerpo perseguido (1927-28), salvado milagrosamente
del despacho de Bergamín que se proponía publicarlo ya antes del estallido
de la guerra en las Ediciones del Árbol en Madrid en el otoño de 1936 por
la valiente Pilar Sáenz de García Ascot, secretaria de Bergamín en Cruz
y Raya; y por el otro, incorpora una serie de textos de su Diario íntimo
que Prados reconstruye de memoria, puesto que todavía no tiene en su poder
la versión escrita, abandonada en París el año anterior. El título que pone
finalmente al libro editado por Séneca corresponde al que lleva la primera
parte de Cuerpo perseguido, que ahora le parece más adecuado para todo
el conjunto.
El contrato para
la publicación de Memoria del olvido, fechado el 18 de marzo de 1940
y firmado por Bergamín y Prados, es una auténtica curiosidad arqueológica
que tuve la suerte de localizar en México hace unos años. Contiene algunos
detalles que merecen comentarse brevemente. Aunque las condiciones del contrato
corresponden en grandes líneas a las normas adoptadas por Séneca (es decir,
que Prados recibe el 10 por ciento del precio de venta al público, que se
fija en tres pesos), la tirada es de 2000 ejemplares. Esto resulta más generoso
que la tirada de otros libros de Séneca que, salvo en casos excepcionales
como Poeta en Nueva York o las Obras completas de Antonio Machado,
suele ser de un promedio de 1500 ejemplares. Aquí creo ver otro intento por
parte de Bergamín de ayudar a su amigo, puesto que una cláusula del contrato
dice: El Sr. Prados declara haber recibido la cantidad de $500 a cuenta de
sus derechos de autor. Es decir, que gracias a las condiciones especificadas
por Bergamín, Prados recibe el equivalente a cinco meses de sueldo (gana cien
pesos mensuales durante este tiempo); o dicho de otro modo: recibe un adelanto/anticipo
basado en la hipotética venta de más de 1.600 ejemplares del libro. Resulta
que en seis años se venden unos 800 ejemplares de Memoria del olvido
cifra nada despreciable, por supuesto, pero que no se corresponde con el generoso
tratamiento que recibe Prados del gerente de la editorial.
Entre los libros
proyectados por Bergamín en el verano de 1939, hay tres antologías que merecen
reseñarse: una, dedicada a Poetas líricos de lengua española (clásicos),
a cargo de Pedro Salinas; otra, dedicada a La poesía y el pensamiento catalanes,
al cuidado de Miguel y Verges y Joaquín Xirau; y la tercera, de Poetas
líricos de lengua española (modernos), a cargo (siempre según el esbozo
preliminar del plan de publicaciones) del escritor mexicano Xavier Villarrutia.
Las dos primeras no pasan de ser meros proyectos, pero la tercera, andando
el tiempo, se convierte en la famosa y polémica antología Laurel, en
cuya preparación se ven implicados, además de Villarrutia, Octavio Paz, Juan
Gil-Albert y Emilio Prados. Aunque el papel de Prados en la selección y presentación
de los poetas incluidos en Laurel es más bien secundario, es él quien
cuida el aspecto tipográfico del volumen. Escribe a su familia hacia finales
de 1941 hablando con auténtico orgullo de su contribución a éste y a otros
libros editados por Séneca:
... Ya veréis dentro de unos días unos libros que os voy
a mandar, hechos por mí, en cuanto a todo lo que es de imprenta, y uno de
ellos, que es una antología de poetas españoles y americanos (que está dando
mucho que hablar), en cuanto a confección y trabajo de toda clase. Las ediciones
de Séneca son un verdadero éxito tipográfico que ya han hecho escuela y como
yo soy su director, pues todos los laureles son para mí ...
Se le puede perdonar la cariñosa
hipérbole porque, de hecho, la contribución de Prados al enorme impacto que
causan las publicaciones de Séneca en el mundo del libro mexicano e hispanoamericano
en general es absolutamente fundamental. La conjunción de los conocimientos
literarios de Bergamín además de su actitud emprendedora y su criterio casi
infalible y los conocimientos tipográficos de Prados constituye todo un acontecimiento
cultural. Los elogios de los libros que se editan en Séneca, sobre todo los
de la colección Laberinto, son constantes, y los redactan tanto españoles
como mexicanos. Vaya como botón de muestra este juicio de Julio Torre sobre
la edición de las Obras completas de Antonio Machado (1940), edición
ideada por Bergamín y realizada tipográficamente por Prados:
Verdaderamente notable nos parece la reproducción y aun superación
en algunos pormenores de la Biblioteca de la Pléiade por la Colección Laberinto.
Se siente uno orgulloso de que en México se editen libros de tan certero gusto
tipográfico y de una calidad notoriamente europea. Esta edición de las Obras
de Antonio Machado es el más reverente tributo que se ha pagado a poeta moderno
alguno en nuestra lengua ...
