Número 37 - 2011

 

Depósito legal: M-9276-1998  I.S.S.N.: 1139-6237

Grupo Proyecto Clío:

Chimo Soler

Luis A. Ortega

Mª Pilar Rivero
( área de Didáctica de las Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación, Universidad de Zaragoza, c/Valentín Carderera 4, 22003 Huesca.)

Diego Sobrino(comunicación y redes sociales)

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Red Iris

Sobrevivir al olvido desde el exilio: Max Aub y algunos componentes del Grupo Poético del 27 en Los Sesenta. Revista literaria

Ana Martínez García
ana.martinezgarcia@ono.com
Universidad de Cádiz

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Resumen
     Al finalizar la Guerra Civil Española los intelectuales intentaron preservar la cultura creada en el exilio a través de publicaciones periódicas. Gracias a ellas su producción se difundió en multitud de proyectos. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, su fuerza decayó y, para luchar contra esta situación, en 1958 varios escritores pertenecientes y afines a la llamada “Generación del 27” llevaron a cabo una revista en la que sólo podían colaborar los mayores de sesenta años, quienes habían compartido una serie de ideas, vivencias… que sólo ellos podían comprender.

Palabras clave: Max Aub, Exilio español de 1939, Revistas literarias, Generación del 27, Poesía del exilio.

Abstract
After the end of the Spanish Civil War intellectuals preserved the culture created in the exile through periodical publications. Thanks to these, their production ended up in a huge amount of projects. After the Second World War ended, the strength that moved them declined and, to fight against this situation, in 1958 some writers belonging and related to the so-called “Generation of 27” brought about a journal in which only people over their 60s could collaborate, those who had shared a set of ideologies, life experiences… being the only ones able to understand them. 

Keywords: Max Aub, Spanish Exile of 1939, Periodical Publications, Generation of 27, Exiled Poetry.

            Al finalizar la Guerra Civil numerosos intelectuales se propusieron preservar su identidad cultural a través de las publicaciones periódicas, uno de los medios de difusión más prolíficos durante el primer tercio del siglo XX. A través de ellas, su producción filosófica, artística, poética, científica… tuvo cabida en los valiosos proyectos que se multiplicaron durante las primeras décadas en el destierro.carta2

            Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, la fuerza que impulsaba sus empresas decayó, muchas revistas dejaron de editarse, apenas surgían nuevas tentativas, etc. La derrota les había robado la posibilidad de retorno mientras su vida, sus familias, relaciones… caminaban hacia el mestizaje y el olvido.

            Uno de los escritores más productivos del sector, no sólo por la cuantía de colaboraciones, sino también por su labor como editor y director fue Max Aub. Comenzó su devenir literario con la lectura, desde muy joven, de publicaciones periódicas nacionales e internacionales. Mientras crecía como literato, comenzó a escribir en publicaciones tan prestigiosas como Alfar (1922-1929) y, con el paso del tiempo, en revistas de compromiso político como Hora de España (1937-1938).

            Tras la guerra, ya en el exilio, continuó con sus aportaciones y se inició en las tareas directivas, adoptando diferentes puestos dentro del consejo redactor de multitud de revistas. Entonces decidió promover la edición de éstas y creó Sala de Espera (1948-1951), El Correo de Euclides (1956-1968) y Los Sesenta (1964-1965). (Mª Paz Sanz Álvarez, 1996: 691-704.)
            La revista Sala de espera (1948-1951) era de corte unipersonal, como El pasajero (1943) de  José Bergamín o muchas de las creadas por Juan Ramón Jiménez. En ella publicaba mensualmente textos de diversos géneros que mostraban su posición ante las circunstancias que conllevaba el exilio: una postura firme y optimista, convirtiendo su estancia en algo transitorio, en una “sala de espera”.

           Mientras aguardaba, deseaba alentar a sus compañeros desterrados, moverles para que lucharan activamente, etc. Desgraciadamente el tiempo seguía adelante y no regresaban a su país, lo que propició que sus esperanzas se atenuaran.

            La revista cesó, según Max Aub, por la desilusión que le invadió al ver cómo transcurrían los años sin conseguir mejoras, por el deseo frustrado de un próximo retorno a una España democrática, etc. Y, sobre todo, porque tras publicar durante varios años la revista, se dio cuenta de que el exilio en México había dejado de ser una “sala de espera”, un refugio temporal: se había convertido en una “sala de estar”. (Manuel Aznar Soler, 2003: 81, 84, 86, 90).

            El correo de Euclides (1956-1968), por su parte, era una peculiar postal navideña que Aub, apasionado por la creación de revistas, enviaba a sus amigos. Era un periódico muy breve, de dos páginas, subtitulado irónicamente “Periódico Conservador”, de estética cercana al dadaísmo, donde se conjugaban líneas y colores con el objetivo de ofrecer una divertida crítica política.

