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Página de inicioISÓCRATES: RETÓRICA Y PODER POLÍTICO EN LA FORMACIÓN DEL CIUDADANO ATENIENSE DEL SIGLO IV A.C.

 

Por Lic. Nelson Pierrotti

nelsonpierrotti222@hotmail.com

Ubicado en una situación histórica crítica, Isócrates buscará desde su perspectiva cultural alcanzar tanto la unidad de todos los helenos como la superación de la decadencia de su polis, Atenas. Para esto será necesario educar a las nuevas generaciones de atenienses por medio de la retórica, único agente formativo capaz de dotar al ciudadano y al dirigente con las herramientas fundamentales para salvar a Grecia de un ocaso total. A través de su modelo intelectual y de vida, Isócrates esperaba lograr un efecto multiplicador, transformando a sus educandos en educadores políticos de otros ciudadanos, que a su vez continuaran la labor emprendida. En esta ponencia analizaremos la docencia política que ejerce Isócrates, lo que entiende como formación del dirigente y el uso que éste debe hacer del poder en sus manos.

I

          Como es sabido, después de las Guerras Médicas toda Grecia quedó sumida en luchas interminables por el poder. Los efectos desastrosos de la guerra en la vida de todos los estados griegos hizo que las clases dirigentes buscaran caminos para terminar con una crisis que amenazaba extenderse por tiempo ilimitado. Superar la decadencia moral y política de Atenas era un paso fundamental para griegos como Isócrates (436-338 a.C.) si se quería conseguir el orden general del mundo griego y la unidad política de todos los helenos (panhelenismo)[1].

A través de sus escritos, de enorme valor histórico, Isócrates aborda la educación política del ciudadano ateniense como piedra angular de su proyecto político. No ignoraba que la situación de Atenas no le permitiría lograr por sí misma la prosperidad de la Hélade. Razón por la que “encontrar la empresa común” de la unidad de los estados griegos equivalía “a salvar a los griegos como nación,"[2] concepto que se formulaba en el marco de un naciente pensamiento nacional. En su famoso “Panegírico”  (“panegyris”, 380 a.C.) Isócrates sugirió a sus compatriotas que cesaran las luchas internas (“nos falta poco –decía- para declararles la guerra a todos los hombres”)[3] y defendió con insistencia la unificación de las ciudades-estado como única medida de protección contra los persas[4]. Tras fracasar en su empeño por lograr estos objetivos e imponer la areté (o virtud) espiritual sobre la física, Isócrates instó a Filipo II en su “Discurso a Filipo” (346 a.C.) para que encabezara las tropas griegas en guerra abierta contra Persia; como lo proponía paralelamente su conciudadano Demóstenes[5]:

“(...) Tú eres el único que ha recibido de la fortuna el poder de enviar embajadores a quien tu quieres, de recibir a quien te place, de decir lo que juzgas útil, además de que posees una riqueza y un poder que ningún griego puede alcanzar, necesarios para lo que diré. Te aconsejo establecer la unión entre los griegos y emprender la expedición contra los bárbaros; hacia los griegos la persuasión es útil, hacia los persas conviene la fuerza. (...) Digo que es preciso que seas el benefactor de los griegos, el rey de los macedonios, el amo del mayor número posible de bárbaros”. [6]

Isócrates había establecido una escuela de retórica en Atenas hacia el año 400 a.C., con un ciclo de estudios que se extendía a lo largo de tres o cuatro años. La relación que sostenía con sus estudiantes se desarrollaba en un ambiente de intimidad, para lo cual ayudaba su reducido número (un máximo de nueve). Esto le permitía ejercer una influencia directa en cada uno y dedicar el máximo de tiempo a su formación como hombre político. El desafío particular que Isócrates puso ante sus alumnos era el de recuperar el esplendor de la cultura griega, impulsando por medio de la educación una nueva cultura (“paideia”) con la intención de reformar la ciudad-estado por medio de sus futuros líderes políticos. Éstos, como factor multiplicador, actuarían como los guías y educadores del resto de la ciudadanía. Esa era la única manera, a su juicio, de comenzar a trabajar en la construcción de instituciones fuertes y políticamente sanas, porque sano sería el elemento humano que las integraría.

