Te lleva a la página de inicio ASPECTOS CABALLERESCOS DE LAS CRÓNICAS DE PERO LÓPEZ DE AYALA

 

Tomás Rafael Tovar Júlvez

 

  INTRODUCCIÓN

 

            Pero López de Ayala constituye una brillante figura de su tiempo. Sus obras tienen un doble interés, literario e histórico. Sus Crónicas de los reyes de Castilla, Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III, además de estar escritas brillantemente, cuentan con el atractivo de ser su autor testigo de los hechos. En ellas se reflejan numerosos hechos caballerescos, narrados por un caballero, que es Pedro López de Ayala, caballero y escritor. Este es el atractivo de los hechos caballerescos narrados por Pedro López: brillante estilo, el ser su autor testigo de los hechos y aportar el punto de vista de la mentalidad caballeresca. No es nada externo a la caballería. Es el caballero, en primera persona, quien narra los hechos.

  

I. PERO LOPE DE AYALA

 

Poeta, cronista, caballero y canciller de Castilla, Pedro López de Ayala nace en 1.332 en Quejana, lugar del señorío de Ayala, en Álava. Sus primeros años transcurren entre el señorío de Ayala y la ciudad de Toledo, de donde es arzobispo su tío abuelo el cardenal Pedro Gómez Barroso. Gracias a éste, consigue la concesión por el Papa de los cargos y prebendas de canónigo de Palencia y de Toledo, cuando apenas tenía diez años, atendiendo a la nobleza del linaje, la honestidad de vida y costumbres y otros méritos. Siete años más tarde consigue una nueva bula pontificia que le aseguraba el disfrute pacífico de la prebenda toledana. 

Poco más tarde abandona la clerecía sin que se sepan las causas. Pudo ser por una decisión personal, una vez superada la infancia; a la pérdida de su protector Pedro Gómez Barroso, o, según Michel García, a la consolidación del señorío de Ayala, que ofrece un buen futuro al primogénito. 

En 1353 recibe una lección de caballería explicada por Pedro I el Cruel. Un año después se encuentra al lado de los nobles sublevados que reclaman la vuelta del rey junto a su esposa Blanca de Borbón. Entre las peticiones nobiliarias se encuentra la de que doña Blanca vuestra mujer sea con vos honrada, como lo fueron las otras reynas de Castilla ... Tras el fracaso de esta revuelta de los nobles, Pedro López participa en la guerra con Pedro el Ceremonioso de Aragón, como capitán de la armada que atacó Barcelona en 1359. Posiblemente por estos servicios es nombrado alguacil mayor de Toledo, cargo que mantiene hasta 1366. Ese mismo año, quizá por la expulsión del arzobispo de Toledo, se pasa al bando de Enrique de Trastámara, que aspiraba al trono castellano. Él se justifica, presentando al bando de Enrique de Trastámara como defensores de la patria de Castilla, frente a los extranjeros del príncipe de Gales, que combaten al lado de Pedro I. 

Enrique fue derrotado, algunos de sus caballeros murieron y otros fueron hechos prisioneros de los ingleses, que fieles a las normas de la caballería, respetaron sus vidas y ofrecieron un rescate por su libertad. 

Fernán Pérez y su hijo, Pedro López son liberados y regresan junto a Enrique de Trastámara, que acabará con su hermanastro Pedro I en los campos de Montiel en 1369. 

La victoria de Enrique significará el triunfo de los nobles que le han apoyado, entre los que se encuentran los Ayala, beneficiarios como tantos otros de las mercedes enriqueñas, donaciones con las que Enrique de Trastámara pagó la ayuda recibida. Así, Fernán Pérez recibe el Adelantamiento del reino de Murcia, que más tarde le fue cambiado por el cargo de merino mayor de Asturias, y los lugares de Rucando, Pontejo y San Salvador. 

Muere Fernán Pérez y su hijo es nombrado alcalde mayor de Toledo. Debido a su fama de hábil negociador, interviene como embajador de Enrique II en la Corte Aragonesa, que da lugar a un hecho de caballería. 

El éxito de la embajada hace que sea enviado a Francia a negociar la continuidad de la alianza con la monarquía francesa en 1378 y de nuevo en 1379 y 1380. Fruto de estas embajadas sería el envío de una flota castellana mandada por Fernando Sánchez de Tovar, que saquearía las costas británicas y remontaría el Támesis.

Viajará de nuevo a Francia en 1382 y participará en el aplastamiento de la revuelta de los flamencos contra su conde y contra el rey de Francia, Carlos IV. 

También goza de la confianza de Juan I de Castilla, al que le asesora en asuntos internos, y éste le otorga numerosos títulos y cargos: merino mayor de Guipúzcoa, alcalde mayor de Vitoria, señor de Salvatierra, etcétera. 

Además de la prisión que sufrió tras la batalla de Nájera, estuvo prisionero tras la derrota castellana ante Portugal en Aljubarrota, prisión en la que inició su obra literaria. 

El matrimonio de Juan I con Beatriz de Portugal contó con la oposición de parte de la nobleza portuguesa y de los marinos y mercaderes de Porto y Lisboa, ya que podía significar la unión de los dos reinos, con la consecuente sumisión de los intereses comerciales de Portugal a los de Castilla. Así eligieron nuevo rey en la persona del maestre de Avis y buscaron la alianza con Inglaterra, el enemigo de Castilla. De esta manera, el ejército nobiliario castellano fue derrotado en Aljubarrota en 1385. 

Por el rescate de Pedro López de Ayala se pagan treinta mil doblas de oro. Permaneció en Portugal entre quince y treinta meses, en los que parece disfrutar de una relativa libertad. En este tiempo escribe el Libro de la Caza y parte del Rimado de Palacio.

En el Rimado de Palacio toca diversos temas, como son el Cisma de la Iglesia (que le preocupa profundamente), la gobernación de la República, la presencia en la corte de comerciantes, letrados, recaudadores y arrendadores de impuestos, el poder del rey, sus consejeros. Estos temas forman la primera parte, posiblemente escrita antes de su prisión en Portugal. En la segunda parte, además de nuevos tratados sobre el cisma, abundan los poemas a la Virgen Blanca de Toledo, a la de Monserrat, etcétera. El Rimado de Palacio posee un doble interés: literario e histórico. 

Mientras Ayala escribe en prisión, las tropas inglesas de Juan de Gante, duque de Lancaster, penetran en Castilla, reclamando el trono éste, al ser marido de Constanza, una de las hijas de Pedro I el Cruel. Incapaz de vencer militarmente, Juan I decide pactar con el inglés, le ofrece dinero por abandonar el territorio castellano y reconoce los derechos del duque de Lancaster, al acceder al matrimonio de Catalina de Lancaster, nieta de Pedro I, con el futuro Enrique III o, si éste muriera antes de llegar al trono, con su hermano Fernando. 

Los acuerdos con el duque de Lancaster pueden traer la ruptura con Francia. Así los ingleses exigen a Juan I que defina claramente su postura, convocando una reunión en Bayona, a la que asisten en representación del monarca castellano, Pedro López de Ayala, el obispo de Osma y el confesor del rey, que proponen que ambos reyes se reconcilien, partidarios de mantener la alianza con ambos. Meses después se vio el resultado al firmarse una tregua en la guerra entre Francia e Inglaterra. Uno de los supervisores de estas treguas fue Pedro López de Ayala.

Juan I, ya en paz con Inglaterra y Francia, no renuncia a los derechos de su mujer sobre Portugal, y expone a los miembros de su Consejo, en las Cortes de Guadalajara en 1.390, su deseo de abdicar en favor de su hijo Enrique, reservándose las ciudades de Sevilla, Córdoba, Murcia, y los obispados de Jaén, Vizcaya, etcétera. Juan I sólo utilizará el título y  las armas de rey de Portugal. Pedro López de Ayala desaconseja la abdicación por varios motivos: los males derivados por la división del reino, desinterés de los portugueses hacia el rey de Castilla tras Aljubarrota, la gran distancia entre Andalucía y Vizcaya, y la posible desobediencia de Sevilla, Murcia, Vizcaya, etcétera, hacia alguien cuyo único título es el de rey de Portugal.  

También Pedro López de Ayala contesta a los clérigos en las Cortes, que protestaban por el cobro de diezmos por parte de los señores laicos, a los que responde que ellos fueron los que se defendieron de los moros e ayudaron al servicio de los reyes sus señores. 