            Y Los Sesenta surgió en 1958, a manos de varios escritores pertenecientes y afines a la llamada “Generación del 27”, liderados por Max Aub, quienes se propusieron llevar a cabo un nuevo proyecto en el que sólo podían colaborar los mayores de sesenta años, que habían compartido una serie de ideas, vivencias, cambios… que sólo ellos podían comprender por su edad, independientemente de su nacionalidad.

            La idea surgió mientras Aub escribía una carta a Vicente Aleixandre, en la que indicaba su deseo de realizar una revista para el círculo amistoso que conformaban y, por ello, quería contar con una serie de escritores para componer su consejo de redacción. Se trataba de aquellos con los que mantenía mayor relación: Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, León Felipe, Gerardo Diego y Luis Cernuda.

            No era una idea precipitada, había meditado su propuesta antes de realizarla dado que planteó un lugar para su edición, España, y varias directrices para su formato: con textos de creación literaria, sin aportaciones críticas y con una periodicidad semestral o cuatrimestral.(1) Además, tras el envío de la misiva se puso en contacto con todos: visitó a quienes estaban junto a él exiliados en México y envió cartas a los otros países de destierro y a España, donde vivían Diego, Aleixandre y Alonso.

            La idea fue acogida con gran entusiasmo por Aleixandre, quien recomendó que se publicara en México por las dificultades que tenía en la península la nómina propuesta.(2) Los demás convocados, como testimonia la correspondencia conservada, recibieron la noticia de la misma manera: Guillén se puso a su completa disposición, Alonso y Alberti secundaron la iniciativa, mientras Aub contaba que deseaban participar Domenchina, Ernestina de Champourcín, Prados, etc.

            Aunque todos deseaban colaborar, la edad y la distancia de los colaboradores, así como los incesantes viajes de Max Aub, demoraron el proyecto durante varios años.

            De los primeros intentos sabemos que uno de sus objetivos fue la búsqueda de un título que mostrara la intención con la que surgía la revista. Entre los barajados, encontramos In memoriam, cuyo doble sentido nos remite a la razón para llevarla a cabo: en memoria al círculo amistoso que conformaban quienes sobrevivieron a la Guerra Civil, los que fallecieron durante su proceso, etc.; Sed, cuyo sentido no se explicitaba, aunque gracias a sus diferentes acepciones (ser/existir, deseo, necesidad, etc.), ofrecía un juego de sentidos que hacía referencia a la misión de la publicación: demostrar que aún seguían vivos, en activo y no estaban dispuestos a caer en el olvido.(3)

carta1

           Conocemos también la controvertida historia que vivió Emilio Prados, quien contactó con diversas personalidades españolas para que se editara en su antigua editorial malagueña, deseo que por los evidentes problemas políticos no pudo llevarse a su fin.(4)

           Estas propuestas, como muchas otras, cayeron en el olvido hasta 1963, año en el que se retoma el proyecto editorial, renacido con un título definitivo y acompañado por un lema construido a partir de un juego de palabras, en la misma línea de los anteriores, mostrando al lector varios datos de crucial relevancia. Este era Los Sesenta. Revista literaria, “literaria” porque deseaba que fuera una revista de creación, sin crítica,(5) y “sesenta” porque: “[…] Esta revista se publica durante la sexta década del siglo y sólo colaboran en ella quienes hayan o hubieran cumplido sesenta años. […]”. Jugaba con la década y con la edad de los colaboradores mientras formulaba el único requisito para colaborar, dejando ver que en la revista sólo podrían colaborar algunos, para que primara un trasfondo, un tono vivencial en las aportaciones literarias.

 

            Esta restricción se mantuvo a lo largo de sus dos años de vida como evidencia la correspondencia mantenida entre Aub y los demás componentes del consejo redactor. Ejemplo de ello es la indicación que Max Aub le hizo a Rafael Alberti, instándole a solicitar colaboraciones a quienes tuvieran cumplidos sesenta años. Concretamente decía: “con tal que sean buenos tanto montan franceses, ingleses, rusos o norteamericanos”;(6) o a José Bergamín con unas palabras similares: “[pueden] ser de aquí y allá. Cuando digo allá lo mismo me refiero a franceses, ingleses, alemanes, rusos o norteamericanos”.(7)

            Este deseo fue una realidad, como se comprueba en el índice de colaboradores de la revista, donde hallamos aportaciones de varios escritores mexicanos y la del francés André Malraux; o al revisar las cartas relacionadas con los números que no llegaron a editarse, donde se revela que antes del cese de la revista Aub había pactado la participación de intelectuales de diversas nacionalidades. Además, esta idea fue confirmada por Bernardo Giner de los Ríos, quien dio fe de los intentos de Max Aub, aunque el resultado fuera una mayoría española. (Bernardo Giner de los Ríos, 1996,p. 62)

            En estos primeros años de la nueva década tuvieron otras pretensiones, entre las que sobresale el establecimiento de corresponsales. Aub pensó que él podría recopilar las colaboraciones que podrían aportar sus amistades desde México y Norteamérica; para hacer lo propio desde España, se lo propuso a Aleixandre; para recoger los textos del prolífico exilio francés escribió a José Bergamín; y, por último, le propuso participar a Guillermo de Torre, desterrado en Argentina, quien finalmente no participó en la revista.