El componente ético con el que Isócrates ve la realización de su proyecto político, lo distancia de la relativismo sofísta y del idealismo platonismo con su concepción del filósofo como gobernante de la polis. La retórica se transformaba en manos de Isócrates era un medio de acción política.

II

 

     Pero para que la retórica pudiera ser un factor de cultura política era necesario que acreditase capacidad para señalarle ciertos fines.[7] El objetivo isocrático era convertirla en verdadera educación dándole por contenido las “cosas supremas”, tanto fueran costumbres sociales como asuntos de Estado[8]. Sin embargo, para visualizar mejor cómo la retórica podía cumplir esos fines y educar eficazmente al ciudadano, debemos avanzar sobre varios asuntos relacionados.

En primer lugar, la retórica puede enseñar a penetrar en las ideas o códigos de que se halla compuesto un discurso porque conduce a un análisis minucioso que implica la desestructuración de una argumentación. Y la vez le proporciona al orador el instrumental necesario para que éste construya un discurso propio, destinado a enseñar o persuadir, como lo dijera Isócrates: “de los mismos argumentos que nos sirven para persuadir a los otros, de ésos nos valemos para reflexionar”.

Por esto, el ideal educativo isocrático es el orador, aquel que posee no sólo la técnica adecuada del discurso sino también, y fundamentalmente, la virtud moral apropiada para que sus costumbres[9] estén de acuerdo a lo expresado en sus palabras[10]. De manera que sus discípulos al aprender retórica aprendían también moral. Esto se revela en un pasaje de la “Carta a Nicocles” (a la que tomamos como referente casi exclusivo en este informe) donde dice al joven gobernante de Salamina (Chipre):

"(...) Yo apruebo todos los discursos que pueden sernos útiles hasta en la cosa más mínima; pero en verdad, juzgo que los más excelentes, más dignos de un rey y más propios de mi condición, son aquellos que aconsejan, ya sobre las costumbres, ya sobre la administración del Estado. Y todavía más: de éstos, aquellos que enseñan a los gobernantes cómo conviene tratar con la muchedumbre y, a los particulares, qué disposición de ánimo deben tener para con los que los gobiernan. Porque veo que es por esto que las ciudades llegan a ser muy felices y poderosas."[11]

En segundo lugar, es obvio que la educación isocrática tenía que ser necesariamente política. El tema de la retórica debe ser por tanto la política y el uso del poder por parte de quienes dirigirán en el futuro la polis, supuestamente sus discípulos. De allí que Isócrates vinculara en su análisis los conceptos de felicidad y poder, al decir que una ciudad depende de la armonía entre gobernantes y gobernados, es decir de la buena disposición de ánimo de unos para con otros. Y es interesante notar cómo a la vez entreteje en la rama conceptual de sus discursos la relación saber y poder. El poder produce saber y viceversa. Ese poder se ejerce desde un "cuerpo político" integrado por hombres sabios, una especie de aristocracia intelectual. Al definir a aquellos a quiénes considera sabios advierte:

 

"(...) Ten por sabios, no a los que disputan minuciosamente sobre cuestiones pequeñas, sino a los que hablan con acierto de los grandes temas; no a los que prometen la felicidad a los demás, viviendo ellos en la mayor miseria, sino a los que hablan moderadamente de sí mismos, y pueden tomar parte en los asuntos públicos entre los hombres, y no se alteran en las vicisitudes de la vida, sino que saben llevar con dignidad y mesura tanto la buena como la mala fortuna."[12]

Quienes “hablan con acierto sobre los grandes temas”, no hacen promesas que no pueden cumplir y conservan su equilibrio mientras toman “parte en los asuntos públicos”, éstos pueden ser calificados de sabios (no en un sentido científico sino moral y político). Aquellos por quienes pasarán los hilos del poder serán conductores intelectuales dotados de un alto nivel ético. Regularán la felicidad pública y el saber mediante el dominio del discurso, es decir, el poder de la comunicación.

