Herodiano, Historia del imperio romano, VI, 1, 5-10
Después de gobernar el imperio de esta forma durante largo tiempo, Mesa, que era ya anciana, murió; recibió honores imperiales y fue deificada, según la costumbre romana. Mamea, al quedar sola con su hijo, se esforzó por dirigirlo y dominarlo de la misma manera. Y al ver que el muchacho ya contaba con todo el vigor de su juventud, tuvo miedo de que sus fuerzas juveniles , si recibían el apoyo de su poder sin límites, lo arrastraran a alguno de los errores de su familia. Por eso hacía vigilar el palacio por todas partes y no permitía que nadie con fama de vida licenciosa se acercara al muchacho, por temor de que sus costumbres se corrompieran si los aduladores encaminaban sus juveniles ansias hacia las pasiones más vergonzosas. Lo impulsó a una continua actividad judicial en la que pasaba la mayor parte del día. Mientras estuviera ocupado en asuntos tan importantes, indispensables para un emperador, no le quedaría tiempo para vicios. El carácter de Alejandro era esencialmente afable y pacífico, inclinado siempre a la humanidad, como demostró en el transcurso de los años. Es un hecho que hasta el año decimocuarto de su imperio gobernó sin derramamiento de sangre [y no se puede citar a un solo hombre que fuera ejecutado por él]. Aunque algunos fueron culpables de los más graves delitos, sin embargo les perdonó la vida, medida que desde el gobierno de Marco ninguno de nuestros emperadores había observado o había puesto en práctica con complacencia. No se podría citar ni recordar a alguien ejecutado sin juicio durante los muchos años del gobierno de Alejandro.
Pero también censuraba a su madre y se disgustaba mucho al observar su codicia y su desmesurado afán por atesorar riquezas. Mamea, en efecto, fingía que estaba reuniendo dinero para que Alejandro pudiera distribuir sin problemas una generosa gratificación a los soldados; pero en realidad, acrecentaba su propio tesoro. Esta circunstancia provocó un cierto descrédito del imperio, porque Mamea confiscaba por la fuerza las propiedades heredadas de algunas personas contra la voluntad de su hijo y a pesar de su indignación.
Su madre le buscó también una esposa de familia patricia, pero, cuando Alejandro ya vivía con ella y la amaba, la expulsó del palacio con insultos. Quería ser la única emperatriz y estaba celosa de la joven por el título de Augusta. A tal extremo llegaron sus abusos que el padre de la muchacha, aunque contaba con toda la consideración de Alejandro, su yerno, no pudo soportar los ultrajes que Mamea les infería , a él y a su hija, y se refugió en el campamento. Aunque estaba agradecido a Alejandro por los honores recibidos, acusaba a Mamea por sus injurias. La emperatriz, furiosa, ordenó que el padre fuera ejecutado y a la muchacha, que ya había sido expulsada de palacio, la deterró a Libia. Dio estas órdenes contra la voluntad de Alejandro, que fue obligado a consentir. Su madre lo dominaba sobremanera y él hacía todo lo que le ordenaba. Por este único motivo se le podía censurar, porque, por su excesiva docilidad y por un respeto mayor del que debía, obedecía a su madre incluso en asuntos con los que no estaba de acuerdo.
Traducción de J. J. Torres Esbarranch en Herodiano, Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio, ed. Gredos, Madrid, 1985, pp. 248-251.
M. Pilar Rivero (Universidad de Zaragoza) Proyecto Clío.