Página de inicioGuía de visitas arqueológicas: LOS VETTONES


Por Silvia Alfayé Villa, Universidad de Zaragoza

    En el territorio comprendido entre la cuenca del Tajo y la línea del Tormes-Duero se desarrolla a partir de la II Edad del Hierro la cultura "Cogotas II", que podemos identificar históricamente con el pueblo céltico de los Vettones, y que se caracteriza por un proceso de creciente organización territorial, ya iniciado a finales del Bronce, que conducirá a la creación de grandes oppida. Estos se enclavan en lugares elevados, de facil defensa, controlando estratégicamente el espacio circundante y orientados hacia el aprovechamiento de los recursos ganaderos. El modelo de ocupación de estos poblados fortificados revela una jerarquía de los asentamientos en relación con el control de los pastos, dentro de una economía en la que predomina la trashumancia local, y en la que la agricultura es meramente subsistencial. Las necrópolis revelan la existencia de grupos sociales, en cuya cúspide se sitúa una élite guerrera que, es de suponer, ejercía su poder sobre los recursos económicos. A finales del siglo II a.C. se inicia un proceso de abandono de los castros - Cogotas, Mesa de Miranda, Ulaca, El Raso, etc.-, que no llegaron a romanizarse a juzgar por la escasa presencia de materiales romanos. Este fenómeno explica el desarrollo a mediados del siglo I a.C. de la zona que hoy ocupa Ávila, en la que se detecta un incremento de población, sobre todo de los núcleos rurales en las zonas llanas y próximas a la vega, que dependerían de la ciudad romana, lo que revela un cambio en el modelo de poblamiento con respecto a los viejos castros indígenas.

El Raso (Candeleda).

Ocupado desde finales del siglo III a.C. hasta mediados del s. I a.C., momento en que se abandona de forma pacífica, se trata de una construcción ex novo, ya que se ha localizado un poblado anterior, en llano y sin murallas, en una zona cercana, El Castañar, que fue destruido. Con este poblado se relaciona la necrópolis, cuya cronología abarca desde el siglo V hasta el s. III a.C. La necrópolis de El Raso no se ha localizado.
Excavado desde los años 70 por F. Fernández Gómez, posee una muralla de 2 km. de perímetro, con una anchura media de 2-3 m., torres de refuerzo y bastiones. Delante de ella se localiza un amplio foso, y se especula con la existencia de una rampa de piedras hincadas. En el interior se excavaron cuatro sectores, que evidencia una amplia densidad ocpuacional y la carencia de organización urbana, ya que los trazados de las calles son irregulares. Sin embargo, la planta de algunas casas se inspira en modelos helenísticos, con un hogar central, con banco corrido, en torno al que se distribuyen el resto de las estancias, y un porche en la entrada, con un pequeño corral para animales.

Postoloboso (Candeleda)

En este paraje, próximo a la confluencia del arroyo de Chilla y el Alardos, en la ermita de San Bernardo, Fernández Gómez halló en los años 70 veinte aras romanas, exvotos a Vaelicus, divinidad indígena relacionada con el lobo, *vailos en celta, de carácter infernal. Aunque debió existir un templo romano, no se conocen restos arqueológicos, ni tampoco del santuario indígena anterior, que probablemente carecía de estructuras arquitectónicas, tratándose de un nemeton, un santuario céltico a cielo abierto.

La Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra)

Estudiado en los años 30 y 40 por Cabré e hija, el castro posee unas potentes murallas (con dos y hasta tres paramentos, rellenos de piedras más menudas), que dividen el interior en tres recintos yuxtapuestos, con una superficie total de 30 ha. Pese a que no se ha excavado ninguna vivienda del interior, los dos primeros recintos se interpretaron como zonas residenciales, y están separados por una muralla transversal, con dos entradas, delante de la cual existe un foso y un campo de piedras hincadas. A comienzos del siglo II a.C. se añade un tercer recinto, parte del cual se construye sobre la necrópolis existente, que se refuerza con torres cuadrangulares y un acceso en embudo, y que fue interpretado como encerradero de ganado, dada la carencia de restos visibles y el hallazgo en su interior de tres verracos. Se abandonó antes de ser romanizado.
En la necrópolis de La Osera, Cabré excavó 2.230 sepulturas de incineración, algunas de ellas con estructuras tumulares, ajuares excepcionalmente ricos y ubicación privilegiada dentro de la necrópolis, en la que pueden diferenciarse seis zonas cuya orientación, según Baquedano y Esparza, responde a complejos cálculos astronómicos. En uso durante los siglos IV-III a.C. Sólo se han estudiado 517 tumbas.

Ulaca (Solosancho)

El oppidum está delimitado por una muralla de aprox. 3 km., de aparejo casi ciclópeo, abarcando un espacio intramuros cercano a las 60 ha. La elección del enclave posee un marcado carácter estratégico y defensivo, en relación con el control de las trashumancia local en busca de agua y pastos permanentes. Pese a la falta de excavaciones intensas, las campañas de prospección llevadas a cabo por G. Ruíz Zapatero y J. Álvarez Sanchís revelan una incipiente organización del espacio interno del castro, con cimientos de piedra de las casas, más de 100, de planta cuadrada o rectangular, algunas de ellas con espacios interiores diferenciados. En Ulaca existe arquitectura pública monumental, con seguridad de carácter religioso y toda ella rupestre, localizada en el área NO, no doméstica. Uno de los edificios es el "altar de sacrificios", una gran peña en la que se han tallado dos escaleras y varia piletas, que se relaciona con prácticas sacrificiales y libatorias, y que está rodeada de un recinto pétreo, quizá el temenos. El otro monumento conocido como "La Fragua" está formado por tres estancias, interpretadas según paralelos de las "pedras formosas" de la cultura castreña como antecámara, cámara y horno, por lo que se trataría de una sauna en relación con ritos iniciáticos de guerreros y de purificación (M. Almagro Gorbea y J. Alvarez Sanchís). 

Existe otra gran construcción, "el Torreón", quizá atalaya defensiva. Fue abandonado de forma pacífica tras la guerra sertoriana, iniciándose este proceso a finales del siglo II a.C. Se conoce su necrópolis, pero no ha sido estudiada. Los "verracos". Así se denomina genéricamente a las esculturas zoomorfas -cerdos, toros, etc.- en piedra halladas en territorio vettón, de finalidad controvertida y cronología imprecisa - desde finales del s. V a.C. hasta el III d.C.-, careciendo la mayoría de contexto arqueológico. Tradicionalmente se han interpretado como monumentos de carácter funerario, apoyándose en los epígrafes romanos grabados sobre algunos y en la relación de otros verracos con cupae (ej. Martiherrero). También se les atribuyó un valor cultual, ya fuera como elementos apotropaicos de los ganados (Cabré); esculturas propiciatorias de la fertilidad de animales y hombres; exvotos a un dios; e, incluso, imagen de una divinidad indígena, ídolos que recibirían culto en espacios ad hoc (López Monteagudo, Blázquez). Otros creían que los verracos eran mojones delimitadores de caminos o rutas trashumantes de estos pueblos, e incluso hitos fronterizos entre territorios étnicos. Álvarez Sanchís ha relacionado los verracos del valle del Amblés con el control social de las áreas de explotación, al localizarse en terrenos de pastos de invierno, de exclusivo aprovechamiento estacional y, por ello, críticos en términos de subsistencia. Existe, al menos para esta zona, una estrategia en la localización de las esculturas, que se utilizan para señalar - y sacralizar- áreas subsceptibles de explotación, y que, al mismo tiempo, evidencian visualmente la riqueza de quienes las erigen.

Proyecto Clío