El gobernante empleará entonces la oratoria para convencer y dirigir, como instrumento de saber y de poder. Es por eso que los progresos del estilo y de la forma del lenguaje no son simplemente materia técnica. Isócrates insiste constantemente en que todo depende de la grandeza de los problemas humanos a que se trate de dar expresión y del manejo de dicha expresión. A través de esta se caracteriza un problema, se lo explica y se lo domina.[13] Es así que partiendo de una visión de tipo evolutiva (similar a la manifestada por los filósofos jónicos) Isócrates exalta el valor de la palabra como la herramienta que permite al hombre independizarse del mundo natural e ingresar en la historia:

“(...) nada nos diferencia de los otros animales, y aun en la ligereza, en la fuerza y en otras cualidades somos inferiores a muchos de ellos; mas porque existe en nosotros la capacidad de persuadirnos unos a otros y de manifestarnos lo que deseamos, no sólo pudimos apartarnos de la vida salvaje, sino que nos hemos congregado formando ciudades, establecimos leyes, inventamos técnicas y, en fin, casi todas las cosas que hemos producido, es la palabra quien nos las ha procurado (...) Es la que nos ha establecido normas sobre lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo”.

Al apreciar al “logos” como creador de cultura y a la capacidad discursiva como el signo más importante de la razón humana, Isócrates proclama decididamente el poder de la palabra, que equivale a decir el poder de dirigir. La retórica responde a un modelo didáctico que supone la selección y estudio de los principales aspectos asociados al pensamiento del docente.

 

 

o        OBJETIVO

 

LA EDUCACIÓN ISOCRÁTICA

La formación del ciudadano.

 

o        SUJETO

 

El dirigente o gobernante (como Nicocles) y otros hombres cultos de la polis.

 

o        CONTENIDOS

 

La elocuencia, el arte de hablar bien, el dominio de la palabra (o “logos”), el poder de dirigir.

 

o        METODOLOGÍA

Ejercitación

Ejemplo

Imitación de los modelos

 

El fin que debe perseguir la educación es la formación de un ciudadano educado (su objeto) a través del dominio de la oratoria (el poder de convencer y dirigir). Como lo dice Isócrates en uno de sus discursos:

 

"(...) así pues, ¿a quiénes considero acabadamente educados, dado que yo no tomo en cuenta para ello las artes, las ciencias y las capacidades? En primer lugar, a los que tratan atinadamente los asuntos que se presentan cada día, y tienen la opinión adecuada a las circunstancias, capaz de conjeturar lo que es ventajoso en la mayor parte de los casos. Después, a los que tienen una relación conveniente y justa con aquellos con quienes conviven -llevando fácil y pacíficamente sus asperezas y los caracteres muy difíciles de soportar- y que muestran también la mayor paciencia y consideración posibles hacia los que tienen trato con ellos. Además, a los que, por una parte, señorean siempre sobre los placeres y, por otra, no se dejan abatir por completo en las circunstancias adversas, sino que en ellas su ánimo se torna valeroso y digno de la naturaleza de la que participan”.

