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Rafael Olmos Vila
Dept. C.C.S.S. (I.E.S. Bernat de Sarrià)Benidorm
rolmosv@gmail.com
Resumen: Las caricaturas, los grabados, las esculturas… las imágenes en general tenían mayor poder de convicción y alcance que los textos, ya que gran parte de la población era analfabeta y no era capaz de leer las obras literarias, mientras que la comprensión de los mensajes iconográficos era universal. Sin embargo observamos una situación contraria entre los alumnos, quienes encuentran dificultades a la hora de realizar un comentario de una caricatura, por este motivo en el siguiente artículo se presenta un ejemplo, relacionando la crítica de una caricatura con la información de una fuente escrita.
Palabras clave: revista, crítica, caricatura, Historia de España, Sexenio Revolucionario.
Abstract: The cartoons, engravings, sculptures ... the images had generally more persuasive power and scope of the texts, since most of the population was illiterate and could not read literary works, while the understanding of the iconographic messages were universal. But we observe the opposite situation among students, who find it difficult to conduct a review of a caricature, for this reason in the following article is an example, linking a cartoon with critical information from a written source.
Keywords: review, critique, caricature, History of Spain, Revolutionary Sexenio.
La caricatura constituye un documento histórico tan importante como un discurso escrito. En este caso realizaremos un comentario adaptado al nivel de 4ºE.S.O. , combinando ambos tipos de fuentes para advertir cómo plasman una visión de los mismos hechos. En primer lugar una caricatura de la revista La Flaca, revista liberal y anticlerical, que a través de la crítica de la pluma y el humor mordaz e irónico de las caricaturas retrataba la realidad política de la época desde una ideología republicana. Concretamente se trata de la caricatura aparecida en la última página del número publicado el 13 de diciembre de 1872. Mientras que la segunda fuente, el texto, es la abdicación de Amadeo Saboya, que gobernó brevemente como Amadeo I de España, pero renunció a su trono el 11 de febrero de 1873, sólo dos meses después de retratarse en el dibujo de La Flaca, el caos institucional y las luchas políticas intestinales que desestabilizaron su corto reinado.
Texto:
«Grande fue la honra que merecí a la nación española eligiéndome para ocupar su trono; honra tanto más por mí apreciada cuanto que se me ofrecía rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado....
Alentado, sin embargo, por la resolución propia de mi raza, que antes busca que esquiva el peligro; decidido a inspirarme únicamente en el bien del país y a colocarme por cima de todos los partidos; resuelto a cumplir religiosamente el juramento por mí prestado ante las Cortes Constituyentes y pronto a hacer todo linaje de sacrificios para dar a este valeroso pueblo la paz que necesita, la libertad que merece y la grandeza a que su gloriosa historia y la virtud y constancia de sus hijos le dan derecho, creí que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar sería suplida por la lealtad de mi carácter, y que hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se ocultan a mi vista, en la simpatía de todos los españoles amantes de su Patria, deseosos ya de poner término a las sangrientas y estériles luchas que hace ya tanto tiempo desgarran sus entrañas.
Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien, y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar remedio para tamaños males. Los he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla.»
Abdicación de Amadeo de Saboya de 1873
Nos situamos en el contexto del Sexenio Democrático (1868-1874). Después de exiliarse Isabel II y definir la Constitución de 1869 la Monarquía Constitucional como la forma de gobierno(1), cabía buscar un monarca para instaurar una monarquía ex novo, rompiendo con la tradición borbónica secular y despertando hostilidades entre los antiguos simpatizantes del régimen isabelino, y en ambos extremos: los reaccionarios carlistas y los defensores del republicanismo.
El gobierno provisional nacido tras La Gloriosa, elegía en noviembre de 1870 a Amadeo de Saboya como rey de España, sin embargo el general Juan Prim que gozaba del prestigio suficiente para dar estabilidad al régimen y que se había mostrado como el principal defensor de la designación de Amadeo I, era asesinado pocos días antes del advenimiento del monarca. El asesinato de Prim era un preludio de los problemas, tensiones y escaso apoyo con los que iba a ser recibido Amadeo I.