            La realidad fue que Aub cumplió todas sus obligaciones, mientras la intervención de Aleixandre decaía paulatinamente, José Bergamín renunciaba a su cargo y a colaborar porque no deseaba formar parte del mismo grupo que Aleixandre y Alonso. Él pensaba que estos literatos se habían acomodado al Régimen sin tener en cuenta los sufrimientos que éste había causado a sus compañeros. A pesar de ello, decidió colaborar en los últimos años de vida de la revista, decisión que desgraciadamente no pudo llevarse a cabo por el cese de la revista.

           carta3 Estas circunstancias repercutieron mucho en la distribución de la actividad del consejo de redacción. Los Sesenta se propuso como una empresa colectiva y, por el contrario, se pausó durante años por la gran actividad de Max Aub, lo que confirma que fue mucho más que su impulsor. Podemos comprobarlo al revisar la labor que desempeñó desde el primer número, momento en el que decayó la participación de los demás componentes hasta quedarse prácticamente solo, circunstancia que no le llevó a abandonar, sino a liderar el proyecto desde la sombra, preservando la misma nómina del consejo en las solapas de la revista.

            A favor de los escritores que se desvincularon del proyecto, debemos considerar como atenuantes  la edad de los participantes, las ocupaciones, los reveses familiares… y sobre todo la muerte, que se llevó a figuras afines a la revista, como a Manuel Altolaguirre en 1959, a Emilio Prados en 1962, a Salazar Chapela en 1965, etc.

 

carta4            Finalmente, el consejo redactor lo compusieron: Max Aub, promotor y fundador de la revista; Bernardo Giner de los Ríos, joven mexicano de ascendencia española que ejerció de secretario; Vicente Aleixandre, cuya participación se desvaneció con el paso del tiempo; Jorge Guillén, el único colaborador fiel a Aub en esta empresa; Rafael Alberti, que envió muchas colaboraciones aunque nunca participó activamente; y Dámaso Alonso, de quien no se conservan escritos u opiniones acerca de los derroteros de la revista, tal y como se vislumbra en la correspondencia.(8)

Entonces, aunque la revista surgió con el motivo de cohesionar al grupo, como un entretenido pretexto para escribirse más, continuar o comenzar a enviarse sus nuevos escritos, recordar vivencias del pasado, contar anécdotas del presente, etc.; lo cierto es que no cumplió su misión. Por más que Aub lo intentó, no consiguió reforzar las amistades existentes entre la nómina de colaboradores.

           carta5 En este punto debemos detenernos porque es importante saber que él tenía amistad con todas las personalidades propuestas para formar parte de la redacción, lazos que no existían entre todos los demás, de ahí la aparición de reticencias entre varios componentes. No sólo encontramos las discrepancias del trío Bergamín-Aleixandre-Alonso; sino que además este último, por su parte, no estaba totalmente de acuerdo con la inclusión en el equipo redactor de Antonio Espina, exiliado interior que tuvo numerosos problemas con el franquismo, razón por la que al final únicamente actuó como colaborador. Mientras tanto, Gerardo Diego no respondía a las misivas que Aub le enviaba; León Felipe se sumía en una grave depresión tras la muerte de su esposa; etc.

            Por esta razón, debemos analizar con mayor detenimiento los diferentes sistemas de comunicación que se establecieron en Los Sesenta. Dentro del consejo de redacción todos mantenían una relación cordial y en algunos casos afectuosa, sobre todo en torno al círculo que conforman Aleixandre-Guillén-Alberti-Aub-Prados. Destacaba la estrecha amistad entre Aub y Aleixandre porque no se conocieron personalmente hasta 1969. Era el grupo más homogéneo, cerrado e íntimo, cuya amistad se había establecido antes de la realización de la revista, no con ésta como pretexto.

            Aunque la relación que les unía era muy fuerte, con el paso de los años decayó paulatinamente. Cada vez había más espacio temporal entre una y otra carta, lo que empujó a Max Aub a insistir constantemente, sobre todo a Dámaso Alonso y Rafael Alberti, para que enviasen sus colaboraciones.

            A raíz de la creación de Los Sesenta surgió un nuevo grupo, establecido por Aub tras observar que los demás componentes de la redacción le habían dejado prácticamente solo al frente de la empresa. Estaba compuesto por escritores que habían cumplido sesenta años y eran esencialmente amigos de Max Aub, personalidades afines a su actividad laboral en México, contactos establecidos con anterioridad para otros proyectos, etc. Este grupo sufrió peor suerte que el anterior, dado que la correspondencia menguó tras la muerte de la revista hasta desaparecer.

