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50 cosas que hay que saber sobre Historia de España. Barcelona. Ariel 2013.

Carlos Gil Andrés.

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Ignacio Gil-Díez Usandizaga
Universidad de La Rioja

Ignacio.gil-diez@unirioja.es

Todo aquél que se dedica a comunicar algún tipo de conocimiento elaborado debe reflexionar sobre cómo hacerlo. Esto, al fin y al cabo, es uno de los aspectos que contempla cualquier Didáctica. Cuando quien quiere comunicar es investigador en la materia, el asunto adquiere un nuevo sesgo. Dominar entresijos metodológicos, seleccionar hipótesis y establecer conclusiones ayuda, o debiera ayudar, a que esa comunicación se produzca con la suficiente claridad y complicación necesaria. La Historia no debe aprehenderse como narración de fé y su riqueza está en su propio valor especulativo como ciencia de interpretación que es. Alrededor de todo esto que estoy comentando se han acuñado algunos conceptos que debo traer ahora a colación.

El primero es de la trasposición didáctica. Es decir, la necesaria comunicación entre el saber científico sobre cualquier disciplina y su adaptación al ámbito educativo. Aunque este concepto, acuñado por Verret y desarrollado por Chavellard, ha sido muy cuestionado todavía posee resonancia en quienes nos dedicamos a trabajar con futuros profesores.

La trasposición didáctica en Historia puede complicarse y mucho si somos capaces de abrazar el conocimiento historiográfico de un modo coherente. Los métodos y aportaciones de muchas otras disciplinas como la arqueología, la historia del arte, la teoría económica o la sociología, por señalar algunas de las más evidentes, debieran ser tenidas en cuenta.

El segundo concepto es el de divulgación. Este no se identifica, o por lo menos no lo pretende, de forma clara con la educación, su objetivo es el público. La divulgación se dirige en general hacia un colectivo adulto y variopinto. Podría definirse como un público interesado que o no ha tenido oportunidad de reparar en el tema que le interesa o al que, simplemente, se lo contaron en su época como alumno de un modo confuso o poco atractivo.

Trasponer o divulgar exigen un esfuerzo que casi nadie mide antes de realizar. Muchos especialistas saben de ello y rehúyen esta actividad. Se tiende a mostrar desprecio por la divulgación pues se sabe que es ingrata y difícil. Algunos más arriesgados se sorprenden de su dificultad cuando la realizan. Otros, acaban descubriendo en ella un negocio rentable que los lanza a la popularidad.

Carlos Gil Andrés (Logroño, 1968) es un historiador que ejerce como profesor en ámbitos tan diversos como la Secundaria y la Universidad. Nada de lo referido a la trasposición le es ajeno. Ha tenido que bregar con todo tipo de alumnos, en ocasiones sin interés y con pocos recursos metodológicos. Además, pese a ser un destacado especialista en Historia Contemporánea, en el siglo XX para ser más precisos, ha gustado de la divulgación en más de una vez. En este territorio ha colaborado en varios diccionarios de términos de interés histórico.

La elección de qué resaltar y qué no y en qué cuantía es una de las principales dificultades a las que se enfrenta el divulgador. Otra parece residir en la estructura a otorgar a su discurso divulgador. Debe ser atractivo y no vale para ello elegir sólo criterios propios de su ámbito de conocimiento. Es necesario conocer al público y su realidad en el momento de la divulgación. Aunque siempre se ha dicho que en España no se ha sabido divulgar y no ha habido buenos divulgadores, creo que eso no es cierto. Lo que ha ocurrido en España es que la divulgación se ha considerado un oficio menor y ajeno a quienes poseen los mejores elementos para divulgar, los especialistas. Autores como Fernando Díaz Plaja demostraron lo contrario vendiendo libros.

El profesor Gil Andrés ha escrito un buen libro de divulgación. La síntesis, siempre difícil, se ha visto en su caso determinada por las características de la colección de la editorial en la que ha colaborado. Cincuenta -50- deben ser los términos históricos a seleccionar. Un modo muy comercial, propio del mundo publicitario. Cuatro páginas permiten el desarrollo da cada uno de ellos. Doscientas páginas para proponer una selección de lo que debe saberse sobre la Historia de España.

