Nigel 
    Dennis
REDER.
Red de Estudios y Difusión del Exilio Republicano (reder@reder.net)
 
 
A comienzos de 1939, ya destrozado 
    por la guerra, Emilio Prados llega a París y se reúne allí con José Bergamín 
    que, desde finales de 1936, entre sus diversas tareas prorrepublicanas, trabaja 
    en la Delegación Cultural de la Embajada de España en Francia. Les une a los 
    dos escritores una amistad entrañable que, arraigada en su común filiación 
    malagueña, se remonta a los tiempos de la Residencia de Estudiantes, a la 
    fervorosa admiración que ambos sienten por la figura de Juan Ramón Jiménez, 
    y a la aventura de la revista Litoral. Entregados incondicionalmente 
    a la causa de la República, han compartido, además, una serie de experiencias 
    decisivas: la Alianza de Intelectuales Antifascistas, el Romancero de la 
    guerra civil, Hora de España, el Segundo Congreso de Escritores 
    en Defensa de la Cultura ... El sentido de estas experiencias, así como la 
    lección permanente que aprenden de ellas, son muy parecidos en los dos, y 
    Bergamín podría hacer suyas las palabras que Prados escribe a su familia a 
    finales de 1938:
 
Hemos tenido una gran enseñanza en estos años de guerra y en 
    la sucesión de los hechos que en ella se han producido en España. De esta 
    enseñanza salimos más humanos, más unidos que nunca y más decididos también 
    a luchar siempre por la verdad. Dispuestos a trabajar sin descanso para conseguirla 
    y con la gran fe de que sólo el camino que nos hemos trazado ha de dárnosla 
    ...
 
Desde París, en 
    los primeros meses de 1939, Bergamín, como otros compatriotas suyos, tiene 
    que hacer frente a las consecuencias calamitosas de la derrota de la República. 
    Incluso antes de la caída de Barcelona, ayudado por Juan Larrea y Roberto 
    Fernández Balbuena (antiguo Director del Museo del Prado), también residentes 
    a la sazón en la capital francesa, Bergamín ha comenzado allí diversas gestiones 
    para atender a la situación de los intelectuales españoles que se han visto 
    obligados a abandonar su país, a menudo en circunstancias penosas. Al mismo 
    tiempo, los tres exploran la posibilidad de que ciertos países que simpatizan 
    con la causa de la República acojan, en caso de necesidad, a esos refugiados. 
    En este contexto surge la Junta de Cultura Española, creada oficialmente en 
    marzo de 1939, de la cual Bergamín es nombrado Presidente y Larrea, Secretario. 
    Prados no tarda en unirse a ellos.
La idea fundamental, 
    la que sirve de principio a la creación de la Junta, es la siguiente (cito 
    de un documento de la época): salvar la fisonomía de la cultura española en 
    su continuidad histórica, unificar a todos los emigrados [...], mantener vivo 
    y eficaz el conjunto de la emigración intelectual española. Como México es 
    el país que de modo más generoso y explícito acoge las demandas de asilo, 
    la Legación de dicho país en París juzga conveniente que la Junta se traslade 
    a la capital de la República Mexicana. Se designa una comisión para tal fin, 
    y se le da, además, la responsabilidad de preparar, con diversas gestiones, 
    la emigración intelectual en su conjunto. Forman parte de esta Comisión el 
    Presidente y varios miembros de la Junta de Cultura, y a ellos se agregan 
    otros intelectuales que se encuentran en París en ese momento. Así es como 
    a comienzos de mayo de 1939  concretamente el día 6 Prados y Bergamín salen 
    de Francia para México, acompañados de otras figuras destacadas de la intelectualidad 
    republicana, entre ellas José Carner, Eduardo Ugarte, Paulino Massip, Antonio 
    Sacristán, Miguel Prieto, Joaquín Xirau, Antonio Rodríguez Luna, Roberto Fernández 
    Balbuena, José Herrera Petere, José Renau y Rodolfo Halffter.
Como se trata de 
    una comisión oficial, invitada por el gobierno mexicano, el viaje se hace 
    en condiciones relativamente cómodas, es decir, sin las privaciones y dificultades 
    de toda índole que padecen los refugiados que cruzan el Atlántico poco después 
    en el Sinaia y el Winnipeg. El barco que toman Bergamín y Prados 
     el Veendam  llega a Nueva York el 17 de mayo. Allí les esperan dos 
    autobuses que les llevarán a la ciudad de México, a donde llegan, por fin, 
    el 26 de mayo. Unos se alojan en el Hotel Regis, y otros en casas particulares. 