Pedro López de Ayala poseía una profunda religiosidad, que se traduce en su refugio, en sus últimos años, en el monasterio jerónimo de San Miguel del Monte o de la Morcuera, próximo a Miranda de Ebro. Pero esto no le hace abandonar la Corte, en la que cada vez juega un papel más importante, como lo demuestra su firma en el testamento de Juan I. Con el nuevo rey, Enrique III, Pedro mantendría su privilegio en la Corte. 

Su intento en la resolución del Cisma que mantenía dividida a la Iglesia, una vía de compromiso entre los papas de Roma y de Aviñón, no tuvo éxito. En 1398 recibe el título de canciller de Castilla y propone la reunión de un concilio general de la Iglesia para poner fin al Cisma. 

Finalmente, tras dejar todos sus títulos, cargos y misiones diplomáticas en manos de sus hijos, Pedro López de Ayala muere en 1.407, tras cuarenta años al servicio de la dinastía Trastámara, de la que es su primer historiador.

 

 

II. LAS CRÓNICAS

 

Gran parte de la fama del canciller Pedro López de Ayala se debe a la redacción de las Crónicas de los Reyes de Castilla Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III, que son, al tiempo obras históricas y literarias, según Fernán Pérez de Guzmán, en hermoso y alto estilo. 

De las Crónicas se conservan dos versiones conocidas tradicionalmente como con los nombres de vulgar y abreviada, nombres confusos, pues la llamada vulgar llega hasta la muerte de Juan I y la abreviada incluye los primeros años del reinado de Enrique III. El nombre de la abreviada no tiene que ver con la extensión cronológica, sino por poseer menos capítulos o haber sido resumidos por razones en las que no siempre están de acuerdo los historiadores. 

Según Jerónimo Zurita, historiador aragonés del siglo XVI, se escribiría primero la versión abreviada y la vulgar sería una ampliación en la que se suprimieron textos que pudieran ofender, al haber sido escrita en el calor de los acontecimientos políticos y luego interesaría olvidar o carecerían de relevancia. 

Las Crónicas no se publicaron hasta 1779-1780 con algunas correcciones y notas añadidas por Eugenio de Llaguno. 

El supuesto de Jerónimo Zurita es aceptado por Miguel García, pero sólo hasta el reinado de Enrique III. La versión llamada vulgar aparece como una primera versión y la abreviada como una versión revisada.     

La vulgar añade capítulos enteros en cada uno de los años 1351 a 1373, ofrece detalles no incluidos en la abreviada y reescribe algunas noticias, datos que según Miguel García confirman que el cronista volvió a redactar su texto. 

A partir del reinado de Enrique III, disminuyen las diferencias de contenido entre las dos versiones, la abreviada al menos contiene un capítulo que no figura en la vulgar y el texto de la abreviada aparece reescrito en numerosas ocasiones por razones estilísticas o para incluir detalles que no aparecen en la vulgar. 

Siguiendo el estudio de Miguel García se puede aceptar que el proyecto de escribir estas crónicas nace en el reinado de Juan I, probablemente después de la batalla de Aljubarrota en 1385, tras un convulso período. La versión inicial sería revisada en los años finales del siglo XIV o a comienzos del XV por el propio canciller. Posteriormente sufrirían retoques por copistas, pues hay datos que Ayala no pudo conocer. Posiblemente fue continuador, corrector o reescritor de las Crónicas su hijo Fernán Pérez de Ayala. 

La historia es escrita por orden de reyes y príncipes, y en el caso castellano (en el que se identifica a España con Castilla) hay crónicas de los hechos de los godos y de los reyes posteriores hasta Alfonso XI por lo que Pedro López se propone actualizar estas crónicas y llevar el relato hasta la época, contando lo que vio y lo que le narraron señores e caballeros e otros dignos de fe e de creer. 

La primera crónica es la de Pedro I. Empieza desde el primer año de su reinado y justifica la revuelta nobiliaria por la crueldad y tiranía del rey. Entre sus diversas crueldades narra la muerte de doña Leonor de Guzmán que pesó mucho a algunos del regno. Además del descontento de los nobles, el pueblo se haya descontento por la mala administración, la avaricia y la crueldad del monarca, al que Pedro López de Ayala dibuja con alguna que otra virtud entre tantos defectos. Pedro no es respetuoso con las normas de la caballería y así lo demuestra repetidas veces, como cuando ejecuta a los prisioneros castellanos canjeados con el rey de Portugal. Esto contrasta fuertemente con el respeto a la caballería que demuestran ingleses y franceses. La revuelta nobiliaria aumenta de importancia al coincidir en el tiempo con la guerra castellanoaragonesa y con la guerra entre ingleses y franceses (Guerra de los Cien Años). Los rebeldes castellanos buscan ayuda en el exterior y la consiguen de aragoneses y franceses, mientras Pedro la obtiene de ingleses y de los musulmanes de Granada. Otro hecho destacado que figura en esta crónica es la detención y posterior tormento del tesorero judío Samuel Leví, acusado de quedarse con parte de los ingresos reales. 

 La segunda crónica es la de Enrique II, en la que se consolida la dinastía Trastámara. Ante la necesidad de fondos para combatir a los enemigos y pagar a los amigos, decide aumentar los impuestos, lo que provoca mucho enojo en el reino. Recurre para ello a la acuñación de moneda de baja calidad, lo que provocará una subida de los precios. Tras dos años difíciles, Enrique termina de recuperar las plazas controladas por los petristas, la flota castellana obtiene una importante victoria sobre la inglesa en La Rochela y firma la paz con Portugal. También se firman paces con Aragón y se conciertan y realizan varias alianzas matrimoniales. También le preocupa la delicada situación que vive la Iglesia a causa del cisma.

 La tercera es la de Juan I, que sufre una importante derrota ante los portugueses y ante los ingleses. Debe ceder ante los ingleses, negociando,  y ante los portugueses sufre la importante derrota de Aljubarrota. Respecto al tema del cisma en la Iglesia, una comisión de notables reunida en Medina aconseja al monarca y éste se decanta por el Papa Clemente VII. Derrotado y desanimado, el monarca decide recurrir a las Cortes, en las que se dan sesiones no exentas de polémica por temas económicos.

 Finalmente, la última crónica es la del rey Enrique III, un menor de edad cuando accede al trono. Esto provoca el acceso al poder de la gran nobleza y el enfrentamiento en ella, que culmina con la detención del arzobispo toledano. Cuando Enrique III adquiere la mayoría de edad ha de hacer frente al sometimiento de la nobleza y el control de las ciudades que han adquirido gran fuerza, mientras la situación internacional continúa inalterable.

 

III. CABALLERÍA Y CABALLEROS

  

III. 1. Origen de la caballería 

El origen de la caballería se piensa lejano en el tiempo. Juan de Lucena lo remonta hasta el ynventor del oficio y preheminençia de los harautes y reyes darmas, mientras Diego de Valera atribuye el origen de las armas y señales a un rey de Creta llamado Júpiter, al gran Alejandro o a Julio César. Así, Pedro López de Ayala parece estar de acuerdo con esta opinión cuando afirma e desto facían en Roma imágenes a reverencia e honra de aquellos emperadores, e señores, e caballeros, e de otros cualesquier que facían algund fecho notable de armas e de caballería[1].

 

III. 2. Armarse caballero

 

Un caballero es el que recibe el orden de caballería. Sólo un caballero puede armar a otro pues no se puede dar lo que no se tiene. Sin embargo, hay teóricos que defienden que el rey y su primogénito heredero pueden armar caballeros, aunque ellos no hayan recibido el orden de caballería, y también hay quien opina que reyes y emperadores no pueden ser coronados hasta haber recibido la caballería. En el caso de Pedro I, esto último no se cumple, y así se hace armar caballero a manos del Príncipe de Gales, heredero de la corona de Inglaterra, en las vísperas de la batalla de Nájera tras dieciséis años de reinado, e allí se armó el rey don Pedro caballero aquel día de mano del príncipe, e se armaron otros muchos caballeros[2].