            En cuanto a los datos descriptivos y objetuales de la publicación, recordaremos que se publicó por primera vez en mayo de 1964, según la correspondencia mantenida entre sus redactores, ya que el mes no fue indicado en los otros cuatro ejemplares que conformaron la colección. Ofrecieron siempre el mismo tamaño y formato: tetrangular, de 23 cm. ó 8º, de cien páginas aproximadamente.
            No estaba dividida en secciones, ni poseía suplementos, hojas sueltas, u otro tipo de aditamentos como boletines de suscripción. Sólo tenía un índice que indicaba el nombre del autor de la aportación, título y primera página en la que aparecía. Es decir, a priori parecía carecer de orden lógico, idea que se desvaneció al recordar la polémica que mantuvieron Aub y Salazar Chapela(9) porque el valenciano siempre colocó los textos de Juan Ramón Jiménez abriendo el número.

            Se editó en los Talleres de Unión Gráfica S.A. y fue distribuida por la Antigua Librería de Robredo. Sobre la tirada de la revista, es interesante saber que en las solapas se indicaba que ésta constaba exactamente mil ejemplares numerados que no se reeditarían.
            Su periodicidad, según se indicaba en las solapas, era cuatrimestral, premisa que no se respetó finalmente puesto que entre mayo de 1964 y diciembre 1965, mediaron cinco números y al menos debían haber aparecido seis. Acerca del sexto número, por los datos que poseemos, permaneció meses a la espera de su edición junto al material que recopiló para otros dos ejemplares más. La primera referencia que poseemos notificaba que estaba en imprenta en abril de 1966,(10) apenas cuatro meses después de la aparición del quinto número, como se indicaba en una carta de Max Aub enviada a Jorge Guillén. Por tanto, hasta ese momento el ritmo de la publicación, aunque ajustado, respetaba su periodicidad. Aub, justificándose, culpaba a sus numerosas obligaciones de su tardanza.

            En una carta posterior, enviada casi un año y medio después, en septiembre de 1967, también dirigida a Guillén,(11) decía que los números sexto y séptimo de Los Sesenta saldrían juntos, en un mes o mes y medio. Días después, Aub le escribió otra carta indicando que se editarían en un mes aproximadamente, hecho que afirmaba como seguro.(12) Desgraciadamente, estos números nunca vieron la luz y hoy día se encuentran en paradero desconocido.

            Las razones por las que desapareció la revista, giraban en torno a su recepción, que aunque fue buena por parte de los exiliados que se codeaban con el consejo redactor, por personalidades que residían en España, etc. Y, a pesar de ello, poseían una escasa venta, como confirmó Bernardo Giner de los Ríos, afirmando que  Rafael Porrúa decidió interrumpir la edición por su escasa venta. (Josep Mengual Català, 1996, Valencia, p. 723.)

            En cuanto a los textos que conformaban la revista, pertenecían a diversos géneros. Encontramos narraciones, ensayos, críticas, piezas teatrales, aforismos… y, sobre todo poesía. Este género fue el más prolífico durante el exilio, porque ofrecía mayor versatilidad para encontrar desahogo y recogimiento a los escritores.

            Los escritores que formaron parte de Los Sesenta, sobre todo los poetas, se nutrieron en España de diferentes tendencias literarias. Es más, en la nómina de la revista hallamos escritores pertenecientes a tres grupos o generaciones literarias: la del 98, la del 14 y la del 27. Además, descubrimos a otros colaboradores con una carrera desarrollada en circunstancias diferentes. Tal fue el caso de Juan Rejano, cuya trayectoria literaria maduró prácticamente en el exilio y su clasificación aún no está claramente delimitada.(13)

            Recordemos que aunque habían transcurrido varias décadas, desde el destierro aún creaban para un público español que poseía unas creencias, tradiciones y costumbres que los lectores hispanoamericanos no compartían. Esto les llevó a obtener una escasa acogida que conllevaba una separación mayor respecto a la poesía hispanoamericana, que crecía mientras se acentuaban aún más sus rasgos distintivos.

            En España, entretanto, apenas se conservaban sus obras anteriores a la guerra y las posteriores no circulaban a consecuencia de la censura que padecían. Esta frustrante situación no les empujó a dejar la escritura, por el contrario, les hizo crear con mayor intensidad, puesto que era su único modo de sustento en algunos casos. (Vicente Llorens, 2006, pp. 130-131.)

            Esto ocasionó, con el paso del tiempo, que aparecieran en los exiliados dos actitudes esenciales. La primera mostraba una postura esperanzada respecto al regreso, a la reinstauración del gobierno republicano; aunque sin abandonar los sentimientos propios del refugiado, los traumas de quienes habían vivido una guerra, etc. La segunda, en cambio, dejaba atrás los tristes recuerdos de la guerra para adaptarse a los países de acogida y comenzar a sentirse como exiliados.