    Prados lo hará, como es sabido, en casa de Octavio Paz.
Este conjunto 
    de circunstancias viene a resolver los graves problemas prácticos y económicos 
    que tiene Prados al llegar a París y a levantarle el ánimo un poco. Poco antes 
    de embarcar, escribe a su familia: ... el viaje no me cuesta nada ni la estancia 
    ... Me voy en condiciones muy buenas. Con todo pagado, libertad total de acción 
    para mi poesía y solución económica también para el tiempo que esté.... Y 
    al llegar a México, escribe encantado:
 
... El viaje que he hecho no puede haber sido más maravilloso. 
    Atrevesé en auto todos los Estados Unidos y todo México. ¡La ilusión de mi 
    vida! Vine acompañado de buenos amigos como Bergamín, Miguel Prieto (el pintor), 
    Petere ... Aquí ya me esperaban buenos amigos también ...
Nada más llegar 
    a México, Bergamín se dedica a una intensa labor cultural, dentro y fuera 
    del marco de la Junta de Cultura Española. Le interesa ante todo la posibilidad 
    de crear un vehículo adecuado es decir, una editorial para salvar, de acuerdo 
    con los principios fundamentales de la Junta, esa fisonomía de la cultura 
    española en su continuidad histórica. A este fin no tarda en presentar un 
    proyecto al Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles, organismo 
    clave del exilio, presidido por el Dr. José Puche, antiguo rector de la Universidad 
    de Valencia, y hombre de confianza de Negrín. Después de darle muchas vueltas 
    al asunto, el Consejo del Comité Técnico acaba por aprobar el proyecto, y 
    Bergamín, para ponerlo en marcha y, a la larga, para realizarlo plenamente, 
    piensa en Prados desde el primer momento. De hecho, una vez formalizada la 
    creación de la Editorial Séneca, hacia finales de 1939, la aportación del 
    poeta malagueño a la empresa será fundamental.
Bergamín piensa 
    en Prados como colaborador clave de Séneca por diversos motivos. En primer 
    lugar, porque el apoyo económico proporcionado por el Comité Técnico le permite 
    a Bergamín echar una mano a ciertos compañeros del exilio, como Prados, que, 
    al agotarse la ayuda financiera del gobierno mexicano, se encuentran en circunstancias 
    difíciles. Es decir, que según las Actas de una reunión del Consejo del Comité 
    Técnico celebrada en julio de 1939, a Bergamín se le autoriza a dar a los 
    autores que se encuentran en situación crítica un anticipo distribuido en 
    dos o tres meses a fin de que puedan ejecutar su trabajo. Aunque no se nombra 
    explícitamente a Prados, no cabe duda de que Bergamín le tiene presente.
En segundo lugar, 
    Bergamín piensa en Prados como ayudante profesional de la editorial, queriendo 
    aprovechar en el mejor sentido su experiencia de impresor acumulada desde 
    los años de la imprenta Sur y la publicación de los anejos de Litoral. 
    Recordemos, por otra parte, que entre las cosas que ambos admiran en Juan 
    Ramón Jiménez está la labor llevada a cabo por el poeta de Moguer como creador 
    de revistas (Índice, Sí, Ley) y editor de libros (especialmente 
    los que consituyen la esmerada Biblioteca de Índice). Si el impacto 
    de esta labor es transparente en el caso de las actividades de Prados en Málaga, 
    no es menos significativo en el caso de Bergamín en Madrid: la sobria elegancia 
    de su revista Cruz y Raya así como el aspecto material de los libros 
    publicados en las Ediciones del Árbol deben mucho al ejemplo del Juan Ramón 
    editor. Ansioso de valerse de nuevo de ese ejemplo en México, es lógico que 
    Bergamín quiera contar con la pericia de Prados, quien, de hecho, es nombrado 
    Director de Trabajos Tipográficos de Séneca por indicación de su amigo.