De esta manera, Enrique de Trastámara hace valer su condición de rey, armando caballeros: El día que el rey don Enrique llegó a vista de la cibdad de Calahorra, donde fuera bien acogido, segund avemos contado, e antes que llegase a la cibdad, armó caballero en un campo cerca del río de Ebro a don Bernal de Bearné que venía con él, e le fizo después conde de Medinaceli[3]. 

También el rey ordena caballeros con ocasión de la constitución de cortes. Pedro López de Ayala cuenta como fue en una ocasión: E partió el rey don Enrique para Castilla a aparejar lo que era menester para las bodas de su fija la infanta; e llegó a Toro, do tenía acordado de facer cortes, e ordenar los caballeros e dueñas que avían de ir con su fija[4].

 

III. 3. Las virtudes de los caballeros

 

El valor es algo consustancial al caballero. Era elegido caballero uno de cada mil (milites). El rey castellano habla de omes duros fuertes e escogidos. Así Pedro López de Ayala pone en boca de Alfonso Ferrández, ejemplo de caballero, los consejos que le da a Gutier Ferrández: Gutier Ferrández amigo, el remedio de aquí adelante es éste: morir lo más apuestamente que yo pudiere como caballero[5]. 

El valor es lo que cuenta y no por perder una batalla se pierde la honra. Así lo advierte el rey de Francia a los mensajeros del rey de Castilla Juan I: Vos diredes así al rey de Castilla, mi hermano e mi amigo, que del acaescimiento que ovo en la batalla de Portogal que perdió, e bien que el oviere es mío, e de lo contrario cuando acaesciere, a mí viene mi parte. Pero en este caso le ruego yo que él tome muy grand conorte e muy grand esfuerzo, ca las batallas con en Dios, e ninguno non puede contrariar la su voluntad; e que él sabe muy bien que leemos poe hestorias e corónicas e vemos de cada día que muchos grandes príncipes e reyes e señores que pelearon fueron algunas vegadas vencidos, pero por esto non perdieron sus honras, antes tornaron con mayor esfuerzo a su guerra, e ovieron muy buenas venturas. E por tanto que él non debe por esta pérdida que ovo tomar enojo, más tener que Dios que esto fizo le puede dar mucha buena ventura sobre sus enemigos con el buen derecho que tiene[6].

Otro aspecto muy caballeresco es el rescate por compra de prisioneros. Se respeta la vida del enemigo a cambio de un rescate. Así ocurre en la batalla de Linuesa, contra el reino de Granada. E el rey don Pedro desque lo sopo plógole mucho; empero envió mandar que todos los captivos que los suyos avían tomado que ge los diesen a él, que les daría trecientos maravedíes por cada uno: e él ovo los captivos; más non les dio los maravedises que por ellos les mandó, de lo qual fueron mal contentos todos los caballeros e fijosdalgo, e los otros que en la pelea acaescieron: e tovo muy grand daño en esta guerra este tomar que el rey fizo destos captivos[7] 

El rey Pedro I, aunque sea armado caballero no se porta como tal. Pedro López de Ayala narra el hecho poco caballeresco de tratar el canje de prisioneros al rey Pedro de Portugal para matarles. Otrosí debedes saber que algunos caballeros de Castilla por miedo del rey estaban fuídos en Portogal, los quales eran Men Rodríguez Tenorio, e Ferrand Gudiel de Toledo, e Fortún Sánchez Calderón: e fue tratado entre el rey don Pedro de Castilla, e el rey don Pedro de Portogal, que cada uno de los reyes entregase al otro los caballeros que eran así fuídos en el su regno, para facer dellos lo que quisiesen. E fue así fecho, e fueron entregados al rey de Portogal Pero Cuello, e un escribano, los quales fueron muertos en Portogal; e Diego López Pacheco fue apercebido, e fuyó de Castilla para el regno de Aragón. Otrosí fueron entregados al rey don Pedro de Castilla Men Rodríguez Tenorio, e Ferrand Gudiel de Toledo, e Fortún Sánchez Calderón, e fízolos matar en Sevilla. E los que esto vieron tovieron que los reyes ficieron lo que la su merced fue; mas que el tal troque non debiera ser fecho, pues estos caballeros estaban sobre seguro en los sus regnos[8]  

También es normal que caballeros queden prisioneros en calidad de rehenes, como en el caso de la lucha contra el conde don Enrique, al que el rey Pedro I envía mensajeros. Como quier que don Juan Alfonso de Alburquerque acuciaba que el rey pelease aquel día con el conde, que era ya hora de vísperas, e que el conde le tenía en palabras por esperar la noche para foír, empero el rey non quería nin lo avía en voluntad; antes envió por mensajeros al conde don Alvar García de Albornoz, copero mayor de la reyna doña Blanca su esposa, que avía de ser entonce su mujer, e a Sancho Sánchez de Rojas, su ballestero mayor, con los quales le envió mandar que se viniese luego a la su merced, e que le diese caballeros en arrehenes fasta que le entregase las fortalezas que tenía en Asturias[9]

Cuando es apresado el caballero Beltrán de Claquín en la batalla de Nájera, en la guerra que enfrenta a Pedro I y a Enrique de Trastámara, el príncipe de Gales decide mantenerle preso ya que es muy buen caballero y sería mejor, durando la guerra de Francia y de Inglaterra, que estoviese preso, e que más valía perder la cobdicia de lo que podía montar su rendición, que librarle[10], por lo que Beltrán de Claquín se siente muy honrado de ello: Decíd a mi señor el príncipe, que yo tengo que me face Dios e él muy grand gracia, entre otras muchas honras que yo ove en este mundo de caballería, que mi lanza sea tan temida que yaga en prisión durante las guerras entre Francia e Inglaterra, e non por al. E pues así es, yo tengo por honrada la mi prisión, más que la mi delibranza[11] . Entonces, el príncipe de Gales decide que sea Beltrán de Claquín el que ponga el precio a su rescate, que si mosén Beltrán dixese que por cinco francos quería salir de prisión, que más non le demandase, ca por quanto menos saliese, menos honra levaba[12]. Entonces Beltrán decide poner precio, decidle vos, que magüer so sobre caballero de quantía de oro e de moneda, pero que con esfuerzo de mis amigos yo le daré cien mil francos de oro por mi cuerpo, e que desto le daré buenos recabdos[13]. Cuando el príncipe de Gales supo esto, fue maravillado, primeramente del grand corazón de mosé Beltrán[14]. Éste envía cartas a sus familiares y amigos, recibiendo respuesta. E los señores, varones e caballeros de Bretaña, a quien el dicho mosén Beltrán envió sus cartas, luego le enviaron decir que todos ellos estaban prestos para se obligar en la quantía que él quisiese por su rendición[15]. Después de pagados los cien mil francos de oro, Beltrán de Claquín queda libre, yendo a ver al rey de Francia, al que le cuenta lo sucedido, que le agrada. El hecho también agrada a Pedro López de Ayala. E por todas estas razones se puso aquí este cuento; ca las franquezas e noblezas e dádivas de los reyes grand razón es que siempre finquen en memoria, e non sean olvidadas: otrosí las buenas razones de caballería[16].

Beltrán de Claquín aparece más adelante, ya reinando Enrique de Trastámara. Pedro López de Ayala narra como, durante la guerra contra Inglaterra, el rey le entregó un dinero para comprar varias villas y rendiciones de prisioneros. Uno de los que se encontraba prisionero, el conde de Peñabroch, fue entregado a Beltrán de Claquín e el conde fue entregado a mosén Beltrán, e antes que le pagase los cien mil francos de su rendición, morió el conde en poder del dicho mosén Beltrán su muerte natural[17]. En el mismo capítulo, más adelante, aparecen referencias a estas compras de prisioneros. E diole más el rey don Enrique al dicho mosén Beltrán en cuenta de la paga veinte e seis caballeros ingleses, que fueron tomado con el conde de Peñabroch; e otrosí le dio otros prisioneros quel tenía, entre los quales le dio un mariscal de Inglaterra que decían mosén Guischart, e otro caballero que decían el señor de Poyana, en precio de treinta e quatro mil francos[18]. 