La Historia de España es y sigue siendo un asunto polémico. El propio autor, en la introducción del libro, no elude nombrar algunos de los principales temas de debate de la actualidad española, la sombra de los conflictos del siglo pasado, sobre todo de la Guerra Civil, la diversidad de identidades de sus ciudadanos, la extensión de los derechos ciudadanos y la calidad del sistema democrático que han elegido.

En esa misma introducción se señalan dos ideas que cualquier historiador consciente debe difundir. La primera, que la historia ayuda a entender la realidad, permite afrontar los debates del presente con un mayor equilibrio. La segunda, que esa historia que se escribe en textos como el que comento, está en construcción. Igual que la realidad cambia lo hace la historia que, al fin y al cabo, es una interpretación humana de lo ocurrido.

Toda síntesis histórica es personal. Carlos indica que la suya, como todas, lo es partiendo de la historiografía de los últimos años. Bien es cierto que en esta domina todo aquello que concierne a nuestro pasado más reciente. Veintiocho de los cincuenta conceptos o títulos elegidos se ubican entre los siglos XIX y XXI. Con el término presentismo se ha calificado a este predominio en síntesis históricas de periodos recientes de la historia sobre otros más lejanos. Es una opción discutible que en el caso del autor del libro revela su especialización.

Más discutible es la presencia de las tres últimas “cosas” que se refieren a conceptos o hechos de la historia de apenas hace algo más que una década. Aunque sobre esta posibilidad de “historiar” sobre el momento presente existe una importante corriente o escuela historiográfica que la defiende, resulta algo difícil entender que la historiografía que sustenta el libro pueda tener la misma relevancia en unos apartados como en otros. No obstante, no puede negarse que este presentismo, ejerce un papel atractivo: el de acarrear el pasado hacia la actualidad mostrando al incrédulo el instrumento de reflexión que la historia ofrece.

Discutible también, aunque igualmente efectivo, es a veces el título de algunos epígrafes o el modo de emplear el posesivo que indica que el autor defiende una idea colectiva sobre España. Más aún cuando se trata de periodos como la Prehistoria en los que la idea colectiva no existía. No obstante, estos recursos, insisto, hacen el libro atractivo para el gran público al que va dirigido.

Estos detalles cuestionables no impiden que el libro sea un ejemplo magnífico del oficio divulgador de un historiador. Debo empezar por la calidad de la escritura. Calidad expresiva y claridad conceptual. Es este un libro que gusta ser leído.

Apreciable en cada momento de la lectura, es el sentido crítico que domina la escritura moviendo a la reflexión de un lector que, seguramente, no es capaz de manejar los criterios que utiliza un historiador. Equilibrio en la exposición, que no objetividad. Al menos como la entiende el gran público, la objetividad no puede existir en un oficio interpretativo como el que la historia propone. La aportación de Carlos Gil, como la de todos los historiadores maneja sus propias claves ideológicas en el rigor del método de investigación histórica.

Otro aspecto destacado del libro es el modo en el que presenta la información y la elección de la misma. La parte inferior de las dos primeras páginas de cada una de las cincuenta “cosas” seleccionadas está recorrida por un eje cronológico de fácil visualización. El texto se articula mediante epígrafes. Se introduce mediante una valoración de cinco líneas. Se apoya en frases entrecomilladas obtenidas de textos tanto de la época como de la historiografía reciente más destacada. Se cierra con una frase de síntesis valorativa del autor. Además se enmarcan en menor tipografía y con un fondo estacado textos sobre asuntos complementarios al concepto o periodo destacado.

Finalmente, debe agradecerse que el libro no presente bibliografía, dado su destino y sí un magnífico índice – de nombres y términos- que permite una cómoda búsqueda.
Un libro por tanto útil, breve y por eso doblemente útil. De aquellos que, seguramente, no se quedarán en la estantería sin llegar a ser acabado de leer.