En tercer lugar, 
    Bergamín tiene en consideración el nombre de Prados como colaborador literario 
    de Séneca. No hay que olvidar que en el ambicioso Proyecto de Plan General 
    de Publicaciones de ‘Ediciones Séneca’, trazado por Bergamín en junio de 1939, 
    el nombre de Prados aparece varias veces. Por ejemplo, en un esbozo de la 
    colección Árbol (de tan claras resonancias madrileñas), Bergamín incluye un 
    Romancero y cancionero español, a cargo de Eduardo M. Torner y Prados. 
    En la misma colección, se incluye una lista de volúmenes todos titulados escuetamente 
    Poesías de los siguientes escritores: Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Carlos 
    Pellicer, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Emilio Prados.
Por razones desconocidas, 
    ese Romancero y cancionero español no llega a editarse, pero dado el 
    interés de Prados por ese tipo de poesía de estirpe popular, la propuesta 
    de Bergamín resulta muy acertada. Sí se edita, en cambio, un libro de poesías 
    de Prados, en marzo de 1940, bajo el título significativo de Memoria del 
    olvido. Recordemos brevemente cómo la curiosa configuración de este libro 
    refleja fielmente las circunstancias de la guerra y del exilio. Por un lado, 
    recoge el manuscrito de Cuerpo perseguido (1927-28), salvado milagrosamente 
    del despacho de Bergamín que se proponía publicarlo ya antes del estallido 
    de la guerra en las Ediciones del Árbol en Madrid en el otoño de 1936 por 
    la valiente Pilar Sáenz de García Ascot, secretaria de Bergamín en Cruz 
    y Raya; y por el otro, incorpora una serie de textos de su Diario íntimo 
    que Prados reconstruye de memoria, puesto que todavía no tiene en su poder 
    la versión escrita, abandonada en París el año anterior. El título que pone 
    finalmente al libro editado por Séneca corresponde al que lleva la primera 
    parte de Cuerpo perseguido, que ahora le parece más adecuado para todo 
    el conjunto.
El contrato para 
    la publicación de Memoria del olvido, fechado el 18 de marzo de 1940 
    y firmado por Bergamín y Prados, es una auténtica curiosidad arqueológica 
    que tuve la suerte de localizar en México hace unos años. Contiene algunos 
    detalles que merecen comentarse brevemente. Aunque las condiciones del contrato 
    corresponden en grandes líneas a las normas adoptadas por Séneca (es decir, 
    que Prados recibe el 10 por ciento del precio de venta al público, que se 
    fija en tres pesos), la tirada es de 2000 ejemplares. Esto resulta más generoso 
    que la tirada de otros libros de Séneca que, salvo en casos excepcionales 
    como Poeta en Nueva York o las Obras completas de Antonio Machado, 
    suele ser de un promedio de 1500 ejemplares. Aquí creo ver otro intento por 
    parte de Bergamín de ayudar a su amigo, puesto que una cláusula del contrato 
    dice: El Sr. Prados declara haber recibido la cantidad de $500 a cuenta de 
    sus derechos de autor. Es decir, que gracias a las condiciones especificadas 
    por Bergamín, Prados recibe el equivalente a cinco meses de sueldo (gana cien 
    pesos mensuales durante este tiempo); o dicho de otro modo: recibe un adelanto/anticipo 
    basado en la hipotética venta de más de 1.600 ejemplares del libro. Resulta 
    que en seis años se venden unos 800 ejemplares de Memoria del olvido 
    cifra nada despreciable, por supuesto, pero que no se corresponde con el generoso 
    tratamiento que recibe Prados del gerente de la editorial.
Entre los libros 
    proyectados por Bergamín en el verano de 1939, hay tres antologías que merecen 
    reseñarse: una, dedicada a Poetas líricos de lengua española (clásicos), 
    a cargo de Pedro Salinas; otra, dedicada a La poesía y el pensamiento catalanes, 
    al cuidado de Miguel y Verges y Joaquín Xirau; y la tercera, de Poetas 
    líricos de lengua española (modernos), a cargo (siempre según el esbozo 
    preliminar del plan de publicaciones) del escritor mexicano Xavier Villarrutia. 