El comportamiento supersticioso es impropio de caballero. No hay que olvidar que en el libro primero del memorial de caballeros de Alonso de Cartagena se inicia con el recuerdo de la obligación de los caballeros de luchar y morir por la fe, lo que exige saber y tener por escrito el símbolo de la fe[19].  En la guerra que enfrenta a Castilla contra Granada, durante el reinado de Pedro I, algunos caballeros van a pelear contra su voluntad por quanto algunos adalides les dixeron un día antes, que non avía buenas señales para entrar en aquella cavalgada do iban: ca en aquella tierra las gentes de guerra guíanse mucho por tales señales, magüer es grand pecado; pero así lo han siempre acostumbrado, e tienen que si van contra aquello, que les viene desmano, e han lo puesto así en su voluntad, que si les facen partir destas señales non lieban el corazón seguro: lo qual daña mucho en tales fechos desque los omes toman rescelo e miedo en las voluntades[20].

La caballería nació para defender a los débiles y a las mujeres. El patrono de los caballeros es San Jorge. En la carta que el príncipe de Gales envía a Enrique  para hacerle desistir de la guerra con su hermanastro Pedro el Cruel así se le nombra, por ende vos rogamos e requerimos de parte de Dios, e con el mártir Sant Jorge, que si vos place que nos seamos buen medianero entre el dicho rey don Pedro e vos[21].

La palabra de un caballero no puede ser tomada en vano. Pedro López de Ayala narra un hecho que ocurrió después de la batalla de Nájera. Entre los presos de las tropas de Enrique de Trastámara se hallaba el mariscal de Audenehan, según Pedro López, francés de Picardía y muy buen caballero. Cuando el príncipe de Gales le vio, le llamó traidor y fementido, a lo que el mariscal respondió que no lo era. El príncipe entonces le preguntó que si quería estar a juicio de caballeros con él y entonces aceptó. E desque el príncipe ovo comido pusieron doce caballeros, quatro ingleses, e quatro de Guiana, e quatro bretones por jueces; e el mariscal fue y traído, e díxole el príncipe: Mariscal Audenehan: vos sabedes bien que en la batalla de Piteus que yo vencí, do fue preso el rey don Juan de Francia, vos fuistes prisionero, e vos tuve en mi poder, e vos puse a asaz pequeña rendición, e me feciste pleyto e omenaje, sopena de traydor e de fementido, que si non fuese con el rey de Francia vuestro señor, o con alguno de su linaje de la flor de lis, vos non armariedes contra el rey de Inglaterra, mi padre e mi señor, nin contra mi persona, fasta que toda vuestra rendición fuese pagada; la qual fasta aquí non es pagada, e hoy non fue en esta batalla el rey de Francia vuestro señor, nin alguno de su linaje de la flor de lis, e veo armado de todas vuestras armas contra mí e non avedes aún pagado vuestra rendición, segund lo posistes conmigo. E por tanto digo que vos avedes falsado el omenaje que me fecistes, por lo qual sodes caído en mal caso: otrosí avedes falsado la fe, por lo qual sodes fementido, pues non avedes complido lo que prometistes sobre vuestra fe en esta razón, segund dicho he. E a muchos caballeros de los que y estaban les pesaba, teniendo que el mariscal tenía mal pleyto, e non se le podía escusar la muerte; ca todos le querían bien, porque era buen caballero, e lo fuera siempre; e era en edad de sesenta años, o más. E desque el príncipe ovo dicho su razón delante los doce caballeros jueces de este pleyto, dixo el mariscal de Audenehan así al príncipe: Señor: con humil reverencia yo vos pregunto, si vos place de decir más contra mí desto que avedes dicho delante estos caballeros que vos ordenastes en este pleyto. E el príncipe le dixo que non. Entonce el mariscal dixo así: Señor: yo os suplico que non ayades enojo de mí por yo decir de mi derecho, pues este fecho toca en mi fama e en mi verdad. E el príncipe dixo, que seguramente lo dixese: que éste era fecho de caballeros e de guerra, e era razón cada uno defender su fama e su verdad. E entonce dixo el mariscal al prícipe así: Señor: verdad es que yo fui preso en la batalla de Piteus do mi señor el rey de Francia fue preso: e es verdad, señor, que yo vos fice pleyto omenaje, e vos di mi fe, que non me armase contra el rey de Inglaterra, nin contra vos, fasta que toda mi rendición fuese pagada, la qual aún non he pagado, salvo si me armase con el rey de Francia mi señor viniendo él por su cuerpo, o con alguno o algunos de su linaje de la flor de lis. E señor, yo veo bien que mi señor el rey de Francia non es aquí, nin ninguno de su linaje de la flor de lis; pero con todo esto yo non so caído en mal caso, nin fementido; ca yo non me armé hoy contra vos, que vos non sodes hoy aquí el cabo desta batalla, ca el capitán e cabo desta batalla es el rey don Pedro, e a sus gajes e a su sueldo como asoldadado e gajero venides vos aquí el día de hoy, e non venides como mayor desta hueste. E así, señor, pues vos non sodes cabo desta batalla, salvo gajero e asoldadado, yo no fice yerro en me armar contra vos, salvo contra el rey don Pedro, que es el capitán mayor de vuestra partida, e cuya es la repuesta desta batalla. E los doce caballeros jueces que el príncipe ordenara para oír e librar este pleyto, segund dicho avemos, entendieron que el mariscal tenía razón, e se defendía como caballero: e dixeron al príncipe, que el mariscal respondía bien, e con derecho: e diéronle por quito de la acusación que el príncipe le facía. E al príncipe e a todos los caballeros plogó mucho que el mariscal toviera buena razón para se escusar, porque era buen caballero. E fue muy notada la razón que el marsical dixo: e por esta sentencia se librabran después qualesquier pleytos semejantes deste en las partidas do avía guerra, e acaescía caso semejante[22].

La prudencia debe ser una cualidad de los caballeros. Llull recuerda que el caballero ha de ser el más amable, y más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo, de mejor instrucción y de mejores costumbres que los demás[23]. En la guerra con Portugal, durante el reinado de Enrique III un caballero de Francia que decían mosén Juan de Ría, que era muy buen caballero, e avía seydo en muchas guerras e en muchas batallas, e era de edad de setenta años[24] recomendó al rey: e por ende, señor, vos pido por merced, que vos querades el día de hoy mandar a los vuestros que se tengan en buena ordenanza en conoscer su aventaja, ca yo so en el consejo de los caballeros que han dicho, que los vuestros deben tenerse quedos en el logar do están, non es dubda que muestran grand miedo, e non pueden luengamente durar en aquel logar do han tomado aventaja que agora tienen; ca antes de la noche ellos vernán pelear fuera de la aventaja que han tomado, o desque fuere la noche perderán la vergüenza e partirán de allí, ca non tienen viandas más de para hoy, segund se puede saber. E, señor, qualquier ome lo puede ver, que las dos alas de la vuestra batalla, desque la avanguarda moviere para pelear, van topar en unos valles que tienen delante, e non pueden llegar a los enemigos, nin ayudar a los suyos de la vuestra vanguarda[25]. El consejo satisface mucho al rey, pero algunos caballeros del rey, que eran omes mancebos, e nunca se vieron en otra batalla, non se tovieron a aquel consejo, diciendo que era cobardía; e teniendo en poco los enemigos, acometiéronlos[26]. La batalla empieza, ocurriendo todo según lo había dicho el anciano caballero. Es norma del caballero dejar huir a sus enemigos. E esto es contra buena ordenanza que los antiguos mandaron guardar en las batallas, que nunca ome debe poner a su enemigo en las espaldas ninguna pelea, por le dar logar para foír[27]. La batalla fue desbaratada, e fueron muertos y muchos e muy buenos señores e caballeros[28].

El espíritu caballeresco impregna toda la sociedad y ya no sólo es propio de la sociedad cristiana, sino que también en la sociedad musulmana ha calado el espíritu caballeresco. No hay que olvidar la anécdota de que Seifed Din, hijo de Saladino, pidió a Ricardo Corazón de León, que accediera a armar caballero a su hijo, cosa que éste aceptó. También lo ve así Pedro López de Ayala, reconociendo que los musulmanes pueden ser también caballeros, ya que les califica con este nombre y no con otro: e este rey Bermejo, e don Juan Edriz Abenbulula con él, e otros caballeros de su casa[29].

  

III. 4. Órdenes de caballería

 

Las tres grandes Órdenes de Tierra Santa y las tres Órdenes españolas constituían la más pura encarnación el espíritu medieval. La pertenencia a ellas era como un fuerte lazo sagrado[30].