 

La educación y el talento, la capacidad para resolver problemas y mantener las relaciones humanas en un buen nivel, el autodominio y la superación de las dificultades junto con la experiencia, pueden estimular y desarrollar espiritualmente incluso a hombres poco dotados (sin conocimientos sobre arte o ciencia) aunque no los convierta en expertos oradores o escritores. Estos son los hombres que quiere la educación isocrática. El retórico ateniense se adhiere en varios pasajes de sus obras al criterio que en Platón sostiene Gorgias (uno de sus maestros) de que el docente transmite su arte al discípulo para que haga buen uso de él. Su secreto estribará en una buena selección, combinación y colocación de ideas en cada uno de los temas tratados, en la elección del momento adecuado y en la combinación rítmica y musical de las palabras, lo que dará atractivo al discurso[14]. Debe tener presente en todo momento a quien dirige sus argumentos y cómo los presentará. Esto presupone:

 

 

 

Por parte del que aprende

Ø       el pleno dominio de las ideas del discurso,

Ø       de cómo será recibido,

Ø       y de las necesarias habilidades oratorias con las que debe contar

 

Y de parte del docente:

 

Ø       la capacidad de llegar hasta el límite de lo que racionalmente es posible enseñar a cada quien.

 

 

Todos los grandes discursos de Isócrates están concebidos como modelos de imitación para que los alumnos puedan emular los postulados de su arte. Aprender cómo hacer las cosas bien requiere seguir estrechamente el ejemplo del docente; mientras se aprende el uso apropiado del poder de la palabra:

“(..) por la palabra refutamos a los malos y alabamos a los buenos; con ella enseñamos a los ignorantes y probamos a los sabios, porque el decir lo que conviene es para nosotros el mejor indicio de la prudencia, y la palabra verdadera, conforme a la ley, y justa, es imagen de un ánimo bueno y digno de confianza. Con la palabra disputamos sobre lo controvertible e investigamos lo desconocido, porque de los mismos argumentos que nos sirven para persuadir a los otros, de ésos nos valemos para reflexionar, y aunque llamamos oradores a los que pueden hablar en público, tenemos, sin embargo, por hombres de buen consejo a los que discurren lo mejor sobre los asuntos que se les proponen”.

En términos generales se puede decir que la persuasión es propia del discurso retórico. Se trata de influir en un momento puntual para que los destinatarios tomen una decisión determinada. Claro que no solo se debe hablar o escribir bien, sino, sobre todo, pensar bien y comunicar adecuadamente un contenido con una finalidad didáctica o persuasiva. Esto se podía lograr exponiendo un problema y motivando la toma de decisiones con respecto a la cuestión planteada; decidirse sobre lo justo o lo injusto, alabar o vituperar alguien o algo, revelar cualidades positivas o negativas de la persona o de los hechos en los que se centra el discurso, o  manifestar lo malo sin exigir decisión. Está demás decir que este no es un ideal meramente técnico, sino por sobre todo político. Por eso Isócrates vuelve a advertir a sus discípulos que sabios son:

             “(...) los que no resultan corrompidos por el éxito, ni se enajenan, ni se vuelven soberbios, antes bien permanecen en la disposición propia de los hombres prudentes y no se alegran más por los bienes que les depara la suerte que por los que provienen, desde su origen, de su propia naturaleza y sensatez. Los que tienen una disposición anímica en armonía no sólo con una de estas condiciones, sino con todas ellas, éstos digo que son hombres sabios y formados, y que poseen todas las virtudes."

 

III

El dirigente educado es un hombre virtuoso, que opone límites a la política egoísta del poder ejercida por las póleis y los individuos. El ansia de poder sobre los demás no condice, sostiene Isócrates, con la actitud de quienes delegan en terceros sus responsabilidades y evitan comprometerse en la defensa de su opinión y de su polis:


         “(...) buscamos mandar sobre todos, pero no queremos ir a una expedición militar, y nos falta poco para emprender la guerra contra todos los hombres, pero no nos ejercitamos a nosotros mismos para ella, sino a hombres desterrados, desertores o que proceden de otras maldades, gente que si uno les paga un sueldo mayor, irá con él contra nosotros (...) Hemos llegado a tal grado de locura que, faltándonos el sustento cotidiano, hemos intentado mantener tropas mercenarias y maltratamos e imponemos un tributo especial a nuestros aliados para proporcionar un sueldo a enemigos comunes a todos los hombres. Somos tan inferiores a nuestros antepasados (...) que aquellos, si habían votado hacer la guerra a alguien, se creían en la obligación de poner en peligro sus propias personas para defender su opinión, aunque la acrópolis estuviera llena de oro y plata. Nosotros (...)  a pesar de haber llegado a tanta miseria y de ser tantos, utilizamos, como el gran rey, tropas mercenarias”[15].