    Las dos primeras no pasan de ser meros proyectos, pero la tercera, andando 
    el tiempo, se convierte en la famosa y polémica antología Laurel, en 
    cuya preparación se ven implicados, además de Villarrutia, Octavio Paz, Juan 
    Gil-Albert y Emilio Prados. Aunque el papel de Prados en la selección y presentación 
    de los poetas incluidos en Laurel es más bien secundario, es él quien 
    cuida el aspecto tipográfico del volumen. Escribe a su familia hacia finales 
    de 1941 hablando con auténtico orgullo de su contribución a éste y a otros 
    libros editados por Séneca:
... Ya veréis dentro de unos días unos libros que os voy 
    a mandar, hechos por mí, en cuanto a todo lo que es de imprenta, y uno de 
    ellos, que es una antología de poetas españoles y americanos (que está dando 
    mucho que hablar), en cuanto a confección y trabajo de toda clase. Las ediciones 
    de Séneca son un verdadero éxito tipográfico que ya han hecho escuela y como 
    yo soy su director, pues todos los laureles son para mí ...
 
Se le puede perdonar la cariñosa 
    hipérbole porque, de hecho, la contribución de Prados al enorme impacto que 
    causan las publicaciones de Séneca en el mundo del libro mexicano e hispanoamericano 
    en general es absolutamente fundamental. La conjunción de los conocimientos 
    literarios de Bergamín además de su actitud emprendedora y su criterio casi 
    infalible y los conocimientos tipográficos de Prados constituye todo un acontecimiento 
    cultural. Los elogios de los libros que se editan en Séneca, sobre todo los 
    de la colección Laberinto, son constantes, y los redactan tanto españoles 
    como mexicanos. Vaya como botón de muestra este juicio de Julio Torre sobre 
    la edición de las Obras completas de Antonio Machado (1940), edición 
    ideada por Bergamín y realizada tipográficamente por Prados:
Verdaderamente notable nos parece la reproducción y aun superación 
    en algunos pormenores de la Biblioteca de la Pléiade por la Colección Laberinto. 
    Se siente uno orgulloso de que en México se editen libros de tan certero gusto 
    tipográfico y de una calidad notoriamente europea. Esta edición de las Obras 
    de Antonio Machado es el más reverente tributo que se ha pagado a poeta moderno 
    alguno en nuestra lengua ...
 
Pero no todo 
    lo que hace Prados en Séneca tiene un éxito incondicional, aunque el público 
    es decir, los lectores de los libros editados no suele advertir los problemas 
    que a veces plantea su labor tipográfica. Son los autores, más bien, los que 
    se quejan de vez en cuando de las erratas que aparecen en sus libros. Resulta 
    que en Séneca, como anteriormente en las publicaciones de la Imprenta Sur, 
    se produce un curioso desajuste entre, por un lado, el elogio público de la 
    labor de Prados y, por el otro, la incomodidad que sienten ciertos autores 
    frente a las imperfecciones de sus libros.[1] Es evidente 
    que el criterio del lector, dispuesto por regla general a reconocer la calidad 
    del aspecto material del libro, no coincide siempre con el exigente criterio 
    del autor que se fija, como es natural, en cada detalle de la presentación 
    de sus textos. Recordemos, por otra parte, que Prados como su compañero Altolaguirre 
    es un impresor autodidacta, que aprende el oficio sobre la marcha. No obstante 
    la pericia que va adquiriendo así o precisamente porque se va adquiriendo 
    en esas condiciones ,  no es de extrañar que de vez en cuando los libros que edita carezcan 
    de la perfección que a él le hubiera gustado darles. Además, es bien sabido 
    que la identificación de cualquier torpeza de índole tipográfica le hiere 
    profundamente. Cuando Jorge Guillén, por ejemplo, le llama la atención sobre 
    la torpe presentación de un romance suyo en Litoral, el impresor se 
    siente mortificado: No te puedes figurar, escribe Guillén a Lorca, el disgusto 
    que esta errata ha causado a Emilio Prados, verdaderamente sensible, y que 
    ha estado en trance de muerte de desesperación dolorosísima ...
En México se producen 
    algunas situaciones parecidas. Podría citarse, como ejemplo, el caso de Luis 
    Cernuda y la publicación en Séneca de La realidad y el deseo, aunque 
    tratándose de Cernuda, tampoco debería sorprendernos su irritación, que va 
    dirigida, por otra parte, tanto a Bergamín como a Prados. En noviembre de 
    1941, desde Escocia, Cernuda escribe a su amigo Rafael Martínez Nadal una 
    carta en la que se queja del asunto:
No sé si habrás visto mi libro dice . Me han enviado tan 
    pocos ejemplares que uno dado por necesidad a Atkinson [jefe del Departamento 
    de Español de la Universidad de Glasgow] tuve que comprarlo a Gili, lo cual 
    es un detalle para la posteridad si la posteridad decide ocuparse de tales 
    cosas. Espero recibir más y entonces te enviaré uno. El número de erratas 
    es considerable, y entre otras estupideces cometidas una es la de llamarlo 
    Poesías completas ...