La Orden de la Vanda, a la que pertenecía Pedro López de Ayala, tenía a gala ser de las mejores órdenes. Aquel día el rey delante las haces del conde rigiendo la batalla a un caballero que traía unas sobreseñales bermejas con vanda de oro, e preguntó que quién era: e dixéronle algunos de los suyos que le conocían, que era Pero Carrillo. E el rey envió a él un su doncel , e mandóle que dixese a Pero Carrillo, que pues non era su vasallo, que non avía por que traer la vanda; ca esta Orden de la Vanda, que el rey don Alfonso ficiera, era muy honrada e muy escogida e muy presciada en el regno de Castilla, e aun en otras partes, e que non la traían si non muy escogidos, e esmerados en costumbres e en linaje e en caballería seyendo vasallos del rey, o del infante su fijo primogénito heredero, e non en otra manera. E el doncel del rey llegó a Pero Carrillo, e díxole lo que el rey le había dicho que dixese. E luego Pero Carrillo tiró las sobreseñales que traía, e eran de un tapete colorado con una vanda de oro, e dixo así al doncel: Decid a mi señor el rey, que quando Albulhacén, rey de Benimarín, cercó la villa de Tarifa, me mandó el rey don Alfonso su padre, entre otros nobles e buenos que allá envió para la ayudar e defender, que yo fuese allá con ellos: e una noche ovimos pelea con los moros, que querían entrar por un portillo de la villa de Tarifa que cayera de de los golpes de los engeños: e aquella noche morió el señor de los Montes claros, que era un moro muy poderoso, e tenía allí muchas gentes. E luego dende a quince días me envió mi señor el rey don Alfonso, que Dios perdone, estas sobrevistas de su cuerpo, e me envió mandar que traxiese la vanda: e después acá la tengo, e de aquí en adelante yo no la traeré más sin su licencia del rey, pues non le place. E al rey plogo cuando vio que tiró de sobresí: que tan cerca estaban los unos de otros que se veían bien. E esta regla se guardó siempre en la Orden de la Vanda en las Cortes de los Reyes de Castilla, que ome que non fuese vasallo del rey, o de su fijo heredero, traxiese vanda[31].

Respecto a la Orden de Santiago, según su ordenamiento, estaban obligados a guardar el celibato[32], sin embargo Pedro López de Ayala cuenta el caso de un maestre que sí lo estaba, lo cual debía parecer extraño, e de aquí en adelante se llamaba maestre de Santiago don Juan García. E éste fue el primer maestre de Santiago que fue casado de que los omes se acordaban entonce; ca quando el rey le fizo ser maestre de Santiago casado era primero: e después acá ovo otros maestres de Santiago casados, ca dicen que segund su regla lo pueden facer[33]. Esta orden poseían numerosos lugares, entre los que se hallaba Castrotorafe, que era de la Orden de Santiago, e teníala él por el maestre[34].

A veces los maestres se comportan de forma un tanto extraña. En las Crónicas se narra uno de esos comportamientos. Otrosí ordenó el rey que don Pero Moñiz de Godoy, maestre de Calatrava, fuese maestre de Santiago, e que don Per Álvarez Pereyra, prior que era del hospital de Portogal, que y era con él, fuese maestre de Calatrava; e ficieron los freires de las dichas Órdenes segund que el rey les mandó: e envió el rey, después de esto acordó de facer, al para Clemente VII, que estaba en Aviñón, e confirmólo todo, segund que el rey lo había ordenado. E desta ordenanza que el rey fizo en las dos Órdenes non plogó a algunos del regno e del consejo del rey, por quanto les parescía este mudamiento tal en estas Órdenes cosa muy estraña, quel maestre de Calatrava, que es de la Orden del Cístel, fuese maestre de Santiago, que es Orden de Caballería, e otrosí quel prior de Sant Juan tornase a ser maestre de Calatrava[35].

 

III. 5. Honras debidas a los caballeros

 

La regulación de las relaciones entre señores y vasallos son de enorme importancia. Pedro López de Ayala nos narra con todo detalle la cuestión de las behetrías: unos ha que son llamados de mar a mar, que quiere decir, que los vecinos e moradores en los tales lugares pueden tomar señor a quien sirvan e acojan en ellos qual ellos quisiseren, e de cualquier linaje que sea[36]. Continúa describiendo los tipos de behetrías: Otros logares de behetrías son que toman señor de cierto linaje, e de sus parientes entre sí: e otras behetrías ha que han naturaleza con linajes que sean naturales dellas, e estas tales toman señor de estos linajes qual se pagan: e dicen que todas estas behetrías pueden tomar e mudar señor siete veces al día; e esto quiere decir, quantas veces les ploguiere, e entendieren que las agravia el que las tiene[37]. Luego narra el origen de las behetrías: quando la tierra de España fue conquistada por los moros en el tiempo que el rey don Rodrigo fue desvaratado e muerto, quando el conde don Illán dizo la maldad que traxo los moros en España, e después a cabo de tienpo los christianos comenzaron a guerrear, veníanles ayudas de muchas partes a la guerra: e en la tierra de España non avía si non pocas fortalezas, e quien era señor del campo era señor de la tierra: e los caballeros que eran en una compañía cobraban algunos logares llanos do se asentaban, e comían de las viandas que allí fallaban, e manteníanse, e poblábanlos, e partíanlos entre sí; nin los reyes curaban de al, salvo de la justicia de los dichos logares. E pusieron los dichos caballeros entre sí sus ordenamientos, que si alguno dellos toviese tal logar para le guardar, que non rescibiese daño nin desaguisado de los otros, salvo que les diese viandas por sus precios razonables: e si por aventura aquel caballero non los defendiese, e les ficiese sinrazón, que los del logar podiesen otro de aquel linaje qual a ellos ploguiese, e quando quisiesen para los defender: e por esta razón dicen behetrías, que quiere decir, quien bien les ficiere que los tenga[38].

Las behetrías son motivo de conflictos. En las Cortes, reunidas en Toro, se pide al rey Enrique II que se partiesen las behetrías del regno, diciendo que eran achaque e razón por do crescieron muichos escándalos e guerras entre los señores e caballeros de Castilla, e de León[39]. Los señores y caballeros, pese a reconocer que la intención es buena y justa, argumentan que algunos condes e grandes señores querrían tomar partida de las dichas behetrías, puesto que non fuesen naturales dellas[40], algunos caballeros hay que con vuestra privanza han cobrado muchas behetrías, por ventura de que algunos non son naturales, e querrían quedar con tan gran partida dellas, que sería cosa sin razón[41], y además muchas doncellas fijas de ricos omes e caballeros son hoy en vuestro regno, que por ser naturales de behetrías cobran casamientos, lo s quales agora en esta partición avrían, si aquí se ficiese, muy pequeña parte[42]. El rey escuchó esto y vio la voluntad de los caballeros, tras lo cual Anon quiso en ello más fablar[43].  

Respecto al sueldo que cobran los caballeros, el rey de Aragón manda a Enrique de Trastámara a pedir ayuda al rey de Francia. E yendo estos dos caballeros para el conde fallaron otros caballeros de Castilla que andaban en Francia, e eran don Gonzalo Mexía, comendador mayor de Castilla de la Orden de Santiago, e Gómez Carrillo, que estaban en Tolosa la grande al sueldo del rey de Francia: ca era capitán de la guerra en Lenguadoc por el rey de Francia el conde Armiñaque, e los tenía allí al sueldo, e daba sueldo a todos los estranjeros que allí venían[44]. Cuando Pedro el cruel cerca Calatayud, el rey de Aragón ofreció sueldo a los caballeros castellanos que se pasaran a su bando: e el rey de Aragón esperaba su respuesta dellos, ca avía enviado a ellos sus mensajeros a les rogar que le viniesen a ayudar, e que les daría grandes mantenimientos, así de sueldo, como de otras mercedes, e que los heredaría en su regno[45].

El caballero no es tal sin el caballo, la bestia más bella, la más ágil y que con más nobleza pueda sostener el trabajo, pues debía ser la más conveniente para el trabajo del hombre y en la crónica de Pero Niño se dice que cavallero primeramente es dicho por hombre que continúa cabalgar cavallo..., pero el que cavalga caballo no es por eso cavallero: el que hace el exerçiçio, éste es con berdad llamado cavallero[46]. Respecto a su precio ca valía un caballo bueno ochenta mil maravedíes de aquella moneda, e una mula quarenta mil maravedíes[47]. 