La capacidad del dirigente para actuar sobre individuos o grupos, exige que tenga la facultad para definir, proyectar o construir nuevas relaciones, en arreglo a los fines que se proponga alcanzar. En “Nicocles” el joven monarca habla a los súbditos para exponerles los principios de su gobierno; que responden al pensamiento manifestado en las tres obras del Nicocles, donde Isócrates propone normas a seguir en la tarea de gobierno. El buen gobernante procurará engrandecer a su polis, trabajará para ello, y su punto de apoyo será su paideia ética. Asimismo Isócrates considera de gran importancia el trato que el gobernante establezca con los otros hombres; razón por la que le aconseja rodearse de los más sabios, aunque ello lo obligue a recurrir a quienes no forman parte de su entorno.

El modelo “de gobierno excelente” que Isócrates pone frente a Nicocles es el de su padre Evágoras. Evágoras (que etimológicamente significa "el que habla bien en público") es el portador de la cultura griega llamada a dominar al bárbaro, un auténtico representante del helenismo, un paradigma griego:

 

"(...) naturalmente dotado de un excelente ingenio, y capaz de llevar a buen término muchas cosas, con todo, no menospreció cosa alguna ni en nada obró a la ligera, sino que pasó la mayor parte de su tiempo en investigar, reflexionar y tomar consejo, pensando por una parte que si preparaba convenientemente su propio juicio, de manera semejante gobernaría su reino de manera excelente; pero admirándose de cuántos se preocupan de su espíritu a causa de otras cosas, pero no por sí mismo”.

           

El dirigente isocrático no es por tanto un filósofo a la manera platónica; pero sí es un pensador, un hombre reflexivo “que observa los hechos y conoce a cada ciudadano”, mientras mantiene en armonía su pensamiento y su acción. Es un campeón de la areté, es decir “la virtud”. Su poder se fundamenta en su discurso y en su conocimiento de la realidad política y de la gente que gobierna:

“(...) sobre los asuntos públicos fue de la misma opinión. (...) nada dejó sin examen, sino que tan concienzudamente observaba los hechos, y conocía a cada uno de sus ciudadanos, que ni los conspiradores se le adelantaban, ni se le ocultaban los que estaban bien dispuestos, y todos obtenían lo que les correspondía. (...) Porque pasó toda su vida sin cometer injusticia contra nadie, y honrando a los virtuosos; gobernó con firmeza a todos, y castigó a los malhechores sólo según las leyes. (...) Era majestuoso, no por los adornos de su persona sino por el arreglo de su vida. En ningún asunto intervino de manera desordenada o inconsecuente, sino que mantenía acordes sus acciones con sus palabra. Era de gran voluntad, no en los acontecimientos del azar, sino en los provocados por él. Hacía amigos con los beneficios otorgados, y a los demás los sujetaba con su magnanimidad. Era temible, no por mostrarse hostil hacia muchos, sino porque sobrepasaba con mucho la naturaleza de los demás. Señoreó sobre los placeres, y no se dejó guiar por ellos”.

Es importante no pasar por alto cómo, en la descripción del “gobierno excelente” y la virtud del gobernante, Isócrates se erige en legislador ideal cuyas normas han de seguir sus discípulos para realizar un buen gobierno. De ese modo el retórico griego coloca su autoridad moral por encima de la autoridad política, pues la dirige. El poder pedagógico, transformador, del gobernante se verá en la influencia que ejerza sobre sus gobernados propiciando su conversión de “bárbaro en griego, de cobarde en guerrero, de oscuro en célebre”.

