Herodiano, Historia del imperio romano, V, 3.
"Pero estaba determinado por el destino que Macrino, después de gozar de las delicias del imperio tan sólo durante un año, perdiera a la vez la vida y poder. La fortuna ofreció a los soldados un pequeño e insignificante pretexto para la ejecución de sus deseos. Había una mujer llamada Mesa, una fenicia de Emesa. Tal es el nombre de una ciudad de Fenicia. Era hermana de Julia, la esposa de Severo y madre de Antonino (Caracala). En vida de su hermana, vivió en la corte imperial todo el tiempo, durante el largo periodo en el que Severo y Antonino fueron emperadores. Después de la muerte de su hermana y del asesinato de Antonino, Macrino ordenó que Mesa regresara a su patria y se quedara a vivir entre los suyos, conservando todos sus bienes. Era dueña de una inmensa fortuna puesto que había estado ligada durante largo tiempo al poder imperial. La anciana regresó y vivió en su casa. Tenís dos hijas; la mayor se llamaba Soemis y la otra Mamea. Cada una tenía un hijo; el mayor se llamaba Basiano y el de la menor Alexiano. Ambos habían sido educados por sus madres y su abuela. Basiano tenía unos catorce años y Alexiano andaba en los diez. los dos muchachos eran sacerdotes del dios Sol, a quien veneran los habitantes de aquella región con el nombre fenicio de Elagábalo. Este pueblo le ha contruido un grandioso templo, sin escatimar el oro y la plata y con derroche de piedras. No sólo le rinden culto los habitantes del lugar, sino que todos los sátrapas vecinos y los reyes bárbaros cada año envían costosas ofrendas al dios con afán de distinguirse. No se ve ninguna estatua que represente al dios hecha por la mano del hombre, como las de griegos y romanos. hay, sin embargo, una enorme piedra, redonda por la base y terminada en punta por arriba, cónica, de color negro. Aseguran con orgullo que ha caído del cielo y muestran unos pequeños salientes e incisiones en su superficie; pretenden que es la imagen del Sol, en la que la mano del hombre no ha intervenido, y así es como la miran. Basiano era sacerdote de este dios, pues, por ser el mayor de los dos, se le había encomendado el culto. Solía salir en público vestido al modo bárbaro con túnicas talares oro y púrpura de manga larga. Sus piernas también estaban completamente cubiertas, desde las puntas de los pies hasta la cintura, con prendas igualmente bordadas en oro y púrpura. El colorido de una corona de piedras preciosas lucía en su cabeza. Al combinarse en su persona belleza física, juventud y gracia en el vestir, era posible la comparación entre el muchacho y las hermosas estatuas de Dioniso.
Mientras Basiano desempeñaba sus funciones de sacerdote y danzaba junto a los altares según el modo de lso bárbaros al son de flautas, siringas y otros instrumentos, todos tenían sus ojos puestos en él y, en especial, los soldados, porque sabían que pertenecía a la familia imperial. Su hermosura juvenil atraía además las miradas de todo el mundo. En aquel tiempo una importante guarnición estaba acampada junto a Emesa en defensa de Fenicia; posteriormente fue trasladada comoe xplicaremos más adelante. Los soldados frecuentaban la ciudad y, al ir al templo para el culto, les complacía mirar al jovencito. Algunos de ellos eran clientes y protegidos de Mesa, quien, al ver que admiraban al muchacho, les explicaba -fuera verdad o mentira- que era hijo natural de Antonino, aunque pasara por hijo de otro. Les decía que Antonino se había acostado con sus hijas cuando eran jóvenes en la flor de la edad, en el tiempo en que ella vivió con su hermana en el palacio imperial. Los soldados fueron contando a sus compañeros lo que Mesa les había revelado, y el rumor se esparció de tal modo que se enteró todo el ejército. Se decía que Mesa poseía una cuantiosa fortuna y que estaba dispuesta a entregarlo todo a los soldados si recuperaban el imperio para su familia. Los soldados convinieron en que, si Mesa y los suyos se presentaban en el campamento secretamente de noche, les abrirían las puertas, acogerían a toda la familia dentro y proclamarían emperador al hijo de Antonino. La anciana estuvo de acuerdo porque prefería afrontar cualquier peligro antes que vivir como un particular y pasar por desterrada. De noche, pues, secretamente salió de la ciudad con sus hijas y nietos. Con la escolta de soldados que eran protegidos de Mesa, llegaron a las puertas del campamanto donde fueron recibidos sin el menor problema. Inmediatamente toda la guarnición aclamó al muchacho con el nombre de Antonino y, revistiéndole el manto púrpura, lo acogieron en el interior del campamento. Introdujeron luego todas sus provisiones y a sus hijos y esposas, que estaban en las aldeas y campos vecinos; cerraron las puertas y se prepararon para resistir el asedio si llegara el caso.
Traducción de J. J. Torres Esbarranch en Herodiano, Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio, ed. Gredos, Madrid, 1985, pp. 248-251.
M. Pilar Rivero (Universidad de Zaragoza) Proyecto Clío.