También hay quejas respecto al comportamiento de los caballeros. Los abades y abadesa se querellan al rey Juan I de las encomiendas que toman los caballeros, los avían desapoderado dellos, e echaban pechos e pedidos en los dichos logares a sus vasallos, e los razonaban por suyos; e que los tales vasallos de las dichas Órdenes ya non tenían que eran de abades y conventos, nin les conoscían señorío[48]. El rey entonces manda a dos caballeros y a dos doctores para que fuesen jueces y emitiesen sentencia. Entre los dos caballeros figura el mismo Pedro López de Ayala. E dieron sentencia, por la qual dixeron que fallaban que los dichos señores e caballeros non avían derecho alguno para tener las dichas encomiendas de los dichos monesterios e iglesias; e la conclusión de la sentencia fue ésta: que todos aquellos monesterios e iglesias que fundaron los reyes e reynas, e condes e condesas, de cuyo linaje venían los reyes de Castilla e de León, que ninguno los pudiesen tener en encomienda, salvo que estoviesen los tales logares so encomienda e merced del rey para los defender[49].

 

IV. BATALLAS Y TÓRNEOS

 

IV. 1. Las armas del caballero 

El símbolo del caballero es su escudo. E traía de primero don Alfonso Ferrández por armas cinco águilas blancas en campo bermejo; e de aquel día en adelante traxo por armas un águila india en campo blanco; e estas eran las armas de Aguilar[50]. 

Las armas del caballero son un símbolo y un recuerdo de las virtudes del caballero, que se resumen en las virtudes cardinales, que son prudencia, justicia, fortaleza y templanza, todas representadas en la espada con la que se arma al caballero, según Alfonso X[51].

Pedro López de Ayala nos habla de las armas. E armóse de un gambax, e una loriga, e una capellina, e así fue a oír misa[52], armados de lorigas, con almofares, e quexotes, e canilleras, e espadas; e que ninguno dellos non troxiese lanza[53], que levaba su lanza en un caballo[54], comenzaron a alzar las mazas[55]. 

En las Cortes reunidas por Juan I, y debido a temas económicos se ordena el hecho de las lanzas, que nos da una idea de como debe estar armado el caballero: E quanto al número que les parescía que estaría bien ordenado que él oviese en sus regnos a quien diese en tierra quatro mil lanzas castellanas bien armadas de todas piezas, e bien encabalgadas, e de buenos omes, e oviese cada lanza dos cabalgaduras, que la una fuese caballo bueno, e la otra mula, o rocín, o haca, como mejor pudiese[56] y les parescía asaz bien ordenado que en el Andalucía oviese mil e quinientos jinetes, e que oviese cada uno dos rocines, e sus armas de jinete, es a saber, unas fojas, e un bacinete redondo, e una adarga[57]. 

Las armas se pueden llevar en posición desafiante. Reunidos en una iglesia para tratar el testamento del fallecido rey Juan I entraron [en una iglesia] algunos caballeros e escuderos del duque de Benavente e del conde don Pedro, las cotas vestidas e las espadas ceñidas en tal guisa, que los que ovieron de estar en consejo non asosegaron bien las voluntades[58].

 

IV. 2. La batalla

 La estrategia de la batalla es fundamental. Es un factor fundamental en el resultado final. Aunque el interés estratégico y la táctica son casi siempre incompatibles con los ideales caballerescos. Enrique de Trastámara, por quererse batir en campo abierto pierde la batalla de Nájera[59]. Pero siempre existían unos principios tácticos fundamentales, cuya aplicación se consideraba indispensable, o por lo menos muy conveniente[60].

 La Crónica de Pedro I nos narra como en Cuenca de Tamariz entre Pedro y su hermanastro Enrique, Pedro el Cruel establece su orden en la batalla: E el conde e don Juan Alfonso mandaron a todos que cabalgasen, e pusiesen las capellinas: e ellos ficiéronlo así, e movieron luego contra el lomo do estaban las atalayas, e pusieron sus batallas en esta ordenanza: los pendones todos tres en uno, e los de caballo juntos en una haz; e los peones la metad de la una parte de los de caballo, e la otra metad de la otra parte[61].

 La ballesta es un arma fundamental en la baja Edad Media. Su potencia causa estragos en las batallas. Los ballesteros constituyen una estampa habitual de los ejércitos de finales de la Edad Media[62]. Pedro López de Ayala señala la importancia de los ballesteros. Así ocurre en Toledo, en el séptimo año del reinado de Pedro I. Que ficieron mucho por la defender [la torre]: e fueron todos feridos de saetas, e descendieron de la dicha torre, ca non podieran sofrir la grand ballestería que traía el rey don Pedro[63].

Los caballeros suelen entrar en la batalla cargando a caballo: iban a lanzar lanzas en la hueste del rey de Aragón, e facer sus espolonadas en aquella guisa que los jinetes suelen e acostumbran facer[64]. 

En la guerra que enfrenta a Pedro el Cruel con Enrique de Trastámara éste ordena su batalla, de esta manera: E ordenó su batalla en esta guisa: puso que estoviesen de pie en la delantera mosén Beltrán de Claquín, ... , que podían ser todos fasta mil omes de armas los que estaban de pie. E puso el rey en la una ala de la mano izquierda de la batalla, do estaban los que iban de pie, que fuesen a caballo estos: el conde don Tello, su hermano, ... , e muchos caballeros fijosdalgo, e con ellos fasta mil de caballo, en los quales avía muchos caballos armados. E en la otra ala de la mano derecha de los que iban de pie puso el rey don Enrique estos otros, que iban todos a caballo ..., : e eran en esta batalla mil de caballo, en que iban muchos caballos armados[65].

El rey Pedro y el príncipe de Gales ordena de otra manera: Todos vinieron a pie, e en la avanguarda venía, ... , e otros muchos caballeros e escuderos de Inglaterra de de Bretaña, que eran tres mil omes de armas, muy buenos omes, e muy usados de guerras. Otrosí en la su ala de la mano derecha venían, ... , e otros grandes caballeros e buenos escuderos de Guiana, fasta dos mil lanzas. E en la otra ala de su mano izquierda venían el capital de Buch, e muchos caballeros e escuderos de Guiana del vando ...., e muchos capitanes de compañas fasta dos mil omes de armas. E en la batalla postrimera venían ..., e el pendón del rey de Navarra con ricos omes e caballeros e escuderos suyos, fasta trecientos omes de armas, e muchos otros caballeros de Inglaterra, e eran en esta batalla tres mil lanzas: así que eran todos estos diez mil omes de armas, e otros tantos flecheros, e estos omes de armas eran entonces la flor de la caballería de la christiandad[66]. 

La importancia de la estrategia se resalta cuando antes de la batalla de Aljubarrota, los caballeros aconsejan al rey Juan I: E quanto a lo que nos preguntades como deben facer vuestras gentes en esta batalla el día de hoy, señor, a nosotros paresce, so enmienda de la vuestra merced e de los señores e caballeros que aquí están, en razón de la ordenanza de la batalla, lo que aquí diremos. Señor: vos nin vuestras gentes non han hoy comido, nin bebido, nin tan solamente del agua, magüer face grand calentura, e están enojados del camino que han andado; e aun pieza de los omes de pie ballesteros e lanceros non son llegados, ca vienen las acémilas e con las carretas de la hueste. Otrosí, señor, segund avemos visto la ordenanza de la batalla, la vuestra avanguarda está muy bien, e en buena ordenanza para pelear contra la avanguarda de los enemigos. Pero en las dos alas de la vuestra batalla, do están muchos caballeros e escuderos muy buenos, segund la ordenanza que vemos, non nos podríamos aprovechar dellos; ca las dos alas de los vuestros tienen delante delante dos valles que non pueden pasar para acometer a vuestros enemigos e acorrer a los de nuestra avanguarda; e los enemigos tienen sus avanguarda e dos alas juntas en uno, en que han grand gente de peones e ballesteros. E paréscenos, señor, que teniendo vos tan buena gente como aquí tenedes, vos debedes ordenar en manera que vos aprovechedes dellos, e se puedan ayudar los unos a los otros; [67].