            En la narrativa estas dos tendencias se sintieron en las colaboraciones de prestigiosos novelistas españoles, como Ramón J. Sender ó Esteban Salazar Chapela, entre otros, o de narradores ocasionales como Bernardo Giner de los Ríos, el abuelo del secretario de la revista. En la misma línea se incluyen los textos ensayísticos y de crítica literaria proporcionados por grandes estudiosos del exilio, entre los destacaban Juan Larrea, Joaquín Casalduero, Guillermo de Torre, etc. Por el contrario, estos rasgos no los apreciamos en el caso del género dramático, caído en el olvido por su nefasta recepción, dado que fue el menos abordado tras aparecer en una sola ocasión y con una escena perteneciente a otra literatura, es decir, escrita por el mexicano Salvador Novo.

            En cuanto a las colaboraciones líricas, firmadas por las plumas más destacadas del exilio, sobresalieron en número y calidad. En ellas, las dos actitudes expresadas fueron las que rigieron las dos grandes etapas de creación poética en el exilio de 1939. La primera, “la poesía desarraigada (1939-1950)”,  partía de un tronco común: una infancia y juventud en España, unida a las experiencias de la guerra y el exilio. Poseía una línea temática constante y diversas formas de expresión, motivadas por las diferentes vivencias de los poetas y su estado anímico.

            A lo largo de la segunda etapa, la “poesía de la desilusión y desesperación (1950-1975)”, los poetas comenzaron a sentirse como exiliados, a verter en sus obras experiencias del destierro, a encontrarse como precedentes de nuevas generaciones en España, Hispanoamérica, etc. (Claude Le Bigot, 2001, p. 273.) Éste fue el período más rico y revelador estéticamente, dentro del que se inscriben la mayoría de las colaboraciones líricas de Los Sesenta.(14)

            En este ciclo, como confirman las composiciones con las que colaboraron en Los Sesenta, los poetas escribían conscientes de su situación, a la espera de un retorno que tardó décadas, llenos de nostalgia por un país que se había convertido en un lugar desconocido. Ejemplo de ello fue el poema de Concha Méndez “Madrid”, donde añoraba a la ciudad que la vio nacer, sus vivencias en ella, todas las historias personales que encerraban sus calles, a la gente que la habitaba, etc.

            Emilio Prados abordó este tema en varios de sus poemas, entre los que destaca “Punto final” por mostrar repaso de su situación actual tras valorar todo el proceso de adaptación a México, el país que le acogió (“Comenzó tu aventura/ Se te fue destejiendo el idioma/ No estabas dentro/ No estabas fuera/ Mitad no había”, vv. 15-19).

            Todos los poemas de Rafael Alberti están circunscritos bajo las experiencias del exilio puesto que pertenecen a un poemario, Roma. Peligro para caminantes, que homenajea a su tercer país de asilo. De todos los que aportó el que cristalizó especialmente su adaptación fue “Vida poética”, donde no olvidaba que veinte años después aún existían injusticias (“Leer el diario y lamentar que todo/ si no es papel higiénico es retrete”, vv. 9-10).

            León Felipe en sus versos nos describió su triste estancia, desde la senectud, sintiéndose ajeno a las tierras que le acogían tras vivir décadas en ellas, como bien plasma en “Escuela” (“He sufrido y sufro el destierro…/ Y soy hermano de todos los desterrados del mundo”, vv. 189-190).

            La composición escrita en prosa poética con la que colaboró de forma póstuma Altolaguirre mostraba, a pesar de haber sido creada durante los primeros años del exilio, el carácter reflexivo de su autor, su visión anticipada respecto a la situación que experimentaba. En ella conversaba con otros exiliados, el tema de España estaba presente, etc.

            Uno de los motivos esenciales de esta etapa poética fue la rehumanización de la poesía, concebido como medio de exploración y búsqueda de la propia identidad. León Felipe fue su principal artífice, lo recreó con excelentes resultados en “Escuela”, donde según él, su duro caminar por la vida fue el que forjó su carácter y personalidad.

            En estos años apareció en la poesía del exilio un retorno al humanismo más esencial que deseaba cantar al mundo y a todas las criaturas que había en él, como hizo Jorge Guillén en “Angelus silesius” o Emilio Prados al captar la esencia de todos los objetos de la naturaleza en “He pronunciado el nombre de un objeto”.

            Asimismo, también enaltecen a bellas creaciones del hombre, como materializó Domenchina al recuperar a escritores universales en “Poetas” o hizo Alberti al describir la belleza milenaria de la ciudad romana en “Il Mascherone” y en “Al fin”.

            El diálogo con Dios era un formato propio de este periodo poético. Estaba presente en la composición con la que colaboró Domenchina, donde pedía el perdón para los grandes poetas universales, y culminó de forma inesperada bajo la pluma de León Felipe, gracias a unos versos confesionales que buscaban en Dios el consuelo que necesitaba su alma.

            Junto a los motivos esenciales de la lírica de la etapa, hallamos diferentes temas existenciales. Por un lado los clásicos, los que llamaba Miguel Hernández “las tres heridas”: la vida, la muerte y el amor. Y, por otro, los motivados por la situación de exiliados de los poetas, tales como la añoranza, el recuerdo, etc.