En su conjunto asistimos a una representación, a un teatro de marionetas, en el que la clase política obra sus desmanes, disputas, intereses y despilfarros ajenos al bien de la nación; y en el que los ciudadanos son meros espectadores. Aunque puedan participar con su voto a partir de la aprobación del sufragio universal, el tinglado político no deja de ser una farsa cimentada bajo un entramado de caciquismo clientelar y elecciones estériles. Los políticos son representados sin conciencia, ni moral de sus acciones, totalmente irresponsables ante los saqueos de las arcas públicas y la toma de decisiones.
En esta caricatura que comentamos observamos las distintas facciones políticas e ideológicas: alfonsinos, carlistas, republicanos... que portan encima de una mesa al rey: Amadeo I. Su condición de extranjero despertó la antipatía de las clases populares, demasiado arraigadas a la tradición borbónica en la figura de Alfonso XII o Carlos VII, como lo intitulaban sus seguidores carlistas. Sin embargo esa distancia, le permite no estar demasiado viciado por un sistema de élites corruptas, espectáculo ante el que exclama ¿Quién me libra, quién me saca de este infierno por piedad? De hecho la viñeta se titula Manicomio Nacional, y pone de manifiesto la falta de cohesión del liberalismo decimonónico en un proyecto común y la atomización de las fuerzas e ideologías políticas.
En este espectáculo grotesco participan monárquicos de otros tiempos, carlistas defensores del absolutismo y de la legitimidad del monarca por su supuesta ascendencia divina como refleja el bordón de uno de los personajes: Dios, patria y rey. Además porta un crucifijo alrededor del cuello y un trabuco, el arma característica de las partidas carlistas que lidiarán en esta ocasión la Tercera Guerra Carlista en defensa de los derechos sucesorios al trono del nieto de Carlos María Isidro. Detrás del personaje carlista, pero delante en la sucesión legítima a la Corona, encontramos un personaje monárquico con máscara, junto a un bastión en defensa del rey Alfonso XII. Y entremedio de ambas opciones monárquicas, se atisba el yelmo del Papa, por su connivencia con ambas opciones dinásticas: ultracatólica y confesional respectivamente.
Al fondo se observa un pendón cuyas letras grabadas rezan “Viva Monpensier” (sic), ya que Antonio María de Orleans, duque de Montpensier, había apoyado la revuelta contra su cuñada Isabel II, y estuvo en la terna de los futuribles a la Corona, así que ante la debilidad del régimen su sombra planeará. Cabe recordar que el principal apoyo de Amadeo de Saboya, el general Prim, había sido asesinado y algunos señalan la implicación del duque de Montpensier en tal magnicidio.
En el centro, Sagasta, ejemplo del carrerismo político, es representado con un saco de dinero con una cantidad determinada inscrita, pues fue acusado de desviar dos millones hacia el partido.
Y delante de la comitiva, los republicanos, inmersos en sus disputas entre federalistas y unitarios, junto a sus argumentos: la espada y una botella de petróleo, acercándolos a la acción violenta del anarquismo.
Paradójicamente el rey, Amadeo I, se sustenta en monárquicos que no le apoyan (alfonsinos y carlistas), políticos rapaces y republicanos. Obviamente su trono, en este caso una mesa -acordémonos del pepino sobre el que se representaba a José I, también un rey extranjero- no podía más que bailar con unas patas tan opuestas al tablero y entre sí. Y así fue, si leemos la abdicación de Amadeo de Saboya, “se me ofrecía rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado” (lín.2-4), es significativo que ese manicomio nacional lo defina siguiendo la analogía como “perturbado”, de hecho en la imagen se lleva las manos a la cabeza ante el dislate al que asiste. Amadeo I es consciente de sus enemigos “todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien” (lín.8-10). La alusión a los carlistas y republicanos (“los que con la espada”), oposición política e intelectuales (“la pluma”) es clara, una fauna imposible de domar y de conciliar entre ellos.
Ante tal esperpento “entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar remedio para tamaños males” (lín.10-13) se encuentra un país ingobernable, ante el cual su decisión será abdicar, dejándolo a su suerte.
El vacío de poder motivado por la abdicación de Amadeo de Saboya, propiciará que el Senado y el Congreso juntos proclamen la república por 258 votos contra 32. Una situación paradójica, pues la mayoría monárquica de las cámaras aprueba la primera república en la historia política de España, “la decisión de la Asamblea Nacional en favor de la república vino a darles (a los republicanos) inesperadamente el poder cuando más lejos se encontraban de conquistarlo” (Artola, 1973), mientras Cánovas del Castillo se frotaba las manos viendo el devenir de los acontecimientos.
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