El número de combatientes que acude a la batalla es muy variado. Cuando Enrique de Trastámara entra en Castilla lleva fasta mil e qunientos omes de caballo, e compañas de pie fasta dos mil omes: e las compañas del rey crescían de cada día, e tenía el rey en Briviesca cinco mil de caballo, e diez mil omes de pie[68]. En la batalla de Montiel ayuntó el rey don Enrique allí todas sus compañas para pelear, que podían ser todas fasta tres mil lanzas; e de jinetes e omes de pie no curó de ayuntar[69], mientras Pedro I llevaba un ejército que podían ser todos castellanos e jinetes tres mil lanzas: e caballeros moros, que el rey de Granada le envió en su ayuda con un caballero de Granada que venía con ellos por mayor, eran mil e quinientos de caballo[70]. Con efecto disuasorio ante el rey de Portugal Juan I partió de Zamora con todas sus gentes de armas que allí tenía allegadas, e levaba consigo cinco mil omes de armas, e mil e quinientos jinetes, e mucha gente de pie ballesteros e lanceros, e llegó a Badajoz. E el rey de Portogal e mosén Aymón llegaron a Yelves, que es a tres leguas de un logar a otro; e cada uno de los reyes ordenó su batalla. E el rey de Portogal tenía tres mil omes de armas de los fijosdalgo de su regno, e mosén Aymón tenía tres mil omes de armas de ingleses, e mil frecheros. E cada uno de los reyes avía asaz compañas de pie[71]. Cuando el rey de Francia entra en Flandes levaba consigo entonce seis mil omes de armas de caballeros e escuderos[72]. Los portugueses entran en Castilla en el año 1387, eran los de Portogal dos mil e seiscientas lanzas e seis mil peones; e con el duque de Alencastre eran seiscientas lanzas e otros tantos archeros[73]. 

El alarde es el recuento, la inspección y la comprobación de las fuerzas que se poseen. Pedro López de Ayala nos narra como Enrique de Trastámara hace un alarde en Bañares: El rey don Enrique, desque ovo todas sus compañas juntas, partió de Burgos, e vínosa para Rioja e puso su real en el encinar de Bañares, e fizo allí facer a los suyos alarde, e falló cinco mil lanzas castellanas, e mil docientos jinetes, e cinco mil omes de pie[74]. Pedro I, al enterarse de que su hermanastro Enrique ha entrado en Castilla mandó facer alarde pra saber qué compañas tenía[75].

Las heridas en una batalla pueden ser muy diversas. Era muy normal la herida de lanza: fue ferido [Juan Martínez de Rojas] por el rostro de una lanza[76]. O por flechas: morió aquel día de la parte del rey un caballero que decían Gutier Ferrández Delgadillo, que fue ferido de un dardo en la cabeza[77], e fízoles tirar dos saetas al dicho don Juan Martínez, e diéronle en el rostro[78]. También a golpes: llegó un escudero que guardaba a Don Diego García de Padilla, maestre de Calatrava, que decían Juan Sánchez de Oteo, e dio con una maza en la cabeza a don Pero Estébanez Carpentero, que se llamaba maestre de Calatrava, en guisa que le derribó en tierra cerca de la reyna, e matóle luego[79]. O incluso a pedradas: quebráronle el brazo de un canto[80]. Sin olvidar las caídas del caballo, que pueden ser mortales: E allí recudió el maestre de Santiago don Pero Moñiz, e firiéronle el caballo de manera que cayó, e allí murió[81].

 La destrucción del territorio enemigo, en la guerra de Juan I contra Portugal porque si el rey entrase en el regno de Portogal con compañas de armas, non podría escusar de non facer daño en la tierra en tomar viandas, e crescería el omecillo entre los de Castilla e de Portogal, e que si entrase con poca gente, que sería peligro[82]. Cuando Enrique III envió mandar a don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, e ciertos caballeros sus vasallos, que fuesen con él para cibdad Rodrigo, e que dende entrasen en Portogal a facer talar los panes e viñas, e facer todo el daño que pudiesen, ca era ya por Sant Juan; e ellos ficiéronlo así[83].

 

IV. 3. Torneos

Se celebran con motivo de la boda de Pedro el Cruel con doña Blanca de Borbón, e ficiéronse muchas alegrías, e muchas justas e torneos[84]. 

Hasta el rey podía participar e ser herido. E fizo facer allí un torneo, e entró en él, e fue ferido en la mano derecha de una punta de espada, en guisa que estaba en grand peligro, que le non podían tomar la sangre: e estovo allí fasta que sanó[85].

 Nos narra el caso de uno que tuvo intención de matar. Fernando de Castro se desnatura, deja de estar al servicio de Pedro I, porque éste además de deshonrar a su hermana doña Juana de Castro, diciendo que se iba a casar con ella y no cumpliendo, y además porque sin ge lo merecer le quisiera matar en un torneo que se ficiera en Valladolid quando se casara[86]. En el torneo que se celebra en Tordesillas, E segund decían algunos de sus privados después, aquel torneo mandó el rey facer entonce porque tenía fablado que moriese ende don Fadrique, maestre de Santiago, el qual estaba ay, e entrara en aquel torneo; pero non se pudo facer, ca non les quiso el rey descobrir este secreto a los que entraron en el torneo, que avían de facer esta obra, e por tanto cesó[87].

 Pedro López nos dice las proporciones de lo que se consideraba un torneo muy grande. El rey Pedro I le celebra en Tordesillas, e fizo facer allí un torneo muy grande de cincuenta por cincuenta[88].

 Aparte de los torneos está el combate o lid judicial. Numerosos fueros prevén la posibilidad del combate como prueba judicial, como juicio de Dios[89]. El duelo se consideraba como el verdadero medio de resolver las cuestiones. Este concepto tenía poco que ver con el ideal caballeresco. Era más antiguo. La cultura caballeresca dio al duelo cierta forma social y un general acatamiento[90].

Pedro López nos narra uno de estos duelos, que ocurrió durante el reinado de Enrique II: E un día, estando en la corte delante el rey, un caballero de Aragón, que era vizconde de Rueda, dixo mal a don Juan Remírez, diciéndole, que seyendo camarero del rey de Aragón tratara que el infante de Mallorcas, que era rey de Nápol, enemigo del rey de Aragón, magüer era su sobrino, que entrara en el regno de Aragón con gentes de armas a facer guerra, e a esto que le pornía las manos que era así. E don Juan Remírez de Arellano le respondió que él le faría desdecir de todo lo que decía. E el rey de Aragón fue muy vandero del vizconde de Rueda; e mandó a don Juan Remírez que fasta noventa días viniese a su regno de Aragón a responder por su cuerpo con armas en campo con el dicho vizconde; e si así non lo ficiese, que él pasaría contra él, por quanto el dicho don Juan Remírez era su camarero mayor, e aún tenía heredades en su regno. E don Juan Remírez le respondió que le placía. E partióse de allí, e desque llegó a Castilla, fízolo saber al rey don Enrique, e díxole que en todas maneras él iría a combatir con el dicho vizconde de Rueda en el regno de Aragón sobre este fecho, magüer veía que el rey de Aragón era vandero[91]. Enterado el rey Enrique, envía una carta al rey de Aragón en la que explica que las acusaciones contra Juan Remírez son falsas, e el dicho don Juan Remírez se pareja de sus armas e caballos para tener la jornada que vos le asignastes a defender su fama e su verdad; e sed cierto, señor, que para el día e término que le distes él será en el campo[92]. El rey de Aragón se niega a que cese el riepto y el caballero del rey de Castilla le responde porque don Juan Remírez sea más seguro en el dicho campo, vos face cierto el rey mi señor, que para aquel día él enviara el su pendón con tres mil lanzas de caballeros e escuderos que tengan el campo seguro a don Juan Remírez[93]. A lo que, enojado, el rey de Aragón contesta: Pues si esta cosa quiere el rey de Castilla, la guerra es entre él e mí[94]. Al final, tras seguir varios consejos favorables y desfavorables al riepto, el rey de Aragón decide se dexase de aquel riepto, e dio por quito a don Juan Remírez de Arellano, e fincaron los reyes amigos[95].