 
La irritación de Cernuda no impide, 
    sin embargo, que ofrezca otros libros suyos a Bergamín y Prados para su publicación 
    en Séneca: al Director de la editorial le envía, por ejemplo, el manuscrito 
    de una serie de narraciones titulado Fantasías de provincias, otro 
    de ensayos críticos Poesía y literatura y hasta le ofrece su próximo 
    libro de poesías: Como quien espera el alba. Insatisfacción relativa, 
    pues.
Igualmente pertinente 
    en el marco de esta discusión es el caso de Rafael Alberti, otro destacado 
    autor de la España peregrina vinculado a la aventura de Séneca desde su propio 
    exilio en Buenos Aires. Desde la capital argentina, escribe a Bergamín en 
    junio de 1942, acusando recibo de La arboleda perdida, recién publicada 
    en Séneca:
Tengo, como supondrás, La arboleda perdida, que ha quedado 
    muy bien, dentro de su sencillez y seriedad; nada mezquino de páginas, cosa 
    que ya sabía yo. Me alegro que no hayas tenido que incluir en el tomo la Vida 
    bilingüe y, sobre todo, El trébol florido, que quizás estrene este 
    año. Lo que no me gusta de la “Arboleda”, y perdona la sinceridad, es el mar 
    de erratas que lo inunda; algunas, muchas, de verdadera importancia, pues 
    alteran al sentido de ciertos pasajes. Indudablemente, mi texto debe ser el 
    causante de unas, las menos; de otras, las más, sólo es responsable la negligencia, 
    ligereza o ceguera del corrector. Da lástima que ediciones tan perfectas las 
    mejores que hoy se hacen en América hispana adolezcan de un defecto tan feo 
    y tan fácil de subsanar. De todos modos, estoy contentísimo de ver un trabajo 
    cumplido, ya editado, que me gusta y me anima a continuar.
 
Se trata, por lo visto, de otro caso 
    de insatisfacción relativa. De todas maneras, es interesante ver los 
    términos en que Bergamín contesta esta carta de Alberti hacia finales del 
    mismo mes de junio de 1942:
Querido Rafael:
   Después de mucho tiempo sin noticias tuyas 
    recibo tu carta y quiero, ante todo, explicarte porque el que explica exculpa, 
    como decía nuestro Don Miguel los motivos, especialmente psicológicos, del 
    número incalculable de erratas que en tu libro, como en los míos y en otros 
    muchos nuestros, se producen. Tienes sobrada razón en quejarte y en reprochármelo. 
    La explicación o exculpación mía tiene un nombre de poeta y amigo nuestro: 
    Emilio Prados. Como tú sabes, él está aquí viviendo exclusivamente de un modesto 
    sueldo de SENECA. Aunque no hiciese nada, yo considero esto un deber moral 
    para nosotros sostenerlo. Pero él, como tú sabes, extremadamente susceptible, 
    no consiente, sin grave disgusto, que ninguno interceptemos su labor, y siendo 
    ésta la ejecución y vigilancia tipográfica de nuestros libros, tengo yo que 
    abstenerme de intervenir en ello, pues cuando, al principio, lo intenté, tuvimos 
    un disgusto gordo ...
 
Pronto se hace imprimir una fe de 
    erratas para incluirla en el libro en el momento de ponerlo a la venta. La 
    verdad es que la lista de erratas no es muy larga y ninguna, a mi modo de 
    ver, tiene la importancia que le atribuye Alberti. Son del tipo traicionando 
    en lugar de traicionado, volvía en lugar de volvió, saldados en lugar de soldados 
    ... La única que podría modificar radicalmente el sentido de la frase en que 
    aparece sería la siguiente: caminando en lugar de orinando (¡!), pero obviamente 
    no se trata de una errata sino más bien de una sustitución. El lector tendrá 
    que juzgar si en algunos casos la notoria susceptibilidad de Prados sólo es 
    comparable con la del autor. 