            La vida como inspiración esencial estaba presente en las aportaciones de Rafael Alberti. Aparecía en todas ellas porque el poemario que las recoge brilla por su vitalidad desbordante, la alegría de seguir adelante en el ocaso de la vida, el deseo de pasear y ver mundo a pesar de haber vivido duras experiencias… como bien expresaba en “Al fin” (“Y en Roma al fin haces la dolce vita”, v. 14).

            Propiciado por la edad de los colaboradores, la muerte fue un tema muy presente. León Felipe en “¡Oh, memoria, memoria!” y en “Escuela” reflexionaba sobre ella, la buscaba en cada instante porque se sentía solo, abandonado y débil para continuar, como indicaban los versos de la primera composición (“La eternidad es esta agonía sin fin/ y este lecho de muerte sin origen”, vv. 34-35).

            Para Prados se trataba de un estadio de la vida que había formado parte de su mundo desde la niñez puesto que siempre estuvo enfermo y, en ocasiones, casi llegó a alcanzar el sueño eterno. Por ello, cada vez la sentía más cerca, como indicó en “Punto final” (“Hoy, tu relato terminado,/ al dictado aprendido,/ se acaba en una edad que va extinguiéndose”, vv. 26-28).

            En cuanto al amor en la poesía del exilio, apareció desde una nueva perspectiva. En los poetas este sentimiento nació para unirse en comunión con el mundo, como vemos en “Cíteres” y “Realeza”, entre otros, de Guillén; o en “ANDAREMOS por los siglos siempre juntos” de Concha Méndez, donde los amantes se unían por su amor e interés común por el género poético.

            Los otros temas existenciales nacían de las emociones más profundas que el desarraigo les aportó. La añoranza fue una de las pesadumbres que más les acompañaron en su existencia. Rafael Alberti se dejó llevar por los recuerdos de la infancia en “Lo que dejé por ti”, soneto en el que evocaba la cabaña que tenía en Castellar de la Fra. (Cádiz). Altolaguirre recordaba escenas de su niñez en « Por un río hacia España”. Y Emilio Prados poetizaba momentos en la huerta malagueña que regentaba en “He sentido llegar a mí esta mano” (“a ofrecerme la fruta de un naranjo/ que sembré cuando niño. Allá quedó/ mi huerto abandonado. No recuerdo”, vv. 4-6).

            En algunos casos la añoranza se teñía de temor, dado que eran conscientes de los cambios que había sufrido España y que el retorno les llevaría a un lugar desconocido, como vemos en “¿Regresar? ¿Cuándo? Este lugar” de Emilio Prados o en “Madrid” de Concha Méndez.
            Si España estaba presente en ellos, la guerra allí vivida también, aunque llena de connotaciones distintas a las que albergaba en el primer ciclo de la poesía del exilio. En esta etapa el conflicto formaba parte de sus vivencias, era un recuerdo más que incluir cuando hablaban de su vida, el más cruento y terrible de todos. Apareció en “Escuela” de Felipe, poema en el que realizaba un balance a toda su vida, donde, para hablar de ella, debía recordar la tragedia que fue la guerra (“Viví en muchas ciudades bombardeadas,/ caminé bajo bombas enemigas que me perseguían/ vi palacios derruidos, sepultando/ entre sus escombros niños y mujeres inocentes./ Una noche conté cientos de cadáveres”, vv. 67-71).

            La condena al fratricidio aparecía en “Crimen” de Guillén, poeta que denunciaba a través de sus recuerdos que había visto uno de los actos más violentos y terribles rescatando un pasaje bíblico (“Queda exhausta la sed –por un instante-/ de Caín. ¿Dónde, cuándo?/ Inextinguible sed”, vv. 107-109).

            Respecto a las figuras estilísticas propias del periodo, aparecieron en todas las composiciones de Los Sesenta, incluso en las colaboraciones más alejadas temáticamente del exilio, como la aportación de Rejano, dedicada a su esposa recién fallecida. En todas ellas hallamos, dentro del plano léxico-semántico, un desbordante uso de metáforas con las que aportaron un sin fin de nuevas relaciones significativas cimentadas en un mismo motivo: sus vivencias, experiencias, etc.

            En este plano encontramos la intertextualidad, recurso que utiliza la literatura como referente para expresar sus emociones. Tal es el caso de León Felipe, que la empleó para recordarse a sí mismo, a lo que fue en el pasado, tras nombrar una obra de su etapa más social: Llamadme publicano, en el poema “Ex libris”.

            También apareció en los versos de “Poetas” de Domenchina, donde resonaban, mientras nos hablaba de los grandes trovadores de la literatura universal, ecos de las obras de los retratados. Y, de igual manera, en las composiciones de Guillén, dado que pertenecían a Homenaje, obra en la que recreó y versionó textos de clásicos de todos los tiempos.
            En el plano morfo-sintáctico destacó la aparición de enumeraciones, utilizadas para reforzar sus sentimientos, mientras abogaban por un lenguaje sencillo gracias a sus estructuras lingüísticas paralelas.