“(...) resumiendo, nada descuidó de cuanto compete a los reyes, sino que tomó de cada forma de gobierno lo mejor, siendo popular por su solicitud hacia la muchedumbre, político en el gobierno de todo el Estado, jefe militar por su prudencia ante los peligros, y en todas estas condiciones se distinguió por su grandeza. (...); a ciudadanos, de bárbaros los hizo griegos; de cobardes, guerreros, y de oscuros, célebres; y habiendo encontrado el lugar intratable y totalmente inculto, él lo volvió más civilizado y amable."[16]

Es de interés notar que las pautas que dirigen el pensamiento político isocrático no se apoyan en algún tipo de idealismo sino en la experiencia histórica, porque se dice que el soberano ejemplar tomará de “cada forma de gobierno lo mejor” y se comportará demócrata o tirano dependiendo de las circunstancias. Su poder no estará limitado por la constitución o la ley, sino por la justicia y la virtud moral[17]. Pero, como para Isócrates la constitución es el alma del Estado, modificándola se producirá un cambio en él. Sin embargo, las leyes de por sí no educan y nada se soluciona multiplicándolas. Hay que infundir sus principios en la conciencia de los ciudadanos:

       "(...) conviene que quienes gobiernen con rectitud (...) graben la justicia en las almas: porque no es con decretos sino con buenas costumbres como se gobiernan las ciudades. Aquellos que han recibido una educación perversa osarán transgredir aun las leyes más puntillosamente redactadas, en tanto que los que han sido bien educados querrán obedecer aquellas establecidas con sencillez."[18].

A juzgar por lo que dice en la introducción del Nicocles, Isócrates sale al paso de las críticas de los políticos de su tiempo en cuanto a que él y sus discípulos persiguen el poder político y no el bien común. Por esto leemos cómo Nicocles arenga a sus súbditos con relación a la obediencia que deben darle, no con base a su poder militar o político sino a la autoridad moral que posee el gobernante quien busca el bien general:

 

"(...) por esto he hablado tanto, ya de mí mismo, ya de los otros asuntos propuestos, para no dejaros el menor pretexto para no llevar a cabo de manera espontánea y de buen grado todo cuanto os aconseje o prescriba. Digo, por otra parte, que es preciso que cada uno de ustedes actúe en lo que se le ha encomendado con solicitud y justicia, porque si en alguna medida faltare, necesariamente en la misma proporción se resentirán los asuntos públicos”.

La “invitación” a la obediencia tiene como motivo evitar desórdenes y desbordes, ya que el gobernante puede llegar a transformarse en tirano más como consecuencia de la actitud de sus gobernados que por su propia voluntad. La fidelidad y la obediencia salvarán ese escollo, y tendrán como resultado la “participación de los ciudadanos en los bienes” (el éxito y el bienestar) del Estado:

 “(...) no creáis que la malevolencia o la buena disposición de los reyes se deben sólo a causas naturales, sino también a las costumbres de sus súbditos; porque muchos se han visto precisados a dominar con crueldad, más por la maldad de sus súbditos que por su propio temperamento (...). Enseñad a vuestros hijos a obedecer a sus superiores y acostumbradlos principalmente a la práctica de esta virtud, porque si han aprendido bien a ser gobernados, podrán gobernar a muchos. Y siendo fieles y justos, participarán de nuestros bienes; mas si fuesen malos, pondrán en peligro  lo que ya tienen. (...) Crean que les conviene amar y honrar a los que también amen y honren al rey, para que así obtengáis de mí lo mismo. Lo que decís en mi presencia, pensadlo también cuando me hallo ausente. Manifestad más con obras que con palabras vuestra benevolencia hacia mí (...). Pensando que mis palabras son leyes, procurad guardarlas”.

Las palabras del rey son leyes, dice Nicocles, reflejando la teoría de Isócrates. Y si existe un profundo respeto a las leyes así establecidas aumentará el poder del monarca y el Estado alcanzará su felicidad.