 

También otro combate judicial, en el que una de las dos partes no juega limpio: dos escuderos de tierra de León, que decían al uno Lope Núñez de Carvalledo, e al otro Martín Alfonso de Losada, que reptaban de caso de trayción a dos hermanos naturales de Galicia, al uno decían Arias Vázquez de Baamonte, e eran parientes de Gutier Ferrández de Toledo, al qual ficiera matar en Alfaro[96]. Pero uno de los retadores no juega limpio Lope Núñez de Carvalledo, que eran uno de los reptadores, e andaba catando dardos que él ficiera soterrar en el campo, e non los fallaba: e Martín Lope de Córdoba, camarero mayor del rey, que sabía do se pusieron los dardos, e andaba en el campo por fiel, llegó en un caballo, e traía una caña en la mano, e daba con ella en tierra, en guisa que Lope Núñez entendió que le facía señas do eran los dardos, e fuese para allá, e fallólos, e sacó quatro dardos, e fuese para allá, e fallólos, e sacó quatro dardos: e fuese luego para Arias Vázquez que andaba de caballo, e tírole un dardo, en guisa que el Arias Vázquez con las feridas del caballo salió del campo, e luego fue preso de los alguaciles, e muerto por mandado del rey, porque el caso del repto era de trayción. E Vasco Pérez su hermano fincó en el campo peleando con los dos, de los quales Lope Núñez estaba a pie, e Martín Alfonso a caballo. E llegó Vasco Pérez do el rey estaba, e dixo así: Señor, ¿qué justicia es ésta?. E desque vido que el rey non le respondía, dixo en altas voces: Caballeros de Castilla e de León, pésevos lo que vedes, que el día de hoy se sufre en presencia del rey nuestro señor que se ponen armas escondidas en el campo para matar a los que entran en él asegurados del rey por defender su fama, e su verdad, e su linaje. E todavía peleaba el dicho Vasco Pérez, e se defendía dien de los otros dos: e el rey mandólos sacar por buenos a él e a los otros. E tovieron todos que esto non era bien fecho; ca armas escondidas nin defendidas non se deben poner en el campo; nin el rey al que da campo non debe ser vandero[97].

Proyecto Clío 

 


[1] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de Pedro I. Año segundo. Capítulo I.

[2] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de Pedro I. Año dieciocho. Capítulo VIII.

[3] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de Pedro I. Año dieciocho. Capítulo XXXIV.

[4]LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año primero. Capítulo I.

[5] LÖPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de Pedro I. Año cuarto. Capítulo I.

 

[6] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año octavo. Capítulo II.

[7] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica del rey don Pedro Primero. Año doce. Capítulo IV.

[8] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica del rey don Pedro Primero. Año once. Capítulo XIV.

[9] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año cuarto. Capítulo IX.

[10] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año dieciocho. Capítulo XX.

[11] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año dieciocho. Capítulo XX.

[12] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año dieciocho. Capítulo XX.

[13] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año dieciocho. Capítulo XX.

[14] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año dieciocho. Capítulo XX.

[15] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año dieciocho. Capítulo XX.

[16] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año dieciocho. Capítulo XX.

[17] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año noveno. Capítulo VIII.

[18] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año noveno. Capítulo VIII.

[19] MARTÍN, J.L. y SERRANO PIEDECASAS. Tratados de Caballería, desafíos, justas y torneos. En Espacio, Tiempo y Forma. Serie Historia Medieval. UNED, Madrid.

[20] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año treceavo. Capítulo I.

[21] LÓPEZ DE AYALA, Pero. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año decimoctavo. Capítulo X.

[22] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año decimoctavo. Capítulo XIII.

[23] MARTÍN, J.L. y SERRANO PIEDECASAS, L. Tratados de Caballería, desafíos, justas y torneos. En Espacio, Tiempo y Forma. Serie Historia Medieval. UNED, Madrid.

[24] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año sexto. Capítulo XVI.

[25] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año sexto. Capítulo XVI.

[26] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año sexto. Capítulo XVI.

[27] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año sexto. Capítulo XVI:

[28] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año sexto. Capítulo XV.

[29] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año treceavo. Capítulo III.

[30] HUIZINGA, J. El otoño de la Edad Media. Alianza, Madrid, 1930. Decimotercera reimpresión, 1996.

[31] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año cuarto. Capítulo II.

[32]  G.b., Alberto. Heráldica. 2004. Disponible  en Internet: http://www.blasoneshispanos.com/Ordenes/OrdenesMilitares/OmSantiago.htm

 

[33] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año quinto. Capítulo XX.

[34] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año cuarto. Capítulo XI.

[35] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año sexto. Capítulo XII.

[36] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año segundo. Capítulo XIV.

[37] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año segundo. Capítulo XIV.

[38] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año segundo. Capítulo XIV.

[39] LÖPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año sexto. Capítulo VIII.

[40] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año sexto. Capítulo VIII.

[41] LÖPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año sexto. Capítulo VIII.

[42] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año sexto. Capítulo VIII.

[43] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año sexto. Capítulo VIII.

[44] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año octavo. Capítulo I.

[45] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año treceavo. Capítulo X.

[46] MARTÍN J.L. y SERRANO PIEDECASAS L. Tratados de Caballería, desafíos, Justas y torneos. En Espacio, Tiempo y Forma. Serie Historia Medieval. UNED, Madrid.

[47] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año sexto. Capítulo VIII.

[48] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año segundo. Capítulo VIII.

[49] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año segundo. Capítulo VIII.

[50] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año segundo. Capítulo XXI.

[51] MARTÍN, J.L. y SERRANO PIEDECASAS, L. Tratados de Caballería, desafíos, justas y torneos. En Espacio, Tiempo y Forma. Serie Historia Medieval. UNED, Madrid.

[52] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año cuarto. Capítulo I.

[53] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año quinto. Capítulo XXXI.

[54] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año quinto. Capítulo XXXII.

[55] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año noveno. Capítulo III.

[56] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año doceavo. Capítulo VI.

[57] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año doceavo. Capítulo VI.

[58] LÖPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique III. Año Primero. Capítulo VI.

[59] HUIZINGA, J. El otoño de la Edad Media. Alianza, Madrid, 1930. Decimotercera reimpresión, 1996.

[60] CONTAMINE, P. La guerra en la Edad Media. Labor, Barcelona, 1984.

[61] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año quinto. Capítulo XXV.

[62] CONTAMINE, P. La guerra en la Edad Media. Labor, Barcelona, 1984.

[63] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año sexto. Capítulo VIII.

[64] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año quinceavo. Capítulo III.

[65] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año decimoctavo. Capítulo IV.

[66] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año decimoctavo. Capítulo V.

[67] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey Juan Primero. Año sexto. Capítulo XIII.

[68] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año onceavo. Capítulo VII.

[69] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año decimonoveno. Capítulo VI.

[70] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año decimonoveno. Capítulo VI.

[71] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año cuarto. Capítulo primero.

[72] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año cuarto. Capítulo IX.

[73] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año noveno. Capítulo I.

[74] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año noveno. Capítulo IX.

[75] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año onceavo. Capítulo VII.

[76] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año quinto. Capítulo XV.

[77] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año onceavo. Capítulo VIII.

[78] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año dieciseisavo. Capítulo II.

[79] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año séptimo. Capítulo II.

[80] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año sxto. Capítulo XX.

[81] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año séptimo. Capítulo XVIII.

[82] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Juan. Año cuarto. Capítulo IX.

[83] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año séptimo. Capítulo VIII.

[84] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año cuarto. Capítulo IX.

[85] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año cuarto. Capítulo II.

[86] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año quinto. Capítulo XVII.

[87] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año séptimo. Capítulo IV.

[88] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año séptimo. Capítulo IV.

[89] MARTIN, J.L. y SERRANO PIEDECASAS, L. Tratados de Caballería, desafíos, justas y torneos. En Espacio, Tiempo y Forma. Serie Medieval. UNED, Madrid.

[90] HUIZINGA, J. El otoño de la Edad Media. Alianza, Madrid, 1930. Decimotercera reimpresión, 1996.

[91] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año onceavo. Capítulo II.

[92] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año onceavo. Capítulo II.

[93] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año onceavo. Capítulo II.

[94] LÖPEZ DE AYALA. Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año onceavo. Capítulo II.

[95] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica del rey don Enrique. Año onceavo. Capítulo II.

[96] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año doceavo. Capítulo IV.

[97] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas. Crónica de don Pedro Primero. Año doceavo. Capítulo IV.