            Y en cuanto a los usos métricos, distinguimos dos tipos de poemas estróficos propios del exilio, el soneto y el serventesio. Aparecieron en las colaboraciones de Rafael Alberti y Jorge Guillén, cuyos sentimientos, cautivos en estos versos, muestran su encierro emocional.

            Concluyendo, recordaremos que Los Sesenta. Revista literaria se inscribía cronológicamente en la segunda etapa de producción de revistas en el exilio, entre 1950 y 1971, en las que encontramos una intención más aperturista. Este nuevo proyecto pretendía promocionar textos literarios, no sólo de exiliados, sino también de todos los españoles – del interior y del exterior -, junto a otras grandes figuras de la literatura universal. Este mestizaje entre los colaboradores aportaba nociones sobre su proceso de adaptación a los países de acogida, informaba sobre los primeros contactos con España, etc. Además, sus dinamizadores no eran unas figuras incipientes, sino un grupo de escritores que había brillado durante el primer tercio del siglo XX, intelectuales pertenecientes o relacionados con la conocida como “Generación del 27”.

            Esta relación previa les ofrecía un objetivo para fundar la revista, además de un carácter distintivo. Les impulsaba a divulgar textos de escritores que forjaron su carrera literaria en España y que, tras el exilio, fueron olvidados por la crítica; podían acercarse a las nuevas generaciones de la península, para quienes eran desconocidos; etc. No se trataba de redimir textos de cualquier literato, sino de los suyos propios, de los de sus amigos, puesto que esta situación desoladora era la que vivían muchos de ellos en los ámbitos literarios españoles.

            Respecto a sus colaboraciones, podemos decir que nos encontramos realmente ante una “revista literaria”, porque a través de sus textos hace honor a su subtítulo. En ella se agrupan textos de diversos géneros: narrativos, ensayísticos, teatrales…. y ostenta, sobre todo, aportaciones poéticas.

            Desde una perspectiva socioliteraria destaca por la acogida que tuvo la publicación en México, gracias a la que apreciamos que se adaptaron finalmente a la literatura de un país diferente sin apartarse de sus raíces y que además pudieron conectar con las nuevas tendencias líricas españolas.

            Y, finalmente, desde un enfoque literario, Los Sesenta fue uno de los últimos proyectos en conjunto de relacionados o inmersos en la llamada “Generación del 27”, en el que Max Aub brilló por última vez como editor de revistas.

Anexo I: Índice de contenidos de Los Sesenta(15)

Núm. 1 (1964)
Juan Ramón Jiménez: “Crítica paralela”, pp. 5-31 (l.)
Carlos Pellicer: “Fuego nuevo en honor de J. Clemente Orozco”, pp. 33-37 (l.)
Jorge Guillén: “Recreaciones”, pp. 39-47 (l.)
                        “Variaciones sobre temas de Rimbaud”, pp. 49-53 (l.)
Esteban Salazar Chapela: “Después de la bomba”, pp. 55-67 (pr.)
Rafael Alberti: “Roma”, pp. 69-73 (l.)
Max Aub: “Entierro de un gran editor”, pp. 75-86 (pr.)
Xavier Villaurrutia: “Estatua”, pp. 87-90 (l.)
Joaquín Casalduero: “El arte de Espronceda”, pp. 91-98 (pr.)
León Felipe: “Poemas perdidos y encontrados”, pp. 99-104 (l.)

Núm. 2 (20 de Octubre de 1964)
Miguel de Unamuno: “Carta a Enrique Díez-Canedo”, pp. 5-9 (pr.)
Américo Castro: “Carta a M.A. sobre Unamuno y Las Casas”, pp. 11-24
Guillermo de la Torre: “Unamuno, escritor de cartas”, pp. 25-36 (pr.)
María Teresa León: “El búho de papel de Miguel de Unamuno”, pp. 37-42 (pr.)
Vicente Aleixandre: “Retratos a un mismo fondo”, pp. 43-49 (l.)
Salvador Novo: “Una escena de Marina”, pp. 51-58 (t.)
Emilio Prados: “Punto y final y otros poemas”, pp. 59-71 (l.)
Manuel Altolaguirre: “Por un río hacia España”, pp. 73-77 (l.)
Concha Méndez: “Versos”, pp. 79-82 (l.)
José Gaos: “Borrador de una conversación”, pp. 89-102 (pr.)

Núm. 3 (1964)
Enrique Díez-Canedo – Alfonso Reyes: “Correspondencia”, pp. 5-21 (pr.)
Juan Rejano: “Poesías”, pp. 23-33 (l.)
Juan José Domenchina: “Inéditos”, pp. 35-52 (l. y pr.)
Juan Ramón Sender: “El Tonatio (Historia de un soneto)”, pp. 53-99 (pr.)
Jorge Guillén: “Otros poemas”, pp. 101-107 (l.)
Max Aub: “Paremiología particular”, pp. 109-114 (pr.)