           “(...) En resumen, creed que como deben ser para con ustedes sus subordinados, así también es preciso que ustedes sean para con mi autoridad (...). Porque si yo me porto tal como lo he hecho en el tiempo transcurrido, y vosotros cumplís con vuestras obligaciones, veréis bien pronto acrecentados vuestros bienes, aumentado mi poder y constituido el Estado feliz."[19]

Para Isócrates, toda la educación del monarca (su paideia) conduce al dominio de sí mismo. Solo el hombre que sepa gobernarse a sí mismo podrá gobernar a su pueblo. Isócrates insiste sobre esta idea -en la que resuenan las enseñanzas de Sócrates- no sólo por lo que implica para la propia persona del regente, sino para todos los ciudadanos, quienes encuentran en su guía una suerte de espejo donde verse reflejados:

"(...) sé señor de ti mismo no menos que de los demás, y considera que lo más digno de un rey es no ser esclavo de ningún deleite, y gobernar sus deseos más que a sus súbditos."[20]

Y más adelante agrega:  “(...) no creas que conviene a otros vivir ordenadamente, pero que a los reyes les va bien el desorden; por el contrario, presenta a los demás como ejemplo tu prudencia, sabiendo que las costumbres de todos los ciudadanos se imitan a las de sus gobernantes”.

La paideia del monarca culmina en el postulado del dominio de sí mismo. Pero la preocupación ética no se limita a él sino que se extiende hacia los súbditos que debe guiar política y moralmente. Nicocles se dirige al pueblo y le exhorta:

"(...) absteneos de lo ajeno, a fin de poseer vuestros propios bienes con mayor seguridad (...). No pongáis mayor cuidado en ser ricos que en ser tenidos por hombres honrados (...). Procurad que vuestra actuación pública no sea astuta u oculta, sino tan sencilla y tan clara, que ninguno, aun queriendo, pueda fácilmente calumniaros (...). Inclinad a los jóvenes a la virtud, no sólo exhortándolos, sino haciéndoles ver en las acciones cómo deben ser las de los hombres de bien (...). Lo que os irrita que otros os hagan, no lo hagáis a los demás. Lo que reprobáis con las palabras, no lo practiquéis con vuestros actos (...). No solo elogies a los buenos; imítalos también (...)."

Un pueblo virtuoso responde a un monarca virtuoso, alejado de la arbitrariedad, un ejemplo de conducción y vida, un hombre capaz de manejar el poder en sus manos con equilibrio. Isócrates se manifiesta partidario de un tipo de aristocracia, como forma de gobierno que convoca a los mejores, identificando con este término a los hombres virtuosos, no clasificados por su mero nacimiento. Una sociedad en cuya estructura una capa social (los mejores) domina significativamente sobre las otras, menos virtuosas.

 

El buen monarca es un retórico cabal, que maneja las situaciones que se le presentan a través del poder de su palabra y su conducta moral. Él puede poner fin a las penurias que sufren las póleis griegas y hacerlas más fuertes; a la vez que pone su gobierno al servicio de la educación según el modelo isocrático. Toda educación que pretenda ser más que una educación técnica tiene que ser una formación política (pensada para la polis). La paideia isocrática beneficiaba al individuo, a la polis y a los griegos en su conjunto, porque la educación y la cultura son los únicos medios de que se dispone para lograr los ideales propiciados por Isócrates: el panhelenismo y la unidad interna de cada polis. La meta que el retórico ateniense propone a Nicocles, dice Jaeger, es una transacción entre la tradición de la política realista del siglo de Pericles, la crítica moral de la filosofía y la tendencia hacia la dictadura. Isócrates se prometía como objetivo alcanzar por medio del poder educativo de la retórica la formación del monarca y de los hombres de Estado, instrumentos salvadores de la cultura griega.

 

ISOCRATES. Speeches and Letters (ed. George Norlin). Cambridge, MA, Harvard University Press; London, William Heinemann Ltd. 1980.