Pero no todo
lo que hace Prados en Séneca tiene un éxito incondicional, aunque el público
es decir, los lectores de los libros editados no suele advertir los problemas
que a veces plantea su labor tipográfica. Son los autores, más bien, los que
se quejan de vez en cuando de las erratas que aparecen en sus libros. Resulta
que en Séneca, como anteriormente en las publicaciones de la Imprenta Sur,
se produce un curioso desajuste entre, por un lado, el elogio público de la
labor de Prados y, por el otro, la incomodidad que sienten ciertos autores
frente a las imperfecciones de sus libros.[1] Es evidente
que el criterio del lector, dispuesto por regla general a reconocer la calidad
del aspecto material del libro, no coincide siempre con el exigente criterio
del autor que se fija, como es natural, en cada detalle de la presentación
de sus textos. Recordemos, por otra parte, que Prados como su compañero Altolaguirre
es un impresor autodidacta, que aprende el oficio sobre la marcha. No obstante
la pericia que va adquiriendo así o precisamente porque se va adquiriendo
en esas condiciones , no es de extrañar que de vez en cuando los libros que edita carezcan
de la perfección que a él le hubiera gustado darles. Además, es bien sabido
que la identificación de cualquier torpeza de índole tipográfica le hiere
profundamente. Cuando Jorge Guillén, por ejemplo, le llama la atención sobre
la torpe presentación de un romance suyo en Litoral, el impresor se
siente mortificado: No te puedes figurar, escribe Guillén a Lorca, el disgusto
que esta errata ha causado a Emilio Prados, verdaderamente sensible, y que
ha estado en trance de muerte de desesperación dolorosísima ...
En México se producen
algunas situaciones parecidas. Podría citarse, como ejemplo, el caso de Luis
Cernuda y la publicación en Séneca de La realidad y el deseo, aunque
tratándose de Cernuda, tampoco debería sorprendernos su irritación, que va
dirigida, por otra parte, tanto a Bergamín como a Prados. En noviembre de
1941, desde Escocia, Cernuda escribe a su amigo Rafael Martínez Nadal una
carta en la que se queja del asunto:
No sé si habrás visto mi libro dice . Me han enviado tan
pocos ejemplares que uno dado por necesidad a Atkinson [jefe del Departamento
de Español de la Universidad de Glasgow] tuve que comprarlo a Gili, lo cual
es un detalle para la posteridad si la posteridad decide ocuparse de tales
cosas. Espero recibir más y entonces te enviaré uno. El número de erratas
es considerable, y entre otras estupideces cometidas una es la de llamarlo
Poesías completas ...
La irritación de Cernuda no impide,
sin embargo, que ofrezca otros libros suyos a Bergamín y Prados para su publicación
en Séneca: al Director de la editorial le envía, por ejemplo, el manuscrito
de una serie de narraciones titulado Fantasías de provincias, otro
de ensayos críticos Poesía y literatura y hasta le ofrece su próximo
libro de poesías: Como quien espera el alba. Insatisfacción relativa,
pues.
Igualmente pertinente
en el marco de esta discusión es el caso de Rafael Alberti, otro destacado
autor de la España peregrina vinculado a la aventura de Séneca desde su propio
exilio en Buenos Aires. Desde la capital argentina, escribe a Bergamín en
junio de 1942, acusando recibo de La arboleda perdida, recién publicada
en Séneca:
Tengo, como supondrás, La arboleda perdida, que ha quedado
muy bien, dentro de su sencillez y seriedad; nada mezquino de páginas, cosa
que ya sabía yo. Me alegro que no hayas tenido que incluir en el tomo la Vida
bilingüe y, sobre todo, El trébol florido, que quizás estrene este
año. Lo que no me gusta de la “Arboleda”, y perdona la sinceridad, es el mar
de erratas que lo inunda; algunas, muchas, de verdadera importancia, pues
alteran al sentido de ciertos pasajes. Indudablemente, mi texto debe ser el
causante de unas, las menos; de otras, las más, sólo es responsable la negligencia,
ligereza o ceguera del corrector. Da lástima que ediciones tan perfectas las
mejores que hoy se hacen en América hispana adolezcan de un defecto tan feo
y tan fácil de subsanar. De todos modos, estoy contentísimo de ver un trabajo
cumplido, ya editado, que me gusta y me anima a continuar.
Se trata, por lo visto, de otro caso
de insatisfacción relativa. De todas maneras, es interesante ver los
términos en que Bergamín contesta esta carta de Alberti hacia finales del
mismo mes de junio de 1942:
Querido Rafael:
Después de mucho tiempo sin noticias tuyas
recibo tu carta y quiero, ante todo, explicarte porque el que explica exculpa,
como decía nuestro Don Miguel los motivos, especialmente psicológicos, del
número incalculable de erratas que en tu libro, como en los míos y en otros
muchos nuestros, se producen. Tienes sobrada razón en quejarte y en reprochármelo.
La explicación o exculpación mía tiene un nombre de poeta y amigo nuestro:
Emilio Prados. Como tú sabes, él está aquí viviendo exclusivamente de un modesto
sueldo de SENECA. Aunque no hiciese nada, yo considero esto un deber moral
para nosotros sostenerlo. Pero él, como tú sabes, extremadamente susceptible,
no consiente, sin grave disgusto, que ninguno interceptemos su labor, y siendo
ésta la ejecución y vigilancia tipográfica de nuestros libros, tengo yo que
abstenerme de intervenir en ello, pues cuando, al principio, lo intenté, tuvimos
un disgusto gordo ...