Núm. 4 (20 de Julio de 1965)
Juan Ramón Jiménez: “Dos retratos”, pp. 5-9 (pr.)
Pedro Bosch-Gimpera: “Don Francisco Giner de los Ríos”, pp. 11-18 (pr.)
Pío Baroja; Juan Ramón Jiménez; Pedro Enríquez Ureña; Genaro Estrada: “Cartas a                                                       Ermilo Abreu Gómez”, pp. 19-35
Rafael Martínez Nadal: “Don Miguel de Unamuno”, pp. 37-51 (pr.)
Esteban Salazar Chapela: “Mi tipo”, pp. 53-62 (pr.)
Julio Torri: “Varia”, pp. 63-69 (l. y pr.)
Rafael Alberti: “Sonetos romanos”, pp. 71-77 (l.)
André Malraux: “En el traslado de las cenizas de Jean Moulin al Panteón, el 19 de                                                         Diciembre de 1964”, pp. 81-90 (pr.)
Bernardo Giner de los Ríos: “El Pardo, el asilo y tío Alberto. Los gamos del monte”, pp. 91-96 (pr.)

Núm. 5 (16 de Diciembre de 1965)
Juan Larrea: “Teología de la cultura”, pp. 5-89 (pr.)
León Felipe: “Escuela”, pp. 91-100 (l.)
Antonio Espina: “La disciplina, la intimidad y el ocio”, pp. 103 (pr.)

Bibliografía
Aznar Soler, Manuel (2003), Los laberintos del exilio: diecisiete estudios sobre la obra literaria de Max Aub, Renacimiento, Sevilla.
Giner de los Ríos, Bernardo (1996), “Max Aub: tipógrafo y editor. Una visión parcial” en Alonso, Cecilio (Ed.) Actas del Congreso Internacional Max Aub y el laberinto español celebrado en Valencia y Segorbe del 13 al 17 de diciembre de 1993, col. Encuentros, Actas y Congresos,  Segorbe, Excmo. Ayto. de Valencia, 55-68.
Mengual Catalá, Josep (1996), “Historia de ‘un maduro Litoral’: Los Sesenta” en Alonso, Cecilio (Ed.), Actas del Congreso Internacional Max Aub y el laberinto español celebrado en Valencia y Segorbe del 13 al 17 de diciembre de 1993,  Col. Encuentros, Actas y Congresos,  Segorbe, Exmo. Ayto. de Valencia, 715-724.
Llorens, Vicente (2006), Estudios y ensayos sobre el exilio republicano de 1939, Biblioteca del Exilio, Renacimiento, Aznar Soler, Manuel (Ed.), Sevilla.
Le Bigot, Claude (2001), “La poesía del exilio. ¿Con qué marco epistemológico investigarla?” en Ballcells, J. M. y Pérez Bowie, J. A. (Coords.), El exilio cultural de la Guerra Civil (1936-1939), Aquilafuente, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 271-776.


1 Archivo Biblioteca de la Fundación Max Aub, correspondencia cruzada entre Max Aub (en adelante ABFMA, cceMA) y V. Aleixandre. C.1-14/2.

2  Ibid, C. 1-14/3.

3 Ibid, C. 1-14/4

4 Ibid, C. 1-14/3.

5 A pesar de que este era uno de sus grandes deseos desde 1958, no pudo llevarlo a cabo puesto que encontramos en los índices algunas aportaciones de este género.

6 ABFMA, cceMA-Familia León-Alberti. C.1-10/15.

7 ABFMA, cceMA-José Bergamín. C.2/23/2.

8 ABFMA, cceMA-Familia León-Alberti. C.1-10/15, C.1-10/31, C.1-10/32, C.1-10/34 y C.1-10/36. ABFMA, cceMA-Dámaso Alonso. C.1/16/8 a-c.

9 ABFMA, cceMA-Esteban Salazar Chapela. Sin catalogar.

10 ABFMA, cceMA-Jorge Guillén. C. 7/17/63.

11 Ibid, C. 7/17/70.

12 Ibid, C. 7/17/73 a-b.

13 Junto a estos escritores aparecen otras figuras inmersas en otras literaturas, como el francés André Malraux; los mexicanos Julio Torri, Jaime Torres Bodet, etc.; o los catalanes Carles Riba, Joan Salvat Papasseit, entre otros.

14 La colaboración de Altolaguirre fue publicada por primera vez en 1944, por tanto cronológicamente inserta en la primera etapa de la poesía del exilio. En esta ocasión leemos una variante, cuyas modificaciones posteriores le dotan de caracteres propios de ambos periodos. La aportación de Domenchina, por su parte, no se puede situar ni estética ni cronológicamente en una etapa, puesto que pertenece a un poemario recopilatorio que no ofrece luz en estas cuestiones, aunque posee rasgos propios de la segunda etapa. Por último, las composiciones de Rejano formarían parte de ésta porque datan de 1964, pero su tema principal, el homenaje elegiaco a su difunta esposa, las alejan temáticamente.

15 Abreviaturas: (l.) lírica; (pr.) prosa y (t.) teatro.