FRABOSCHI, A., STRAMIELLO, C., SÁNCHEZ, M., GARCÍA, C. Isócrates: la formación ética del hombre político (el gobernante y el ciudadano). Buenos Aires. Instituto de Estudios Grecolatinos, Prof. F. Nóvoa. 1995.

JAEGER,  Werner.  Paideia, los ideales de la cultura griega. México. F. C.E.. 1945

VERGEZ, André e HUISMAN, Denis, História da Filosofia Ilustrada pelos Textos, Río de Janeiro. Editora Freitas. 1980.

 Proyecto Clío

[1] Isócrates nació en Atenas antes de las Guerras del Peloponeso y murió después que Grecia perdiera su independencia frente a Macedonia en Queronea (338 a.C.) Proveniente de una familia adinerada, fue discípulo y seguidor de Sócrates y Platón, además de haber estudiado con el retórico más famoso de Tesalia, Gorgias. Durante el reinado de los Treinta Tiranos de Atenas, Isócrates dirigió una escuela de retórica en Chíos.  Aproximadamente hacia el 392 A.C. fundó una escuela en su ciudad natal donde tuvo numerosos discípulos (llegados de todos los rincones del mundo griego) entre ellos Isaeus, Licurgo, y Hypereides, los historiadores Éforo y Theopompo, y Nicocles quien gobernó Salamina. Entre sus obras se encuentran ensayos y textos sobre oratoria. Sus temas eran la actualidad política del momento, y el tono de estos discursos tenía una altura moral que distinguió las enseñanzas de Isócrates del mero efectismo inmediato de los sofistas, sus rivales retóricos. Entre las obras de Isócrates que hoy se conservan figuran 21 discursos y 9 cartas. El “Areopagítico” y “Sobre la paz” (ambas del año 355 a.C.) se ocupan de la política ateniense y el ocaso de la democracia griega. Las cartas de Isócrates abordan temas tan dispares como la educación, el arte de la retórica, el poder de la belleza, las advertencias dirigidas a los déspotas y el llamamiento a los líderes. Entre ellas destacan “Contra los sofistas” (391-390 a.C.), “Elogio a Helena” (370 a.C.), “Arquidamo” (366 a.C.), “Antídosis” (353 a.C.) y “Panatenaico”

[2] Isócrates, Libro Cuarto, cap. II, p. 837.

[3] Isócrates. Discurso sobre la paz. 46 y ss.

[4] Isócrates. Panegírico, 1.

[5] Demóstenes, Filípicas, III, 48 ss.)

[6] Isócrates, Filipo, 15 y 154.

[7] Lo que la crítica platónica reprochaba con mayor dureza a la retórica isocrática, es la indiferencia moral de la retórica y su puro formalismo, que hace de ella un mero instrumento para la lucha sin escrúpulos de la vida pública.

[8] Isócrates. Panegírico, 4.

[9]Isocrates sugería a sus discípulos estar satisfechos con circunstancias presentes, aunque busque mejorarlas; sea afable y no orgulloso; y evite las partidas de beber. Es mejor la pobreza honrada que la riqueza injusta, porque la justicia dura más que todas las riquezas, incluso más allá de la muerte. La virtud es mejor que las riquezas y que el nacimiento noble. Uno debe temer los dioses, darle a los padres honor, a los amigos respeto, y obedecer las leyes.

[10] Jaeger, W.. Paideia, pp. 85-86.

[11] Isócrates. Carta a Nicocles, 10.

[12] Isócrates. Carta a Nicocles, 39.

[13] Jaeger, P. 85.

[14] Jaeger. Paideia. T. 1, pág. 88.

[15] Isócrates.  Discurso sobre la paz. 46-ss.

[16] Isócrates. Evágoras, 41-67.

[17] Isócrates. Discurso a Nicocles, 47.

[18] Isócrates. Panatenaico, 49-50.

[19] Isócrates. Discurso a Nicocles, 63.

[20] Isócrates. Discurso a Nicocles, 29.