Si me he permitido 
    mencionar estos detalles no ha sido, ni mucho menos, con el propósito de poner 
    en tela de juicio la calidad de la labor de Prados en la Editorial Séneca 
    (ni el derecho de cualquier escritor de exigir que la versión impresa de sus 
    palabras sea la más impecable posible), sino más bien para llamar la atención 
    sobre esta curiosa paradoja que se da entre el innegable esmero de los libros 
    editados por Prados y la reacción negativa que a veces suscitan en ciertos 
    autores. Para mantener una perspectiva equilibrada sobre este aspecto del 
    tema, es útil recordar el comentario que Octavio Paz dedica a la antología 
    Laurel. Aquí se ve claramente que el reconocimiento de las imperfecciones 
    del libro no supone en absoluto una infravaloración de la labor de los que 
    colaboraron en su publicación:
... Laurel se terminó de imprimir el 20 de agosto de 
    1941 en los talleres de Cultura. Menciono este hecho porque ese libro 
    es un ejemplo de la excelencia que había alcanzado en México, durante esos 
    años, el arte de la imprenta. Laurel está impreso de una manera impecable 
    en un papel muy delgado; su frontispicio ostenta una hermosa viñeta de Ramón 
    Gaya: un minotauro encerrado en un laberinto no arquitectónico sino caligráfico. 
    El libro recuerda a las ediciones de La Pléiade, pero los caracteres 
    son más legibles y más fácil el manejo de las páginas. La belleza de esta 
    edición refleja el gusto de Prados y Bergamín tanto como la destreza de los 
    obreros de Cultura. Por desgracia, la afean algunas erratas y descuidos, como 
    la inexplicable inclusión, entre los poemas de Borges, de unos Soleares 
    de ¿Manuel Machado? La editorial Séneca se encargó directamente de la corrección 
    de pruebas y de ahí que ninguno de nosotros advirtiese que dos poetas con 
    libre entrada en la imprenta, Carlos Pellicer y Bernardo Ortiz de Montellano, 
    habían modificado las selecciones que habíamos hecho de sus poemas. La intervención 
    de Ortiz de Montellano no fue desacertada pero la de Pellicer parece hecha 
    por un enemigo suyo ...
 
Durante los años 
    de exilio en México, el contraste entre la vida monástica, solitaria y callada 
    de Prados y el combativo activismo político de Bergamín no puede ser mayor. 
    Parece que en el fondo se trata de dos temperamentos totalmente opuestos. 
    Bergamín hace el papel de protagonista y portavoz de un militante republicanismo 
    cultural mientras que a Prados le corresponde el de observador silencioso 
    cuya presencia pasa prácticamente inadvertida. No olvidemos que Prados llega 
    a México cansado de luchas inútiles, de políticas y revoluciones. Le entristecen 
    las rencillas que se producen allí en la comunidad de refugiados. Bergamín, 
    en cambio, debido sin duda a su apasionada intransigencia y al aspecto controvertido 
    de su personalidad, se ve implicado, poco después de su llegada a México, 
    en una serie de polémicas que tienen importantes consecuencias. En el seno 
    de la Junta de Cultura Española, por ejemplo, se produce una confrontación 
    entre Bergamín y Larrea que rompe la solidaridad de la emigración española. 
    La revista España Peregrina cede el paso a Cuadernos Americanos; 
    Séneca languidece en un estado de crisis permanente y a partir de 1942 saca 
    relativamente pocos títulos. Aunque sigue trabajando en la editorial, Prados 
    se acerca a Larrea y colabora en su nueva empresa pero ya a comienzos de 1945 
    su situación es insostenible y deja definitivamente su puesto en Séneca. Desengañado 
    a su vez por la experiencia de los campos de dispersión del exilio, Bergamín 
    sale de México en 1946 para seguir peregrinando por diversos países Venezuela, 
    Uruguay y Francia y deja Séneca, ya casi moribunda, en manos de José Manuel 
    Gallegos Rocafull.
[1] Sobre este aspecto de la labor de Prados, dentro y fuera de España, remito 
      al lector interesado al espléndido trabajo de Antonio Carreira: “Prados, 
      editor y editado”, en el catálogo de la exposición que la Residencia de 
      Estudiantes dedicó al poeta en el otoño de 1999. Carreira documenta minuciosamente 
      las irregularidades que caracterizan los libros editados por Prados y Altolaguirre 
      en la Imprenta Sur.