Pronto se hace imprimir una fe de
erratas para incluirla en el libro en el momento de ponerlo a la venta. La
verdad es que la lista de erratas no es muy larga y ninguna, a mi modo de
ver, tiene la importancia que le atribuye Alberti. Son del tipo traicionando
en lugar de traicionado, volvía en lugar de volvió, saldados en lugar de soldados
... La única que podría modificar radicalmente el sentido de la frase en que
aparece sería la siguiente: caminando en lugar de orinando (¡!), pero obviamente
no se trata de una errata sino más bien de una sustitución. El lector tendrá
que juzgar si en algunos casos la notoria susceptibilidad de Prados sólo es
comparable con la del autor.
Si me he permitido
mencionar estos detalles no ha sido, ni mucho menos, con el propósito de poner
en tela de juicio la calidad de la labor de Prados en la Editorial Séneca
(ni el derecho de cualquier escritor de exigir que la versión impresa de sus
palabras sea la más impecable posible), sino más bien para llamar la atención
sobre esta curiosa paradoja que se da entre el innegable esmero de los libros
editados por Prados y la reacción negativa que a veces suscitan en ciertos
autores. Para mantener una perspectiva equilibrada sobre este aspecto del
tema, es útil recordar el comentario que Octavio Paz dedica a la antología
Laurel. Aquí se ve claramente que el reconocimiento de las imperfecciones
del libro no supone en absoluto una infravaloración de la labor de los que
colaboraron en su publicación:
... Laurel se terminó de imprimir el 20 de agosto de
1941 en los talleres de Cultura. Menciono este hecho porque ese libro
es un ejemplo de la excelencia que había alcanzado en México, durante esos
años, el arte de la imprenta. Laurel está impreso de una manera impecable
en un papel muy delgado; su frontispicio ostenta una hermosa viñeta de Ramón
Gaya: un minotauro encerrado en un laberinto no arquitectónico sino caligráfico.
El libro recuerda a las ediciones de La Pléiade, pero los caracteres
son más legibles y más fácil el manejo de las páginas. La belleza de esta
edición refleja el gusto de Prados y Bergamín tanto como la destreza de los
obreros de Cultura. Por desgracia, la afean algunas erratas y descuidos, como
la inexplicable inclusión, entre los poemas de Borges, de unos Soleares
de ¿Manuel Machado? La editorial Séneca se encargó directamente de la corrección
de pruebas y de ahí que ninguno de nosotros advirtiese que dos poetas con
libre entrada en la imprenta, Carlos Pellicer y Bernardo Ortiz de Montellano,
habían modificado las selecciones que habíamos hecho de sus poemas. La intervención
de Ortiz de Montellano no fue desacertada pero la de Pellicer parece hecha
por un enemigo suyo ...
Durante los años
de exilio en México, el contraste entre la vida monástica, solitaria y callada
de Prados y el combativo activismo político de Bergamín no puede ser mayor.
Parece que en el fondo se trata de dos temperamentos totalmente opuestos.
Bergamín hace el papel de protagonista y portavoz de un militante republicanismo
cultural mientras que a Prados le corresponde el de observador silencioso
cuya presencia pasa prácticamente inadvertida. No olvidemos que Prados llega
a México cansado de luchas inútiles, de políticas y revoluciones. Le entristecen
las rencillas que se producen allí en la comunidad de refugiados. Bergamín,
en cambio, debido sin duda a su apasionada intransigencia y al aspecto controvertido
de su personalidad, se ve implicado, poco después de su llegada a México,
en una serie de polémicas que tienen importantes consecuencias. En el seno
de la Junta de Cultura Española, por ejemplo, se produce una confrontación
entre Bergamín y Larrea que rompe la solidaridad de la emigración española.
La revista España Peregrina cede el paso a Cuadernos Americanos;
Séneca languidece en un estado de crisis permanente y a partir de 1942 saca
relativamente pocos títulos. Aunque sigue trabajando en la editorial, Prados
se acerca a Larrea y colabora en su nueva empresa pero ya a comienzos de 1945
su situación es insostenible y deja definitivamente su puesto en Séneca. Desengañado
a su vez por la experiencia de los campos de dispersión del exilio, Bergamín
sale de México en 1946 para seguir peregrinando por diversos países Venezuela,
Uruguay y Francia y deja Séneca, ya casi moribunda, en manos de José Manuel
Gallegos Rocafull.
[1] Sobre este aspecto de la labor de Prados, dentro y fuera de España, remito
al lector interesado al espléndido trabajo de Antonio Carreira: “Prados,
editor y editado”, en el catálogo de la exposición que la Residencia de
Estudiantes dedicó al poeta en el otoño de 1999. Carreira documenta minuciosamente
las irregularidades que caracterizan los libros editados por Prados y Altolaguirre
en la Imprenta Sur.